martes, 14 de julio de 2020

Soltando el freno de mano





Señalaban los doctores de la Iglesia, “que nos sabrán informar” según proclamaba el “Astete” (también el “Ripalda”), que los alacranes, las escolopendras y las viudas negras eran imposibles de dejarse someter por san Trifón, práctico en la doma de basiliscos y cuélebres, mezcla de culebra y liebre, provistos de pelos puntiagudos en las ingles y en los sobacos, y a los que  nadie había visto jamás, que caminaban semiarrastrados por los yesos en estratos de origen lacustre de la Sierra de Armantes, pero algunos intuían que se paseaban por las escarpas y por los desfiladeros, cerca de las dolinas y de los socavones salitrosos. Aquellos estratos eran, para que puedan hacerse una idea, como los milhojas de la bilbilitana Confitería Micheto, y también de la Confitería Caro, aunque estos últimos se me antojasen de sabor algo enranciado y  con menos socapa de azúcar glas sobre la tapa superior, la que observaba de niño con detenimiento en los cristales de los escaparates y que tanto me atraían por lo que tengo de laminero de ascendencia habanera, por mi padre, o de ascendencia de los Remates de Guane, por mi abuela, puesto que los cubanos detentaron siempre fama de golosos. También me atraía el dulce de guayaba, la melcocha hecha con melado de caña, el cusubé, la mermelada de violeta y clavel, la cafiroleta, y la guanábana, todos ellos imposibles de encontrar en esos secarrales con pequeños oasis, presididos por toscas ermitas con espadañas aunque sin campanas ni nidos de cigüeñas. Por aquellos pagos también se movían a su albedrío los cuélebres, los alacranes, las escolopendras y las viudas negras, donde convenía rezar un ramillete de jaculatorias por evitar los chispazos del soplete del averno. No sé quiénes construyeron aquellas ermitas ni cuándo, pero no debemos olvidar que, por ejemplo, en 1437 el obispo Alonso de Madrigal, más conocido por El Tostado, ordenaba presbíteros a aquellos abulenses que lo deseasen, fuesen cristianos, moros o judíos, si contribuían con madera, cal y ladrillos a las obras de la iglesia de San Nicolás. Como nos recordaba Américo Castro, “de no haber existido conversos ni Inquisición, no existirían ‘La Celestina’, la poesía de fray Luis de León, la de Góngora, las obras de Cervantes y muchas otras extraordinarias realizaciones”. Y Castro añadía líneas más abajo que “la subordinación de la cultura secular a la religiosa impidió a los españoles incorporarse al curso de la civilización europea”.

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