sábado, 25 de julio de 2020

Un largo etcétera



Yo no sé cuántas tallas existen de la palabra “etcétera”. Tampoco  si coexisten tallas grandes, tallas medianas y tallas pequeñas. En su artículo “Un largo etcétera”, Antonio Burgos, en su “Recuadro” en ABC de Sevilla recordaba hace ya tiempo una farsa de José María Pemán, “Los tres etcéteras de don Simón”, estrenada  el 7 de marzo de 1958 en el madrileño Teatro Recoletos y ambientada en la España ocupada por las tropas de Napoleón. Decía Burgos: “Don Simón Belalcázar es nombrado Gobernador General de la Provincia de Jaén, y en calidad de tal, visita el pequeño pueblo de La Fernandina. Don Simón es un hombre cultivado, mujeriego y vividor. El alcalde del pueblo, Lucas Tinajero, se apresta a atenderlo de la mejor manera posible. Sin embargo todo se complica cuando el regidor recibe órdenes de lo que debe preparar para recibir al gobernador afrancesado: alojamiento, comida, buen vino, ‘y etcétera, etcétera, etcétera’. Y como el alcalde cateto no había oído en su vida la palabra "etcétera", pues se cree que lo que ordenaba buscar para Don Simón eran suripantas y piculinas. Pueden imaginarse el cachondeíto fino y gaditano que Pemán se monta en la picantona comedia con el equívoco de los Tres Etcéteras, hasta el punto que a la moza de partido oficial del pueblo, Marifácil, le ponen un mote precioso, La Etcétera, que más bien sobrenombre de guerra de sarasa parece”. Fernando Lázaro Carreter, en “El dardo en la palabra” al hacer referencia en su trabajo “…y un largo etcétera”, se pregunta: “¿Cómo de largo es ese etcétera?”, y pone el ejemplo de aquel reportero que había asistido a la presentación de un libro y puso en su lacónica crónica: “Asistieron ilustres personalidades como Fernández y Martínez, y un largo etcétera”. Así, leído ese “chusco” comentario, al perplejo  lector sólo le queda tomar uno de los dos procelosos caminos de esa encrucijada: pensar que  no había más asistentes al acto,  o  que el cronista novato (quizás un becario)  no conocía a ningún otro de los asistentes presentes. En el primer caso, un chasco para el autor; en el segundo, una evidente falta de profesionalidad del plumilla.

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