martes, 15 de septiembre de 2020

Rosas degolladas



Se acercan las fiestas del Pilar, es decir, las “no fiestas”, y los floristas se ponen nerviosos por suprimirse la Ofrenda por culpa de la pandemia. Proponen que los zaragozanos llenemos los balcones de nuestras viviendas de flores para que se vayan marchitando lentamente, como sucede con las ilusiones de esos niños que esperan el día de su cumpleaños recibir a determinados amiguitos en su casa; y va pasando la tarde y no aparecen. Los padres de los niños invitados no habían podido llevar a sus hijos el convite por tener otros compromisos, no se sabe cuáles. El cumpleañero no suele decir nada, pero se le nota triste y con ganas de irse pronto a la cama. “Mañana –piensa- será otro día”. Hoy leo en El Español que las tiendas de suvenires del centro de Madrid no venden prácticamente  nada, que  hacen cajas diarias de 15 ó 20 euros en Gran Vía, Sol, o Callao. Algunos comerciantes, ojipláticos por el desastre que se les viene encima, han optado por el último recurso: vender helados. Y ni por esas. España se está convirtiendo en un país triste y desangelado donde al mirarnos a la cara sólo vemos mascarillas, que son como el telón de los teatros cuando anuncian el final de la función. Este es un país en el que aquellos tipos que menospreciaban a los mileuristas, ponen ahora un cirio al santo de su devoción para que puedan tener acceso a cobrar el ERTE aunque sea hasta diciembre.  Los turistas no llegan y los suvenires no se venden. Me viene a la cabeza Mariano José de Larra y la carta de Andrés Niporesas a Fígaro fechada en París el 10 de mayo de 1836: “Yo rogaré a santa Rita, abogada de imposibles, por la prosperidad de nuestra patria”. Y resignados, seguimos por los caminos de las sombras tarde arriba donde a veces, sólo a veces, vemos el vuelo de palomas blancas que son como pañuelitos diciéndonos adiós, ya oscureciendo.

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