Leyendo la prensa te das cuenta de cómo anda el aceite del candil carpetovetónico. No
es necesario leer sólo la prensa de Madrid, también conviene leer la
prensa de provincias. Así, en
El Progreso,
José Castro López, bajo el epígrafe
“El país está cansado”, señala algo que
nos debería hacer sonrojar: “el país está cansado –cuenta-
y la gente harta de estos dirigentes que, si
no saben gestionar los resultados electorales, no tienen capacidad para
gestionar la gobernanza de España, que requiere afrontar problemas y reformas
que determinarán su futuro”. La política se ha convertido en un mercadeo de fichajes
de diverso pelaje. Para gobernar instituciones se necesitan alianzas que sumen
mayorías. Ese es el quid de la cuestión.
En consecuencia, aparece en escena ese partido
que, aunque sólo consiguió un par de escaños, se necesita para poder lograr
alzarse con el santo y la limosna. Pero los favores nunca se regalan, como ha
hecho el PAR saliendo en ayuda del socialista
Lambán; como ha hecho el PP con Vox; o como pretende lograr su
investidura
Sánchez con la insuficiente
ayuda de Podemos (que parece fallida, tras las declaraciones del presidente en
funciones hoy en la SER) y de un diputado cántabro; y con la esperanza puesta
en que alguien más desee subirse al carro socialista a última hora el próximo
lunes trepando por el adral. Como señala
José Castro, y señala bien, “estamos ante caciques de nuevo cuño que actúan
de forma irresponsable en nombre de
su
democracia. La irresponsabilidad es transversal, no se salva ni uno. El
presidente, arrogante, quiere gobernar solo, como si tuviera mayoría absoluta,
y en lugar de tomar la iniciativa y tender puentes para buscar apoyos se limita
a ‘exigir’ el voto de investidura sin ofrecer nada a cambio. La oposición,
desnortada, da una imagen demoledora peleándose en Murcia, en Madrid, en
Asturias. A Ciudadanos le gusta gobernar con dos, pero no quiere reunirse con uno,
al que aborrece; el líder de Podemos mendigando ministerios... El
paradigma del esperpento se produjo en Madrid en un debate de investidura sin
candidato, una excentricidad en las democracias occidentales”. Pareciese que
hubiéramos retrocedido un siglo y reviviésemos a
Max Estrella, a
don Latino
de Híspalis y al
marqués de Bradomín,
con
un proscenio del callejón de San
Ginés y sus espejos deformes.
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