Cuando cunde
la hambruna calagurritana hay prioridad para aquel que ofrece un plato
caliente, así como desprecio hacia quienes tratan por todos los medios a su
alcance de saquear al viajero in fraganti (y en mor del estraperlo)
con el talego de azúcar 'blanquilla', la ristra de chorizos de Arceniega, la
alforja con queso del Roncal, o la barquilla con cebollas de Fuentes de Ebro, a
las que los doctos atribuyen propiedades para apaciguar la pavorosa gota, el
desesperante reumatismo, el innombrable mal de ojo, las molestas purgaciones de
garabatillo, las preocupantes tercianas persistentes, el prurito de escroto y
las vegetaciones en las trompetillas nasales que abocan al hablar gangoso y al
respirar cansino, por este orden. El hijoputa que disparaba de día con carabina
(Luis Montoto hacía referencia en ABC a un tal Ambrosio, que con su carabina disparaba cañamones) al mirlo y al
tordo, y de noche, ayudado de farol de ferroviario, al dormido gorrión, bien mereciera sufrir alguno de los males
descritos, o muchos que no se sosiegan
con las cebollas de Fuentes, ni aplicando
“Laxén Busto”, ni encomendándose a san Pacomio, que llegó a tener bajo su
responsabilidad a siete mil monjes, ni a
san Enoch, que en la Biblia aparece como padre
de Matusalén, ni a san Bernabé que murió bajo un
pedrisquero, ni a Venancio, que
no llegó a ser alzado a los altares,
pese a haber sido el mejor “interior derecho” de la delantera del Athlétic de Bilbao. Males como la fiebre
aftosa, la escrofulosis, el bocio, el tabardillo pintado o el vómito negro,
como escarmiento, por el hecho vil y despreciable de arcabucear con aire comprimido, cazar al
espartillo, con cepo, con visco y con ajonje,
alicortar y enjaular a las aves
y tratar a toda costa de desguazar la ya
de por sí desequilibrada cadena trófica. Cela
señala en su “Mazurca para dos
muertos”, que “los mejores chorizos
del mundo son los de Ádega, los que se tragaba enteros sin el cordel el difunto
Cidrán y que tan buena color le proporcionaban. Chorizos procedentes de cerdos
matados con herramienta de hierro dulce, no de acero, y según la costumbre
conocida, es decir, con mala leche, con venenoso regosto y a traición. Se
cuelgan los que se han de comer pronto y se guardan en unto, después de
haberlos limpiado bien limpios, los que se quieren conservar”.
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