domingo, 12 de julio de 2020

La carabina de Ambrosio



Cuando cunde la hambruna calagurritana hay prioridad para aquel que ofrece un plato caliente, así como desprecio hacia quienes tratan por todos los medios a su alcance de saquear al viajero in fraganti (y en mor del estraperlo) con el talego de azúcar 'blanquilla', la ristra de chorizos de Arceniega, la alforja con queso del Roncal, o la barquilla con cebollas de Fuentes de Ebro, a las que los doctos atribuyen propiedades para apaciguar la pavorosa gota, el desesperante reumatismo, el innombrable mal de ojo, las molestas purgaciones de garabatillo, las preocupantes tercianas persistentes, el prurito de escroto y las vegetaciones en las trompetillas nasales que abocan al hablar gangoso y al respirar cansino, por este orden. El hijoputa que disparaba de día con carabina (Luis Montoto hacía referencia en ABC a un tal Ambrosio, que con su carabina disparaba cañamones) al mirlo y al tordo, y de noche, ayudado de  farol de ferroviario,  al dormido gorrión,  bien mereciera sufrir alguno de los males descritos, o  muchos que no se sosiegan con las cebollas de Fuentes, ni  aplicando “Laxén Busto”, ni encomendándose a san Pacomio, que llegó a tener bajo su responsabilidad a siete mil monjes, ni a  san Enoch, que en la Biblia aparece como padre de Matusalén, ni a san Bernabé que murió bajo un pedrisquero, ni a Venancio, que no  llegó a ser alzado a los altares, pese a haber sido el mejor “interior derecho” de la delantera del Athlétic de Bilbao. Males como la fiebre aftosa, la escrofulosis, el bocio, el tabardillo pintado o el vómito negro, como escarmiento, por el hecho  vil  y despreciable de  arcabucear con aire comprimido, cazar al espartillo, con cepo, con visco y con ajonje,  alicortar  y enjaular a las aves y  tratar a toda costa de desguazar la ya de por sí desequilibrada cadena trófica. Cela señala en su “Mazurca para dos muertos”, que “los mejores chorizos del mundo son los de Ádega, los que se tragaba enteros sin el cordel el difunto Cidrán y que tan buena color le proporcionaban. Chorizos procedentes de cerdos matados con herramienta de hierro dulce, no de acero, y según la costumbre conocida, es decir, con mala leche, con venenoso regosto y a traición. Se cuelgan los que se han de comer pronto y se guardan en unto, después de haberlos limpiado bien limpios, los que se quieren conservar”. 

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