martes, 29 de septiembre de 2020

Apoyá en el quicio de la mancebía...

 

A los españoles nos salva que nos reímos hasta de nuestra propia sombra. Por estos lares ha faltado tiempo, tras conocer la entrada en concurso de acreedores de la conocida marca francesa Duralex, para que a algunos les “preocupe” que, a este paso, hasta pudiera ocurrir que llegase a disolverse, en leche, claro, el famoso Colacao; algo que a día de hoy se me antoja más dificultoso que la licuación de la sangre de san Jenaro. Hasta las epidemias se terminan moteando para quitarles fuerza a la bacteria Rickettsia prowazecki, que tiene bemoles el nombrecito. ¿Quién no ha oído hablar del tifus exantemático de la posguerra transmitida por piojos? Recomiendo la lectura de “Madrid en la posguerra”, de Pedro Montoliú Camps para rebozarnos en el merengue. Aquella epidemia terminó por llamarse “el piojo verde”. Se extendió por chabolas, cárceles, talleres, oficinas y escuelas infantiles. Se hicieron redadas a mendigos para afeitarles la cabeza sin importar si eran hombres o mujeres, y después de ello se les daba bolitas de alcanfor para que las pusieran entre la ropa. Los periódicos aconsejaban lavados con formol. ¡Ahí es nada! La falta de higiene también provocó sarna, tiña y piodermitis, sin olvidar la tuberculosis, que se cebó en los adolescentes de la misma manera que ahora la Covid-19 se ha cebado con los ancianos. La palabra tuberculosis se convirtió en tabú. Los familiares del enfermo decían que “estaba del pecho” para evitar decir tísico. A todo ello había que incluir la máquina represiva impuesta por Franco; y, también, que muchos productos de consumo había que adquirirlos en el mercado negro a precios abusivos. Y en ese escaparate de atrocidades apareció el piojo verde para hacer bueno el refrán “a perro flaco todo son pulgas”. Se cuenta que en aquellos años estaba muy de moda “Ojos verdes”, una canción compuesta por Rafael de León, Manuel Quiroga y Salvador Valverde, partiendo del germen brotado en 1931 durante un encuentro entre Rafael de León, Federico García Lorca y Miguel de Molina en el café La Granja Oriente, en Barcelona, por los mismos días en los que se estrenaba Yerma. Rafael de León escribió en una servilleta algunas frases sobre el verde típico de Andalucía, inspirándose en el “Romance sonámbulo” de  García Lorca. A partir de ahí, León y Valverde compusieron la letra. La música la puso el maestro Quiroga. Se estrenó la canción en Madrid en 1937, en el Teatro Infanta Isabel durante el segundo acto de “María Magdalena”, de Quintero, Valverde y Quiroga, interpretada por Rafael Nieto.  Ese mismo año fue grabada por Concha Piquer, y dos años más tarde, en 1939, por Consuelo Heredia. La Iglesia Católica la calificó como execrable. Durante el franquismo se prohibió su radiodifusión y la censura obligó a que se cambiase “Apoyá en el quicio de la mancebía” por “apoyá en el quicio de tu casa un día”. La letra de la canción contaba la historia de una prostituta prendada de los ojos verdes de un cliente, al que finalmente no le cobra sus servicios. La censura trató de prohibirla, pero debido a la gran difusión resultó imposible. En el año 1942 comenzó a manifestarse la epidemia de tifus exantemático y la persecución de los piojos transmisores de la enfermedad,​ lo que provocó un sincretismo lingüístico mezclando ambos conceptos: piojos y ojos verdes.​

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