Leo en la prensa que una encuesta revela que el 95%
de la hostelería zaragozana no es rentable en estos momentos y que el 40% de
ellos se plantea cerrar. Bueno, quizás sobren muchos bares y bastantes
restaurantes en España. Hubo un tiempo en el que cualquier cesante, con el dinero
que percibía de la indemnización por despido, se hacía con un bar en traspaso sin tener repajolera idea del negocio, abría
la persiana en cualquier calle de un barrio y enseguida ponía unas mesas de velador
en la calle para aquellos clientes que no podían vivir sin fumar y sin lanzar
baladros hasta la hora de cierre del local. Y a esos clientes de baja estofa y
consumidores de “cerveza a morro”,
también al dueño del local, les importaba un carajo de la vela si los
vecinos no podían conciliar el sueño. De nada servía dar aviso a la Policía
Local. Te cobraba la llamada la empresa de telefonía y los encargados de
mantener el orden nunca asomaban la gaita para hacer las debidas comprobaciones. Como en la película “Bienvenido míster Marshall”, siempre pasaban de largo a bordo de los coches-patrulla.
Parece evidente que a bordo de un automóvil ni se puede contar el número de
mesas existentes en las aceras ni el griterío que produce el exceso de alcohol
y la falta de urbanidad de un público de
cuadra. En resumidas cuentas, si cerrasen el 40% de esos inmundos locales,
muchos de ellos gobernados por chinos y por hosteleros no profesionales, ganarían los vecinos en salud y en nivel de vida. He
visto terrazas donde alrededor de una mesa hay ocho o diez clientes, todos ellos
sin mascarilla y constriñendo el paso a los peatones. Y no pasa nada. Por esa
razón señalo que si algunos desaprensivos se ven abocados a cerrar su negocio,
ya tardan. Va siendo hora de que la hostelería sea manejada por profesionales
conocedores del oficio y respetuosos con los clientes, a los que deseo suerte en sus negocios.
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