No pasa día sin que los expertos sanitarios nos
aconsejen lavarnos mucho las manos con jabón por evitar el contagio de
coronavirus. Me entero por la hoja del taco de calendario que “el triunfo del
fariseísmo tras la destrucción del templo de Jerusalén, en el año 70, condujo a
una generalización de estas prácticas que se formalizó con el lavado de manos
obligatorio al levantarse de dormir, después de hacer alguna necesidad y antes
de comer, después del baño, de cortarse las uñas o el pelo, de tocar a un animal
impuro o las partes del cuerpo generalmente cubiertas”. No estaban mal esas
medidas de higiene. Sobre todo, lavarse las manos después de hacer alguna necesidad
o de tocarse las partes pudendas. Lo que ya no entiendo es qué animales eran
considerados impuros en la antigüedad salvo que fueran las súcubas gallinas,
por su mala fama de pasarse el día sometidas al concubinario del ardoroso
gallo. Eso habría que preguntárselo a los animalistas para salir de dudas. Algo
similar acontecía en el islam, donde se decía que de no disponerse de agua, se
podía utilizar arena. Imaginen hoy a los pocos turistas que van llegando a
nuestras playas si, además de tener que llevar las mascarillas puestas con un
sol de justicia, tuvieran que lavarse frotándose con arena sobre una piel
abrasada por los rayos solares. El resultado final podría ser el de una
croqueta antes de echarla a la sartén. Por asociación de ideas, hace pocas
fechas decía Antonio Burgos en su
columna de ABC, a propósito del
triunfo de Feijóo en las elecciones
gallegas, que “cómo serán los gallegos
de listos, que usted creerá que en Andalucía se sabe freír pescado, ¿no?, y
habrá escuchado muchas veces el tópico del "pescaíto frito". Bueno,
pues en Cádiz fueron los gallegos del freidor los que nos enseñaron el arte de
echar el pescado con harina de garbanzos en la sartén del aceite bien caliente.
Sí, no es broma: los gallegos de Cádiz nos enseñaron a los andaluces a freír el
pescado”. Aquí estamos como para “pescaíto
frito” y un buchito de “Tío Pepe”
con la que está cayendo. A este paso, volveremos no tardando mucho a
encerrarnos en casa y esperar a que sean las ocho de la tarde para poder
escuchar en los balcones la canción del Dúo
Dinámico, donde Manolo y Ramón vuelven a “reinar” después de “morir”
como pareja artística, como en el drama histórico del conceptista Luis Vélez de Guevara, donde el autor
hacía referencia a Inés de Castro,
que sólo después de su muerte fue reconocida como esposa de Pedro I y, en consecuencia, reina
consorte de Portugal.
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