domingo, 26 de julio de 2020

¿En manos de quiénes estamos?



Leo hace unos momentos en Facebook una carta que ha puesto en la red Pepe Cerdá y que escribe Gervasio Sánchez bajo el epígrafe “45.000 muertos, por fin”. Dada su importancia, transcribo lo dicho por alguien que ha fotografiado muchas guerras y ha visto escenas dantescas en las más diversas partes del mundo. Señala Gervasio:

“Desde finales de marzo algunos periodistas llevamos diciendo en voz alta que la máxima preocupación de nuestros gobernantes (de todas las administraciones y de todos los colores) ha sido maquillar el número de muertos e infantilizar a la opinión pública. Me alegro de que por fin se comience a aclarar cuasi oficialmente (ministerio de Sanidad, medios de comunicación) que el número real de muertos se acerca más a los 45.000 que a la cifra vergonzosamente oficial. Impresiona lo fácil que es engatusar a la opinión pública española.
El 28 de marzo mandé mensajes de audio de washap a dos importantes periodistas españoles que dirigen espacios muy influyentes instándoles a denunciar las trabas burocráticas, la censura y la prohibición directa a la que estábamos siendo sometidos por todas las administraciones. Creo que si esos periodistas se hubieran tomado en serio mi petición (que hacía en nombre de otros periodistas) seguro que el gobierno central y los gobiernos autonómicos hubieran sido más cautelosos a la hora de impedir el ejercicio del periodismo en los lugares más sensibles. Llevo décadas trabajando en zonas de conflicto donde siempre hay dificultades para informar. Pero pocas veces, por no decir ninguna me he encontrado con tantas dificultades y trabas como en este país (en mi caso en la comunidad de Aragón) donde he trabajado durante tres meses. Tanto una gran parte de la prensa como la inmensa mayoría de la ciudadanía ha sido permisiva con el maquillaje impuesto por los gobernantes y se ha aceptado formar parte del comportamiento cínico e hipócrita para eludir las graves responsabilidades de nuestras autoridades (TODAS). Los ciudadanos acomodaticios y acríticos son fácilmente manipulables y convertidos en carne de cañón de las mentiras oficiales. Cualquier justificación es una clamorosa mentira. Nunca en Sarajevo durante el cerco se dejó de apuntar un solo muerto y se hacía a mano. Nunca en mi vida profesional he visto morir con tanta soledad. No por el personal sanitario o de las residencias que ha acompañado hasta el último suspiro. No por los familiares que han tenido que soportar indignas esperas. Sino por las administraciones irresponsables de este país. Por ejemplo, se podría haber establecido un puente terrestre entre las ciudades y los tanatorios y trasladar en los transportes públicos a los familiares de forma ordenada para que se pudieran despedir de sus seres queridos sin riesgo de contaminarse. A nadie se le ha ocurrido. Hace un par de semanas una responsable autonómica me dijo públicamente como contestación a mis duras criticas que habían impedido el paso a los periodistas en lugares como residencias y hospitales para proteger el derecho a la intimidad y la dignidad de las víctimas. Gran mentira. Lo han hecho para proteger su incompetencia y para evitar que se supiera que han mentido con gran descaro a la opinión pública desde el primer minuto de la pandemia. He fotografiado a muchos sufrientes en esta vida y jamás he pisoteado la dignidad a nadie en ninguna parte”.

A algunos se les debería caer la cara de vergüenza. Nuestros ancianos han muerto, como señala Gervasio Sánchez, en la más absoluta soledad. Ha habido residencias en las que los muertos llevaban una semana tirados en sus habitaciones y, sorprendentemente, nadie, les había echado en falta. ¿Cabe mayor indignidad? En la prensa de papel, por otro lado, existía un “compromiso de silencio” para no sacar presuntos trapos sucios del rey emérito Juan Carlos de Borbón, tanto durante  su largo reinado como después de su abdicación. De la pandemia se dieron cifras falsas de fallecidos. Del anterior jefe del Estado nadie se atrevió a airear papeles comprometedores para la Corona. España es, en fin, una democracia de tan baja intensidad, Tal es así que que si fuese un cable eléctrico no daría calambre. La Transición, visto lo visto, sirvió para afianzar la reinstauración de la Monarquía. Todo lo demás fue accesorio. Los llamados “padres” de aquella Constitución deseaban volver al turnismo PSOE-AP (que era como se llamaba entonces el actual PP) como en los tiempos de Cánovas y Sagasta tras la restauración de Alfonso XII. Y mientras tanto, los caciques pululaban, sobre todo en Andalucía: Pedro Rodríguez de la Borbolla, cacique liberal de Sevilla, los Rodríguez Acosta, banqueros en Córdoba, el conservador Francisco Romero Robledo, llamado "El Pollo de Antequera", ministro de Gobernación con Cánovas y urdidor de todo este caciquismo, en Huelva, Burgos y en Cádiz, los Domecq. La diferencia es que ahora la corrupción se produce dentro del tejido de los partidos y las puertas giratorias están muy bien engrasadas para acoger a a quienes han perdido sus carteras. Y entre tanta polvareda,  los españoles,  “acomodaticios y acríticos”, se acaban enterando de la presunta desvergüenza del anterior jefe del Estado por la prensa extranjera. Lo dicho, ¿en manos de quién estamos? Una de dos: o reformamos en profundidad la Constitución del 78, o el país se irá al garete en pocos años.

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