martes, 3 de agosto de 2021

Botellas de náufragos

 

 

Todavía hoy se puede ver en alguna carretera el famoso toro de Osborne, en frontales de casas de pueblos los baldosines anunciando el nitrato de Chile, y en viejas tiendas de comestibles reclamos de hojalata o de cartón clavados en su interior. ¿Quién no recuerda aquellos carteles en chapa de coñac Decano, anís del Mono, lámpara Philips, Avecrem, Garvey, Cerebrino Mandri,  los cubitos Maggi, el mayordomo de Netol, el  Laxen Busto,  el Calmante Vitaminado, o aquellas revistas ilustradas con dibujos estilizados de Rafael de Penagos de señoras esbeltas entre las páginas de La Esfera? Eran tiempos en los que “beber era cosa de hombres”, en los que con Persil lavaba más limpio, en los que La Española era una aceituna como ninguna y que las camisas debían ser de Terlenka. Y en la radio, antes del serial vespertino de Guillermo Sautier Casaseca sonaba aquello de “yo soy aquel negrito, del África tropical; y antes de escuchar el sosegado consultorio de Elena Francis sonaban en la concha de caracol de la enorme radio de válvulas unos consejos cosméticos sobre leches limpiadores de aceite de visón, tónicos y la estrella del programa, la crema hidratante Pons, belleza en siete días. Elena Francis nunca existió. Solo la voz de la locutora cubana Maruja Fernández del Pojo, muerta en 2001 en Piera (Barcelona). Cinco años después de su fallecimiento, en la masía abandonada de Can Tirel (junto a la vía de ferrocarril, en el barrio Fatjó, en Cornellá del Llobregat, propiedad de José Fradera) se encontraron alrededor de un millón de cartas de amas de casa roídas por las ratas, enmohecidas o deterioradas por el paso del tiempo. La inmobiliaria que más tarde adquirió aquella masía se desentendió del extraño correo y fue a parar al Archivo Comarcal del Baix Llobregat, que se hizo cargo de aquella correspondencia varada como conchas de berberechos en una playa solitaria del Algarve.

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