martes, 17 de agosto de 2021

Rodriguito Urgel, alias Lavativas

 


A mi entender, en lugar de haber colocado en su día los pintorescos toros azabaches de Osborne en las carreteras españolas, mejor se podrían haber instalado grandes paneles con furos bisontes de las Cuevas de Altamira. En eso del pelaje de los toros hay que saber distinguir entre el descrito negro azabache, de pelo fino y brillante; el negro mulato, con pelo negro mate y parduzco, como quemado; el negro zaíno, cuando no presenta pelos de otro color; y el salinero, con mezcla de pelos negros y colorados.  Pero no fue así. El “Bisonte” altamirano, que tenía el color castaño mate, tornándose a oscuro a ambos lados de la cabeza y con tonalidades rojizas en coronilla y paletillas, más delgado que el americano y con las patas más altas y giba sobre las paletillas, se convirtió en una marca de cigarrillos que los jóvenes sólo podían permitirse comprar los días de fiesta, para fardar con las mozas en edad de merecer en el baile del Salón Martínez, dotado de selecto servicio de ambigú. Los días de labor los mozos tiraban de celtas cortos, que era más económicos y hacían el mismo papel, o sea, el de echar humo y dejar los dedos índice y corazón de la mano izquierda impregnados de un color ocre, que es la variedad más sobria y elegante del color amarillo, como el color de las hojas viejas, de la tierra, de las rancias páginas de libros, del sol en la atardecida, no sé… El “Bisonte” era mucho más barato que el “Chester”, que sólo lo fumaba entonces un muchacho larguilucho que llegaba desde Barcelona durante las vacaciones estivales y decía conocer a la perfección el Barrio Chino y El Paralelo. Los jóvenes le hacían corro y Rodriguito Urgel, alias Lavativas, les hablaba de Lita Claver, de Merche Mar y de Carmen de Mairena. Aquello transmitía decadencia y un olor alcanforado de chaqué de  alquiler.  Rodriguito Urgel, alias Lavativas, nunca estuvo en el interior de El Molino. Todo se lo inventaba para darse pote. Les comentaba la elegancia que ponía la Bella Dorita cuando interpretaba  los cuplés “La vaselina” y “La pulga”. Rodriguito Urgel, alias Lavativa, lo que sabía sobre la Bella Dorita lo había leído en un libro que había comprado en la Librería Sánchez, en la calle Córcega, “L’avinguda de les il.lusions”, que ya casi se lo sabía de carrerilla. Solía añadir algo de su cosecha. A la imaginación hay que dejarla volar para que no se enquiste en el interior del colodrillo, que luego se sueña lo que no se desea soñar, o se acaba atorando el sifón de respirar, o se finaliza navegando por la campa lóbrega del deseo insatisfecho. Hay cosas que nunca se sabe cómo terminan.

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