martes, 8 de septiembre de 2020

La "nueva normalidad"



Leo con atención un artículo de José Luis de Arce, “Tiempos de tristeza”, en el diario Heraldo de Aragón. No puedo estar más de acuerdo con él. De Arce señala: “Percibo en mi entorno algo así como un abatimiento generalizado, una cierta desesperanza, una sensación de tristeza. Como si fuera el fin de algo, un incierto cambio de etapa, el inicio de una situación confusa e inquietante”. Y por asociación de ideas, a De Arce le vienen a la memoria las últimas escenas de la película “La hora final”, de Stanley Kramer, donde gran número de ciudadanos esperan en las playas australianas “entre histérica diversión”  la llegada de una nube radiactiva dispuesta a acabar con todo bicho viviente. Era la misma “histérica diversión” que días pasados aconteciera en El Tubo zaragozano con motivo de la apertura de la mal llamada “nueva normalidad” de bares de copas. Ahí tenía, a mi entender, responsabilidad directa el alcalde Azcón por su falta de previsión del “tsunami festivalero” y por ser él el responsable directo de la Policía Local, encargada de evitar aglomeraciones como las que allí se produjeron. De Arce añade a propósito de estos tiempos de desesperanza:  No sé bien si es miedo o resignación, pero a medida que pasan los días y aumenta sin parar la cifra de nuevos enfermos, de ingresados en ucis y de muertos, se incrementa en paralelo ese sentimiento que aqueja a la gente de saber que cada uno puede ser objetivo del maldito virus con lo que eso conlleva para tu propia seguridad, que ha sido uno de los bastiones de ese estado del bienestar que parece que declina lenta pero inexorablemente, como el sol del otoño que se acerca”. Al día siguiente de los acontecimientos en El Tubo, leía en la prensa comentarios de los dueños de los bares, en los que pretendían hacer creer al lector que ellos estaban siempre dentro de la normativa, que intentaban que se  mantuviesen los aforos dentro de sus locales, que eran los clientes los que no sabían comportarse…, etcétera. Lo que no expresaban, claro, era que quienes hacían caja eran ellos. Y esa “rara” situación, en la que se lanzaban los virus a la cabeza unos a otros, me recordó otra película: “Danzad, danzad, malditos”; donde retrocedemos a 1932, con un escenario donde una serie de personas desesperadas de todas las edades, acuden a bailar a los maratones como medio de conseguir comida y un sitio donde dormir bajo techo. Sólo hay un requisito: deben bailar para seguir vivos, mostrando un espectáculo cruel y degradante ante un público impasible que disfruta contemplándolos en un vano intento de olvidar sus propios problemas. En aquella toma y daca del film de Sydney Pollack, los propietarios hacían una buena caja y, en contraposición, los clientes conseguían gratis los elementos básicos para su supervivencia. Como en El Tubo: unos haciendo caja y frotándose las manos, y otros quitándose la mascarilla con la llegada de la “nueva normalidad”. Que Dios nos ampare, hermano.

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