Como en el fandango: “Vela, / el barco de
mis amores, / no tiene más que una vela,/ remendadita y
graciosa, / igual que mi María Manuela, / que es morena
y muy garbosa”. Antonio Burgos, en ABC de Sevilla, escribía ayer sobre el funeral de Estado por
las víctimas del covid. Se preguntaba: “Si el acto era en el
Patio de la Armería del Palacio Real, ¿por qué no invitaba el Rey?”. Y se
respondía: “No. Aquí invitaba el presidente del Gobierno en una casa que además
no era la suya. Vamos, como el que te convida a comer en Casa Ciriaco”. Y se
volvía a preguntar perplejo si ese funeral de Estado, con solemnísima misa de Réquiem incluída, no se había celebrado
días antes en la catedral de la Almudena. Pues no, mire usted. Aquel acto, que
tampoco estuvo presidido por Felipe VI
sino por el presidente de la Conferencia
Episcopal Juan José Omella, y no fue
de ninguna de las maneras un acto oficial pese a que estuviesen presentes el jefe
del Estado, su consorte y sus hijas. En todo acto oficial en un Estado de
Derecho, y España es un Estado de Derecho donde su Constitución (artículo 16.3)
señala que es aconfesional, parece
normal que sea más correcto colocar un pebetero con una llama que un crucifijo
durante el homenaje a los muertos por una pandemia, un terremoto, un acto terrorista o un choque de trenes. Pero
Burgos, erre que erre, se sigue haciendo preguntas, quizás esperando unas posibles
respuestas de sus lectores que le satisfagan: “Si de tal se trataba [la ceremonia
civil], ¿por qué no se celebró mejor en el Templo de Nebod, que hubiera quedado
mucho más apropiado, más druida, en el solar de las que fueron ruinas del Cuartel
de la Montaña?”. Pero a Burgos le molestan más cosas, como que se recitaran en
el acto civil unos versos de Octavio Paz,
que se utilizasen unas “impresentables
sillas de plástico en tan histórico lugar, dispuestas en un círculo, con
perdón (sic), como del corro de la patata”, y que la bandera de España estuviese “como
una más”, sin destacar entre las autonómicas. Todavía no se ha enterado este
columnista que las Autonomías y sus respectivas banderas conforman el Estado,
además de la rojigualda (reinstaurada tras la guerra civil por los golpistas) y
la bandera de la UE, a la que España cedió soberanía. En fin, se dice que cuando el diablo no
sabe qué hacer, con el rabo mata moscas. Uno es libre de perder el tiempo en
cuestiones fútiles, más aún si escribe artículos de opinión y cobra por ellos.
Pues nada, Burgos, adelante con los faroles.
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