A las cantaoras de coplas de la primera mitad del
siglo XX les exigía el público de cafetín, o de patio de butacas, lo que valoraba
en el escenario, o sea, que entonasen con pasión y que supiesen dramatizar con la mímica
adecuada las letras de sus canciones; verbigracia: cuando cantaban “Torre de arena” o el “Romance de la reina Mercedes”. De ello sabían
mucho, tanto el jerezano Antonio
Quintero (que componía sainetes) como
Rafael de León (poeta) y Manuel Quiroga (músico), aquel trío de
andaluces irrepetible a la hora de componer la letra y la música de cada
tonadilla. Llegaron a registrar más de 5.000 canciones. El sevillano Rafael de
León (Marqués del Valle de la Reina,
marqués de Moscoso, y conde de Gómara) nació en la misma
calle que Antonio Machado, la calle
Dueñas, estudió con García Lorca y
estuvo en la cárcel con León Felipe.
Murió en Madrid el 9 de diciembre de 1982 en el más absoluto olvido. Manuel López-Quiroga,
que tal era su verdadero nombre, también era sevillano de nación. Comenzó
tocando el órgano en los jesuitas de la calle Jesús del Gran Poder, muy cerca
de la Alameda de Hércules, cuna del toreo. Murió en Madrid el 13 de diciembre de
1988. Además del piano, manejaba con maestría el violín. Quién no recuerda a Pastora Imperio, Estrellita Castro, Concha
Piquer, Marifé de Triana, Juanita Reina, La Niña de Antequera… A
Estrellita Castro la pude ver en cierta ocasión por una calle de Sevilla, no
recuerdo ahora si en la calle Manuel Laraña o en la calle Imagen. Era una mujer
menuda, de aspecto dulce, y conservaba su acostumbrado caracolillo sobre la
frente. La saludé con respeto. Me dijo que yo carecía de acento andaluz. Le
contesté que era aragonés. Al poco, apareció
un hombre, tras haber dejado aparcado un coche en la calle Rioja y saludado al “gorrilla”
con un apretón de manos. Supuse que sería su representante, Demetrio Corbi. Ambos penetraron en el Hotel Biarritz y yo proseguí mi camino hacia Puente de Triana
bajo un sol de membrillo, mientras la Torre del Oro, a mi izquierda, entre un
revoloteo de vencejos acharolados y limpios se asomaba al Arenal con la
curiosidad de una atildada jovencita que no tiene novio. Me acordé del trianero
José Núñez Meléndez, Pepe el de la Matrona, que comenzó a
cantar a los 12 en una taberna de Burguillos: “Puente de Triana/ se cayó la barandilla/ y el coche que la llevaba”.
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