Yo no sé cuántas tallas existen de la palabra “etcétera”.
Tampoco si coexisten tallas grandes,
tallas medianas y tallas pequeñas. En su artículo “Un largo etcétera”, Antonio
Burgos, en su “Recuadro” en ABC de Sevilla recordaba hace ya tiempo
una farsa de José María Pemán, “Los tres etcéteras de don Simón”,
estrenada el 7 de marzo de 1958 en el
madrileño Teatro Recoletos y
ambientada en la España ocupada por las tropas de Napoleón. Decía Burgos: “Don Simón Belalcázar es nombrado
Gobernador General de la Provincia de Jaén, y en calidad de tal, visita el
pequeño pueblo de La Fernandina. Don Simón es un hombre cultivado, mujeriego y
vividor. El alcalde del pueblo, Lucas
Tinajero, se apresta a atenderlo de la mejor manera posible. Sin embargo
todo se complica cuando el regidor recibe órdenes de lo que debe preparar para
recibir al gobernador afrancesado: alojamiento, comida, buen vino, ‘y etcétera,
etcétera, etcétera’. Y como el alcalde cateto no había oído en su vida la
palabra "etcétera", pues se cree que lo que ordenaba buscar para Don
Simón eran suripantas y piculinas. Pueden imaginarse el cachondeíto fino y
gaditano que Pemán se monta en la picantona comedia con el equívoco de los Tres Etcéteras, hasta el punto que a la
moza de partido oficial del pueblo, Marifácil,
le ponen un mote precioso, La Etcétera,
que más bien sobrenombre de guerra de sarasa parece”. Fernando Lázaro Carreter, en “El
dardo en la palabra” al hacer referencia en su trabajo “…y un largo etcétera”, se pregunta: “¿Cómo de largo es ese
etcétera?”, y pone el ejemplo de aquel reportero que había asistido a la
presentación de un libro y puso en su lacónica crónica: “Asistieron ilustres
personalidades como Fernández y Martínez,
y un largo etcétera”. Así, leído ese “chusco” comentario, al perplejo lector sólo le queda tomar uno de los dos
procelosos caminos de esa encrucijada: pensar que no había más asistentes al acto, o que
el cronista novato (quizás un becario)
no conocía a ningún otro de los asistentes presentes. En el primer caso,
un chasco para el autor; en el segundo, una evidente falta de profesionalidad
del plumilla.
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