sábado, 27 de julio de 2019

La bicha



Ya hemos dado en Aragón con la bicha, un quelonio de tremendo mordisco procedente de Norteamérica que nadie sabe de qué forma llegó a las aguas del Ebro. Primero fue el siluro, un pez horroroso y de enormes proporciones que puede vivir durante 70 años, que nada por el Danubio.  Se sabe que unos alemanes los soltaron en el pantano de Mequinenza en 1974 y que, desde entonces, ha diezmado a los peces nativos, como el barbo, la carpa, la trucha y la madrilla. Más tarde aparecieron las argentinas cotorras de Kramer, que llegaron a España de forma legal en 1986 para ser vendidas como mascotas. La agresiva avispa asiática llegó a Europa en un cargamento de jarrones chinos. Ahora, el cangrejo azul se ha hecho dueño del Delta del Ebro. Pero son muchas las especies invasoras: la rana toro, el cangrejo rojo, el mosquito tigre, el galápago de Florida, el mejillón cebra… Y se produce una lucha desigual donde lo autóctono es el perdedor. Algo parecido sucede con las plantas invasoras: ailanto, camalote, caña, azolla, plumero, etcétera. Por si ello fuera poco, vuelven a aparecer en España numerosos casos de sífilis y de tuberculosis, sobre todo por la promiscuidad sexual y por la falta de control sanitario de inmigrantes, dejando claro que no estoy en contra de la inmigración ni con lo que uno pueda querer hacer con su cuerpo. Ni soy xenófobo ni pretendo impartir lecciones de moral puritana y mojigata. Pero una cosa es la xenofobia o la moral de sacristía y otra cosa muy distinta es la profilaxis y el uso el condón. A nadie se le escapa que para la Iglesia Católica, si el acto sexual se realiza fuera del matrimonio es un pecado (adulterio, en caso de personas casadas; fornicación, en el de las solteras). Y si se realiza haciéndolo artificialmente infecundo, también. Como digo, hay que tener cuidado con la bicha, que sabe disfrazarse hasta detrás de una fina y elegante hoja de culantrillo.

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