En 1918 un
viejo profesor, Pepín Fernández,
director de la banda de música del concejo de Salas (Asturias), y que antes
había sido funerario y corresponsal de prensa, inauguraba un café donde se
celebraban curiosas tertulias y que a la vez era casa de comidas, con el nombre
de La casa del profesor. A los pocos
años de su inauguración, una de sus hijas, Carmina,
comenzó a elaborar unas pastas de avellana destinadas a complementar los
desayunos de los clientes. Y por aquel establecimiento merodeaba otro de sus
hijos al que los clientes conocían como Falín.
Por aquel local acudían muchos lugareños y algún indiano recién llegado de
América. En cierta ocasión, uno de aquellos indianos solicitó de Falín que le
pusiese junto al café una de aquellas pastas. Pero el indiano, que desconocía
el nombre de la cotufa, se limitó a decir: “Anda, Falín, acércame uno de esos
carajos”. Y aquel producto culinario, que hasta entonces no tenía nombre fue
bautizado como “carajito”. Y así se
quedaron, como “carajitos del profesor”.
Ha pasado más de un siglo y en aquel establecimiento, que hoy es una confitería
de postín, se siguen vendiendo los famosos “carajitos”
como algo típico de Salas, que ya son tan famosos como el pantruque, la
moscancia, el xuan, el chosco de Tineo, el
cachopo, los frixuelos, los borrachinos, las casadielles, los carbayones,
etcétera. La confección de los “carajitos
del profesor” es sencilla. Para 6 raciones: 20 cucharadas de avellana molida,
4 cucharadas de azúcar y 1 clara de huevo. La avellana se mezcla con el azúcar
y se va añadiendo poco a poco la clara hasta conseguir una masa uniforme. Se
engrasa un papel blanco con mantequilla en él se hacen una tortitas de
tamaño pequeño. A continuación se meten al horno unos pocos minutos,
vigilándolas hasta comprobar que se han dorado. En la actualidad se venden embolsados
en la selecta confitería.
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