
“Desde finales de marzo algunos
periodistas llevamos diciendo en voz alta que la máxima preocupación de
nuestros gobernantes (de todas las administraciones y de todos los colores) ha
sido maquillar el número de muertos e infantilizar a la opinión pública. Me
alegro de que por fin se comience a aclarar cuasi oficialmente (ministerio de
Sanidad, medios de comunicación) que el número real de muertos se acerca más a
los 45.000 que a la cifra vergonzosamente oficial. Impresiona lo fácil que es
engatusar a la opinión pública española.
El 28 de marzo mandé mensajes de
audio de washap a dos importantes
periodistas españoles que dirigen espacios muy influyentes instándoles a
denunciar las trabas burocráticas, la censura y la prohibición directa a la que
estábamos siendo sometidos por todas las administraciones. Creo que si esos
periodistas se hubieran tomado en serio mi petición (que hacía en nombre de
otros periodistas) seguro que el gobierno central y los gobiernos autonómicos
hubieran sido más cautelosos a la hora de impedir el ejercicio del periodismo
en los lugares más sensibles. Llevo décadas trabajando en zonas de conflicto
donde siempre hay dificultades para informar. Pero pocas veces, por no decir
ninguna me he encontrado con tantas dificultades y trabas como en este país (en
mi caso en la comunidad de Aragón) donde he trabajado durante tres meses. Tanto
una gran parte de la prensa como la inmensa mayoría de la ciudadanía ha sido
permisiva con el maquillaje impuesto por los gobernantes y se ha aceptado
formar parte del comportamiento cínico e hipócrita para eludir las graves
responsabilidades de nuestras autoridades (TODAS). Los ciudadanos acomodaticios
y acríticos son fácilmente manipulables y convertidos en carne de cañón de las
mentiras oficiales. Cualquier justificación es una clamorosa mentira. Nunca en
Sarajevo durante el cerco se dejó de apuntar un solo muerto y se hacía a mano. Nunca
en mi vida profesional he visto morir con tanta soledad. No por el personal
sanitario o de las residencias que ha acompañado hasta el último suspiro. No
por los familiares que han tenido que soportar indignas esperas. Sino por las
administraciones irresponsables de este país. Por ejemplo, se podría haber
establecido un puente terrestre entre las ciudades y los tanatorios y trasladar
en los transportes públicos a los familiares de forma ordenada para que se
pudieran despedir de sus seres queridos sin riesgo de contaminarse. A nadie se
le ha ocurrido. Hace un par de semanas una responsable autonómica me dijo
públicamente como contestación a mis duras criticas que habían impedido el paso
a los periodistas en lugares como residencias y hospitales para proteger el
derecho a la intimidad y la dignidad de las víctimas. Gran mentira. Lo han
hecho para proteger su incompetencia y para evitar que se supiera que han
mentido con gran descaro a la opinión pública desde el primer minuto de la
pandemia. He fotografiado a muchos sufrientes en esta vida y jamás he pisoteado
la dignidad a nadie en ninguna parte”.
A algunos se
les debería caer la cara de vergüenza. Nuestros ancianos han muerto, como
señala Gervasio Sánchez, en la más absoluta soledad. Ha habido residencias en
las que los muertos llevaban una semana tirados en sus habitaciones y,
sorprendentemente, nadie, les había echado en falta. ¿Cabe mayor indignidad? En
la prensa de papel, por otro lado, existía un “compromiso de silencio” para no
sacar presuntos trapos sucios del rey emérito Juan Carlos de Borbón, tanto durante su largo reinado como después de su
abdicación. De la pandemia se dieron cifras falsas de fallecidos. Del anterior
jefe del Estado nadie se atrevió a airear papeles comprometedores para la
Corona. España es, en fin, una democracia de tan baja intensidad, Tal es así
que que si fuese un cable eléctrico no daría calambre. La Transición, visto lo
visto, sirvió para afianzar la reinstauración de la Monarquía. Todo lo demás
fue accesorio. Los llamados “padres” de aquella Constitución deseaban volver al
turnismo PSOE-AP (que era como se llamaba entonces el actual PP) como en los tiempos
de Cánovas y Sagasta tras la restauración de Alfonso XII. Y mientras tanto, los caciques pululaban, sobre todo
en Andalucía: Pedro Rodríguez
de la Borbolla,
cacique liberal de Sevilla, los Rodríguez
Acosta, banqueros en Córdoba, el conservador Francisco Romero Robledo, llamado "El Pollo de Antequera", ministro de Gobernación con
Cánovas y urdidor de todo este caciquismo, en Huelva, Burgos y en Cádiz, los Domecq.
La diferencia es que ahora la corrupción se produce dentro del tejido de los
partidos y las puertas giratorias están muy bien engrasadas para acoger a a
quienes han perdido sus carteras. Y entre tanta polvareda, los españoles, “acomodaticios y acríticos”,
se acaban enterando de la presunta desvergüenza del anterior jefe del Estado
por la prensa extranjera. Lo dicho, ¿en manos de quién estamos? Una de dos: o
reformamos en profundidad la Constitución del 78, o el país se irá al garete en
pocos años.
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