Julio, agosto y septiembre constituyen el epicentro de casi todas las ferias, fiestas
y romerías de nuestro suelo patrio. Son meses de movilidad y es ahora cuando la
gente se relaja, ocupa las terrazas, trasnocha y no guarda, en muchos casos, esas medidas de
seguridad tan necesarias contra la pandemia. Da miedo sólo pensar que podría
llegar una segunda crisis, un nuevo confinamiento y otro parón brusco de la
economía. De ser así, no terminaremos de vislumbrar el final del inquietante
túnel, negro como la sotana de un cura.
La relajación, en consecuencia, puede ser fatal. Según los científicos, entre
ellos Margarita del Val, señalan que el virus Covid 19 (causante de la neumonía de Wuhan) está hoy
mucho más presente que cuando se decretó el estado de alarma, y que existen 15
veces más casos activos y personas asintomáticas capaces de contagiar. La
prometida vacuna parece aún lejana, en el supuesto de que algún día se consiga.
Siempre se puede luchar contra los elementos, pese a lo que un día dijera Casto
Méndez Núñez. Pero el ciudadano debe tener fuerza de voluntad, ponerse la
mascarilla cuando sale de casa, guardar las distancias de seguridad que
recomienda la OMS y evitar reuniones masivas en ágoras y odeones. El epidemiólogo
norteamericano que vaticinó la mutación
del coronavirus, Michael T. Osterholm,
afirmó en su libro “La amenaza letal”
que “habrá brotes de virus peores” e incluso una gran pandemia de gripe como la
de 1918, mal llamada gripe española,
que mató cerca de 100 millones de individuos. Pero de la mayor tragedia que actualmente
padecemos en el mundo no aprendamos nada. Dejar este feo asunto en manos del
filósofo Illa, aupado al Ministerio
de Sanidad por obra y gracia de Sánchez,
ha sido como escuchar una conferencia sobre Kant de boca de un palafrenero. La Sexta Extinción masiva ya está en marcha. La mitad de los animales
que vivieron en la Tierra ya ha desaparecido. Para que nos hagamos una idea,
desde el Descubrimiento de América han desaparecido más de 320 vertebrados
terrestres; y de las especies que sobreviven, la población ha disminuido una
cuarta parte. Algo parecido ha sucedido con los invertebrados. Dos ejemplos
claros son el de los gorriones y el de las abejas, por diversas causas: el
control de plagas, la alteración del clima por la contaminación y la pérdida de
su hábitat. La economía es un factor importante en el engranaje nacional, pero
por encima de esos necesarios recursos está la salud de los ciudadanos que, en
su conjunto, conformamos el Estado. No hay que olvidar que el Estado de bienestar social hizo crisis
mucho tiempo antes de la pandemia (por su alto coste, elevada presión fiscal,
desmotivación del ciudadano e ineficacia en el gasto). Y la que nos ha caído
encima ahora con el coronavirus no ha hecho más que agudizar un problema endémico
ya de por sí preocupante. Antes, no se supo controlar el desastre de las cajas
de ahorro por parte del Banco de España (banco de banqueros); y, ahora, no se
han sabido controlar a las residencias de ancianos (principal foco de
propagación del virus). ¿Qué será mañana? Arar con estos bueyes resulta harto
dificultoso.
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