sábado, 26 de septiembre de 2020

Elogio de aquel cristal irrompible

 


Me produce una cierta tristeza que la marca francesa Duralex haya entrado en concurso de acreedores. El secreto de aquel vidrio casi irrompible ideado por la empresa Saint- Gobain en 1939 era su templado, o sea, pasar de los 700 grados centígrados a su enfriado rápido. Yo todavía conservo un vaso de los llamados “barrigones” en una estantería de la cocina. Un ejemplar de ese mismo vaso,  Gigogne, que así se denomina, está expuesto de manera permanente en el Museo de Artes Decorativas de París. Mi actual preocupación es que no se rompa en mil añicos. También poseo dos o tres platos en forma de margarita, bastante estropeados por el uso. Pronto, a este paso, serán un pequeño tesoro, como las pajitas y los vasos de papel encerados de McDonalds,  los botellines de Coca-cola con su nombre grabado en el verde cristal, o los viejos botes cilíndricos y de cartón de Colacao con tapa metálica y en los que se veía en su etiqueta a unos hombres de raza negra portando pesados sacos con un fondo de palmeras. El Duralex entró en casa de mis padres el día en el que apareció un vecino y tiró un plato de cristal al suelo del pasillo. Era el mismo vecino que años antes había entrado en casa con un transistor en la mano escuchado música. Tanto aquella radio sin hilos como el plato “irrompible” me parecieron cosa de brujos. Tiempo después el Duralex llegó a muchas casas. Siempre traía aquellas vajillas alguien que había pasado un fin de semana en Andorra y al que se le había hecho el encargo. Más tarde descubrí que aquel cristal  se rompía al caerse al suelo en determinada posición. Cuando eso sucedía, se destruía en mil pedazos pequeños. Para satisfacer la demanda española de aquel menaje, Saint-Gobain creó la empresa filial Vidriería de Castilla en Azuqueca de Henares (Guadalajara), que proporcionó trabajo a 500 trabajadores.

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