Ya lo dijo Ortega:
“El hombre es él y sus circunstancias”. En este sentido y con una cierta gracia
somarda, Ignacio Ruiz-Quintano hoy,
en las páginas de ABC, indica: “La mejor explicación
de la circunstancia la dio el cabo de la guardia civil del pueblo de Camba
cuando, jugando al tute con el cura y otros parroquianos, como saliera en la
conversación la discusión sobre el puñal de Guzmán el Bueno, dijo: “¿Y qué iba a hacer, el hombre? A lo mejor
no le dejaba otra salida el reglamento”. Y Gabriel
Albiac, en ese mismo diario, señala que “la política, es una rama menor de la mercadotecnia:
arte de tenderos digitales”, al entender que “la representación se ha
invertido. No son los ciudadanos los representados en el Estado. Es el Estado quien
impone sus representaciones en la mente de cada uno de sus súbditos”,
utilizando en su beneficio las listas cerradas y la disciplina de los partidos y
la televisión, ese medio que entra en todos los domicilios como por ósmosis
para hacer labor de zapa. La gente habla de oídas, sabe cómo arreglar el país
en cuatro días y se lamenta de que no le dejen aplicar sus métodos, esos que
expone a los contertulios que le escuchan entre cerveza y cerveza, acicalados
con taparrabos, colorados por el sol mediterráneo y haciendo tiempo para gozar
del último chapuzón de la mañana en una playa abarrotada de tipos de todas las
calañas. Es una lástima que las proposiciones del veraneante que sabe cómo
arreglar las cosas no prosperen y sean de difícil aplicación en la praxis. Sus
grandes ideas podrían enderezar el rumbo en cuatro días si no lo impidiesen los
reglamentos, que todo lo devoran.
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