jueves, 5 de agosto de 2021

Grillos

 


No tengo intención de escribir sobre los grillos ni de su conocido cri-cri, sino de una banderilla que se creó hace un siglo en Bilbao para acompañar al chiquiteo, que pasó al olvido y que ahora se recupera en las Siete Calles para hacer compañía en las barras de los bares, junto a las gildas (anchoa, guindilla y aceituna) y a los bilbainitos (huevo cocido, gamba y mayonesa). Los grillos, así les llaman, consisten en un trozo de patata cocida, a la que se le superpone algo de lechuga y de cebolla morada. Es posible que esa moda llegue pronto a Zaragoza, ciudad donde los “perdigachos” de Almau y de la Antigua Casa Paricio (sardinas en salmuera) se han hecho los reyes de las barras una vez desaparecido, ay, Casa Pascualillo y sus afamados ajetes de Ricla a la plancha, que en aquel templo sagrado de la degustación del Tubo, donde Guillermo Vela era el camarlengo, eran conocidos como “cigalas de huerta”. Por allí  (también por el Bar Texas, que hacía esquina frente a un sex-shop y que tenía las mejores papas bravas, las más finas lechillas de ternasco y los más codiciados boquerones albardados) pasaron músicos, actores, pintores, escritores y ciudadanos anónimos a degustar callos y madejas. El Bar Texas desapareció en 2018,  el día que murió Juan Lería Soria, después de haber pasado más de sesenta años a pie de obra. Todavía sigue el bar con su rótulo, aunque con la persiana bajada. En su interior supongo que seguirán colgadas matrículas de coches americanos y los azulejos con sentencias populares.  Pero volviendo a los grillos, el pincho parece rotundo para disipar el espectro del hambre. Lo que ya no sé es el precio de cada “enganchada”. Porque, oiga, un trocito de patata, una pizca de hoja de lechuga y algo de cebolla, todo ello ensartado en un palillo, no parece que sea el invento de la pólvora.

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