martes, 7 de julio de 2020

Carmen Calvo se comió el marrón



Lo de ayer en la  catedral de la Almudena no fue un funeral de Estado ni estuvo presidido por Felipe VI. Fue un acto promovido por la Conferencia Episcopal y presidido por Juan José Omella, arzobispo de Barcelona.  El rey, su consorte y sus dos hijas (todos de luto riguroso) fueron meros asistentes al acto religioso. Se ha criticado mucho en la prensa conservadora las ausencias de Sánchez y de Iglesias. A mi entender, la Constitución Española, en su artículo 16.3, establece el principio de la aconfesionalidad del Estado. En consecuencia, la asistencia o no a cualquier acto religioso pertenece a la discreción del ciudadano.  Lo que procedería, a mi criterio, serían dos cosas: la primera, modificar la Constitución; y, la segunda, terminar con los acuerdos con la Santa Sede de 1979. Ningún gobierno se ha “atrevido” a hacerlo hasta el momento. La Iglesia Católica debería pagar impuestos como lo hace todo ciudadano y no debería gozar de privilegio alguno ante el Fisco. Pedro Sánchez  se excusó por su viaje a Lisboa. Iglesias prefirió asistir a un mitin en el País Vasco. Pero el Gobierno sí estuvo presente en el acto, con la representación de  Carmen Calvo. Lo que no hay derecho es a los insultos, como  gritar “Gobierno asesino” y “¿dónde están los muertos?”,  por  unos energúmenos “adiestrados” desde la ultraderecha con el único fin de desgastar al Gobierno legítimo. Hicieron bien tanto el presidente Sánchez como el vicepresidente Iglesias en no asistir a ese funeral. Nadie asiste a un acto, sea civil o religioso, para que le vilipendien. Los muertos de la pandemia  -que se entere ese vocerío de impresentables-  están enterrados con respeto. Como debe ser. Los que no sabemos dónde están son los ciudadanos que todavía permanecen en cunetas y en barrancos, y que la rancia derechona, que orina agua bendita, no quiere que se les localice y se les dé un entierro decoroso. Y en lo que a ello respecta, la Conferencia Episcopal siempre mantuvo un vergonzoso silencio. ¡Ya vale, hombre, ya vale!

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