domingo, 6 de septiembre de 2020

Monteleón, 11. Razón: portería



Dar una vuelta por Malasaña es siempre reconfortante. Calle de Fuencarral arriba, antes de llegar a la glorieta de Bilbao torcemos a la izquierda y por Divino Pastor, llegamos a  la calle Monteleón. En esa calle, en el número 11, hubo un portero pequeño y regordete al que los vecinos no le dirigían la palabra. Algunos hasta tocaban madera. Aquel portero se llamaba Antonio López Sierra y entre los años 1952 y 1974, antes de hacerse cargo de la portería del inmueble, había ejercido de funcionario (verdugo titular de la Audiencia Territorial de Madrid, desde 1949).  Como bien lo describía Antonio Pérez (“Somos Malasaña”, 18/03/2019).  “López Sierra nació en una familia pobre de solemnidad, aprendió temprano el oficio de cerrajero y pronto también acabó condenado a 12 años de cárcel por un atraco en una gasolinera. De la cárcel vio salida alistándose en el 36 en la Legión para luchar con el bando nacional y al acabar la guerra «como en Badajoz no había más que hambre, me tuve que presentar voluntario para la División Azul», declara ante la cámara de Martín Patino. Posteriormente, trabajó como barrendero en Berlín hasta que se hizo pasar por sifilítico para lograr que lo repatriaran. De vuelta a una España sin trabajo y ganándose la vida en el estraperlo fue cuando un policía secreta le preguntó que si tenía valor para ser verdugo. «Lo mismo me da que sea verdugo, dándome de comer…» Así fue como Antonio López Sierra se inició en un oficio para el que «hay que tener un corazón muy duro», reconocía él mismo en el imprescindible Queridísimos Verdugos”. Tuvo en Madrid tres compañeros de profesión: Bernardo Sánchez Bascuñana (que actuó de ayudante suyo en la primera ejecución, la de Ramón Oliva Márquez, alias  Monchito.  López Sierra recibió una gratificación de 60 pesetas por aquel trabajo), Vicente López Copete (con el que años atrás había recorrido ferias vendiendo caramelos y haciendo pequeñas estafas) y José Monero Renomo. López Sierra fue el último ejecutor en España mediante garrote, en Barcelona,  en la persona de Salvador Puig Antich, si bien las últimas cinco ejecuciones se llevaron a cabo año y medio más tarde, es decir, el 27 de septiembre de 1975 en Hoyo de Manzanares, Barcelona y Burgos, todas ellas por fusilamiento y por miembros de la Policía Armada y de la Guardia Civil que se habían prestado como voluntarios. En el balance final de Antonio López Sierra constan 17 ejecuciones, entre ellas la de Pilar Prades Expósito, la envenenadora de Valencia, donde el verdugo tuvo que ser atiborrado de tranquilizantes, y la de José María Jarabo Pérez-Morris (que tardó más de veinte minutos en morir entre convulsiones), ambas en 1959 y con dos meses de diferencia. Antonio López Sierra, que había nacido en Badajoz en 1913,  murió a los 73 años en Madrid en 1986 y fue enterrado en el Cementerio de Carabanchel.

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