Sabido es, y
aquí no estoy descubriendo nada nuevo ni tampoco lo pretendo, que todo ser
humano viene al mundo con casi ninguna ayuda y muere solo, salvo en contadas
ocasiones, verbigracia: tal y como le ocurriese al profeta Elías, que no murió nunca, y que cuentan quienes lo saben que fue
elevado por lo menos hasta el Quinto Cielo en carroza de fuego, saltándose a la
torera todos y cada uno de los escalafones; o como aconteciese con una vecina
mía, doña Rosa de Lima Chimarro de
Quirós, terciaria franciscana, hija de María, dama del Pilar, y
perteneciente a la
Adoración Nocturna, que se empecinó en vida en ser
enterradacon su perro de peluche color
maleta, que para gustos se hicieron los colores, mientras la Banda del Empastre interpretaba
el “Dies Irae” correspondiente al Réquiem Solemne, KV 626, de Mozart. Como el sufrido lector podrá
fácilmente destilar en sus entendederas, tanto el profeta Elías como mi ponderada
vecina son clara excepción a la regla general.
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