viernes, 3 de julio de 2020

Bomba de relojería



Julio, agosto y septiembre constituyen  el epicentro de casi todas las ferias, fiestas y romerías de nuestro suelo patrio. Son meses de movilidad y es ahora cuando la gente se relaja, ocupa las terrazas, trasnocha y  no guarda, en muchos casos, esas medidas de seguridad tan necesarias contra la pandemia. Da miedo sólo pensar que podría llegar una segunda crisis, un nuevo confinamiento y otro parón brusco de la economía. De ser así, no terminaremos de vislumbrar el final del inquietante túnel,  negro como la sotana de un cura. La relajación, en consecuencia, puede ser fatal. Según los científicos, entre ellos Margarita del Val,  señalan que el virus  Covid 19 (causante de la neumonía de Wuhan)  está hoy mucho más presente que cuando se decretó el estado de alarma, y que existen 15 veces más casos activos y personas asintomáticas capaces de contagiar. La prometida vacuna parece aún lejana, en el supuesto de que algún día se consiga. Siempre se puede luchar contra los elementos, pese a lo que un día dijera Casto Méndez Núñez. Pero el ciudadano debe tener fuerza de voluntad, ponerse la mascarilla cuando sale de casa, guardar las distancias de seguridad que recomienda la OMS y evitar reuniones masivas en ágoras y odeones. El epidemiólogo norteamericano que vaticinó  la mutación del coronavirus, Michael T. Osterholm, afirmó en su libro “La amenaza letal” que “habrá brotes de virus peores” e incluso una gran pandemia de gripe como la de 1918, mal llamada gripe española, que mató cerca de 100 millones de individuos.  Pero de la mayor tragedia que actualmente padecemos en el mundo no aprendamos nada. Dejar este feo asunto en manos del filósofo Illa, aupado al Ministerio de Sanidad por obra y gracia de Sánchez, ha sido como escuchar una conferencia sobre Kant de boca de un palafrenero. La Sexta Extinción masiva ya está en marcha. La mitad de los animales que vivieron en la Tierra ya ha desaparecido. Para que nos hagamos una idea, desde el Descubrimiento de América han desaparecido más de 320 vertebrados terrestres; y de las especies que sobreviven, la población ha disminuido una cuarta parte. Algo parecido ha sucedido con los invertebrados. Dos ejemplos claros son el de los gorriones y el de las abejas, por diversas causas: el control de plagas, la alteración del clima por la contaminación y la pérdida de su hábitat. La economía es un factor importante en el engranaje nacional, pero por encima de esos necesarios recursos está la salud de los ciudadanos que, en su conjunto, conformamos el Estado. No hay que olvidar que el Estado de bienestar social hizo crisis mucho tiempo antes de la pandemia (por su alto coste, elevada presión fiscal, desmotivación del ciudadano e ineficacia en el gasto). Y la que nos ha caído encima ahora con el coronavirus no ha hecho más que agudizar un problema endémico ya de por sí preocupante. Antes, no se supo controlar el desastre de las cajas de ahorro por parte del Banco de España (banco de banqueros); y, ahora, no se han sabido controlar a las residencias de ancianos (principal foco de propagación del virus). ¿Qué será mañana? Arar con estos bueyes resulta harto dificultoso.

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