Existen dos libros perdidos y felizmente recuperados. Uno de ellos es “El libro de
los gorriones”, de Gustavo Adolfo Bécquer;
el otro, “Diarios, 1932-1933”, de Manuel
Azaña. En ambos manuscritos se aprovecharon libros rayados de utilidad para
sociedades mercantiles. El libro de Bécquer se conserva en la Biblioteca
Nacional desde 1896, año en el que la viuda de Ramón Rodríguez Correa, amigo del poeta, lo puso a la venta por 25
pesetas. Se trata de un libro de actas de 600 páginas que al poeta le habían regalado en 1868; donde,
como bien señalaba Luis Alberto de
Cuenca (ABC, 29/09/17), su autor “pretendía reunir una colección
de proyectos, argumentos, ideas y planes de cosas diferentes que se concluirán o no según sople el
viento”. Está fechado el 17 de junio de 1868. Comienza con una “Introducción sinfónica” y un fragmento
titulado “La mujer de piedra”; y,a partir de la
página 529 y hasta la 600, de setenta y nueve rimas. “El libro de
los gorriones” original se lo había prestado Bécquer a Luis González Brabo pocos días antes de que ese político tuviera
que exiliarse tras la Revolución de 1868. En consecuencia, Bécquer se vio
obligado a reconstruirlo durante los quince meses que duró una de sus últimas
estancias en Toledo.Los
trescuadernos de los “Diarios,
1932-1933”, de Azaña, “eran (como señala Santos Juliá en el prólogo del tomo editado por Crítica en 1997) cuadernos comerciales
de los llamados diarios, de cuatrocientas páginas foliadas, con divisorias y
casilleros para los arqueos”. (…) “Los cuadernos
tienen la cubierta negra, imitando a piel, conteras y lomo amarillo claro y,
sobre la etiqueta que decían “Diario”,
Azaña había pegado un papel blanco con dos fechas, la del comienzo y fin de los
hechos que en ellos se narraban. Esos “Cuadernos”
le fueron robados en Ginebra a Cipriano
Rivas Cherif en 1937 por Antonio
Espinosa San Martín y entregados a Franco.Aquellos documentos llegaron a manos de un
periodista, Joaquín Arrarás,
publicando fragmentos fuera de contexto en ABC
de Sevilla para crear desavenencias. Durante los
años 60 se perdió la pista de esos Diarios,
hasta que Ricardo de la Cierva se
enteró de que se hallaban en el Servicio Histórico Militar. No consiguió
consultarlos. Los funcionarios le dijeron que estaban en poder de Franco. Finalmente,
en 1996, Carmen Franco Polo se los
entregó a Esperanza Aguirre, siendo
ministra de Educación y Cultura. La hija de Franco los había encontrado, dijo
que “por casualidad”, llenos de polvo en la biblioteca de su padre. En la
actualidad, esos Diarios se
encuentran custodiados en el Archivo Histórico Nacional.
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