Dar una vuelta por Malasaña es siempre
reconfortante. Calle de Fuencarral arriba, antes de llegar a la glorieta de
Bilbao torcemos a la izquierda y por Divino Pastor, llegamos a la calle Monteleón. En esa calle, en el número
11, hubo un portero pequeño y regordete al que los vecinos no le dirigían la
palabra. Algunos hasta tocaban madera. Aquel portero se llamaba Antonio López Sierra y entre los años
1952 y 1974, antes de hacerse cargo de la portería del inmueble, había ejercido
de funcionario (verdugo titular de la Audiencia Territorial de Madrid, desde
1949). Como bien lo describía Antonio Pérez (“Somos Malasaña”, 18/03/2019). “López Sierra nació en una familia pobre de
solemnidad, aprendió temprano el oficio de cerrajero y pronto también acabó
condenado a 12 años de cárcel por un atraco en una gasolinera. De la cárcel vio
salida alistándose en el 36 en la Legión para luchar con el bando nacional y al
acabar la guerra «como en Badajoz no había más que hambre, me tuve que
presentar voluntario para la División Azul», declara ante la cámara de Martín Patino. Posteriormente, trabajó
como barrendero en Berlín hasta que se hizo pasar por sifilítico para lograr
que lo repatriaran. De vuelta a una España sin trabajo y ganándose la vida en
el estraperlo fue cuando un policía secreta le preguntó que si tenía valor para
ser verdugo. «Lo mismo me da que sea verdugo, dándome de comer…» Así fue como
Antonio López Sierra se inició en un oficio para el que «hay que tener un
corazón muy duro», reconocía él mismo en el imprescindible Queridísimos
Verdugos”. Tuvo en Madrid tres compañeros de profesión: Bernardo Sánchez Bascuñana (que actuó
de ayudante suyo en la primera ejecución, la de Ramón Oliva Márquez, alias Monchito. López Sierra recibió una gratificación de 60
pesetas por aquel trabajo), Vicente
López Copete (con el que años atrás había recorrido ferias vendiendo
caramelos y haciendo pequeñas estafas) y José
Monero Renomo. López Sierra fue el último ejecutor en España mediante
garrote, en Barcelona, en la persona de Salvador Puig Antich, si bien las
últimas cinco ejecuciones se llevaron a cabo año y medio más tarde, es decir,
el 27 de septiembre de 1975 en Hoyo de Manzanares, Barcelona y Burgos, todas
ellas por fusilamiento y por miembros de la Policía Armada y de la Guardia Civil
que se habían prestado como voluntarios. En el balance final de Antonio López
Sierra constan 17 ejecuciones, entre ellas la de Pilar Prades Expósito, la envenenadora de Valencia, donde el
verdugo tuvo que ser atiborrado de tranquilizantes, y la de José María Jarabo Pérez-Morris (que
tardó más de veinte minutos en morir entre convulsiones), ambas en 1959 y con
dos meses de diferencia. Antonio López Sierra, que había nacido en Badajoz en
1913, murió a los 73 años en Madrid en
1986 y fue enterrado en el Cementerio de Carabanchel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario