Muchas personas de mi edad recordamos que siendo
niños, si vivíamos en zonas rurales, matábamos muchas horas persiguiendo
lagartijas. Sentíamos hacia ellas una atracción especial. Eran ágiles y
difíciles de cazar. Siempre encontraban un agujero por donde escapar de una muerte
segura. Hoy acabo de leer en la prensa que las lagartijas ibéricas están a
punto de desaparecer por el calor y la sequía. Dicen los que saben de estas
cosas que la ausencia de agua para beber reduce la temperatura máxima que
pueden tolerar esos reptiles. Muchas lagartijas -recuerdo- perdían la cola en un intento de
salvar su vida. Y lo que más llamaba la atención era que aquella cola
autotomizada seguía moviéndose durante mucho rato. Un día perdí mi capacidad de
sorpresa cuando leí en una enciclopedia que la energía
para los movimientos de la cola se obtenía a partir de la conversión de glucógeno
almacenado en la cola en lactato. Tampoco entendí aquellos conceptos demostrados
por la Ciencia, pero tuve claro que lo que contaban mis compañeros de “aventuras”
no se sostenía. Alguno de ellos estaba
convencido de que el movimiento de la cola de las lagartijas desprendidas del
cuerpo hacía la burla a Dios, que se lo había dicho Paquito Jerez, el mismo que escuchaba historias de la guerra cuando
acompañaba a su abuelo Rufo en los
paseos por el campo. También a mí, Paquito
Jerez me contó en cierta ocasión retazos de historias que le había transmitido
su abuelo Rufo, excombatiente en la Batalla del Ebro. Un día, Paquito Jerez le
preguntó a su abuelo que cómo eran los rojos. Y su abuelo Rufo se los describió
de tal forma que aquella noche Paquito no pudo conciliar el sueño. “Llevaban –le
dijo- las patillas en forma de hachones, correaje sobre el mono añil, chapiri
con borla roja y un largo rabo como el de las lagartijas. Se dedicaban a quemar
iglesias y conventos. Desenterraban las momias de los claustros y las ponían de
pie apoyadas en las paredes…”. Más
tarde, Paquito Jerez transmitió lo que le había dicho su abuelo Rufo al resto
de compañeros de correrías. Y tal vez, por asociación de ideas, éstos creyeron
a pies juntillas que los rabos cercenados de las lagartijas hacían la burla a
Dios.
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