jueves, 19 de agosto de 2021

El Perna

En El Correo (29/10/2012), Pedro Mari Azofra hacía referencia a la revista  “Cuadernos de Tauromaquia” y a una reseña en tres partes (29/06/ 1948)  donde se anunciaba: “Gran corrida de novillos en Haro”. En la primera, cuatro novillos de Julia Marcilla, de Alfaro, para José Luis Alaiza 'El ciclón navarro', y Antonio Ordóñez  'Niño de la Palma', de Ronda, nuevo fenómeno del toreo. Empresario Luis Baquedano, histórico taurino navarro que dio vida y muchos festejos menores a los Ordóñez, en precario entonces, por la Ribera. Parearon Manuel Ordóñez, tío de Antonio y Pepe Gracia, abuelo de 'El Tato'. Como nota importante, decía el cartel: «La lidia de los novillos de Antonio la hará su padre, el famoso Cayetano Ordóñez  'Niño de la Palma', y los dos banderillearán los novillos. Se resaltaba que en uno de los novillos ejecutaría el salto de la garrocha el banderillero Enrique Perna. Padre e hijo salieron de la plaza a hombros”.  Pues bien, ¿quién era ese tal Enrique Perna? En un artículo aparecido en Heraldo de Aragón  (19/01/ 2010)  se hacía referencia a León Salvador, antiguo soldado en Cuba en el Regimiento de Almansa y actor meritorio de teatro,  entonces considerado como “el mejor charlatán de España”. Aquel trabajo, firmado por Mariano Gracia,  hace referencia al, según él, “al hombre capaz de vender casi todo, y a todo el mundo, y que durante más de cincuenta años fue un fijo en las fiestas del Pilar”. Mariano Gracia hizo referencia a otro trabajo aparecido en ese diario  (12/10/ 1969) en el que J.J.Benítez entrevistaba a Enrique Perna, el banderillero aragonés que durante muchos años fue ayudante de León Salvador. Escribe: “Enrique Perna, alias 'El Perna', el decano de los banderilleros de Zaragoza, bebe la cerveza a pequeños sorbos. Tiene ya sesenta y nueve arrugas en el rostro y habla con pasión de 'don' León Salvador. Lo conoció mejor que muchos y sudó a su lado el pedazo de pan de cada día. Allá por 1937 tropezó con él. 'El Perna' tenía sus conocimientos y sus aficiones. Pero sobre todas ellas estaba la de vender desde un tenderete. “Cuando yo le conocí -le comenta “El Perna”-, don León contaba ya una buena cantidad de años. No era un chaval, se lo digo yo. Pero tenía un extraño aire de tío joven. Feo era, eso sí. Más feo que un pecado. Yo no sé cómo no se moría al mirarse al espejo. Jamás se quitaba el sombrero y su piel tenía el color del barro. Pero, para qué le voy a contar. Todo el mundo lo conocía. Sólo al final de su vida adelgazó. Me hacía gracia su barriga. Y sus ojillos. El muy tunante -y perdone por las frases- sólo los abría para engañar. Pero engañaba con salero, con aire de marqués. León Salvador era único. Su trabajo era eso: vender, vender y vender. Se liaba la manta a la cabeza allá por marzo y empezaba la 'carrera' en las Fallas. Don León preparaba los bultos, las tablas y la garganta y a correr por las ferias de España. Aquí, en el Pilar, terminaba la faena. Después recogía el tenderete y se volvía a su Valladolid de las entretelas. Porque él había nacido en aquellos lindes. Ya cuando nació -el muy vivo- traía relojes bajo el brazo. De esto no me haga usted ni caso. Pero puede darse cuenta de la afición de este hombre por la venta ambulante”. La entrevista fue larga. En un momento dado, Benítez le preguntó a “El Perna” por los últimos años de León Salvador. Éste contesta: “Las cosas de la vida son cosas que sólo la vida entiende. Perdone mi filosofar, pero ya verá cómo se aclara. 'Don' León murió arruinado. Una tarde de agosto, hará lo menos diez años, se quedó como un pajarito en uno de los butacones de un hotel bilbaíno. Nadie estaba con él. Y me refiero a sus íntimos. Mientras trabajaba se sintió mal. Se le estranguló la hernia y no pudieron hacer nada por salvarle. Me han contado que no llevaba ni dos reales en el bolsillo. Como es de ley entre los hombres que viven del trabajo de cada día, se hizo una colecta y le costearon una cruz y un entierro. Su fortuna había desaparecido entre unos y otros. Por eso le decía lo de las cosas de la vida. Hay que tener la suerte contra la pared para que a uno le pase esto. Tenía ochenta años, pero no los aparentaba”. El hotel al que se refería “El Perna” era el Hostal Maroño de la calle Correo. El banderillero Enrique Perna, que cuando fue entrevistado ya brincaba los 70 años, que vivía en el barrio de San José y que fue peón de albañil antes de ayudante de charlatán, no se cortó un pelo en aquella entrevista. A medida que avanzaba, se venía arriba como los toreros de postín. “Entre las aficiones de don León –decía El Perna,- estaba la de vender. A secas y a resecas. En tono menor, los toros. El se aparejaba a su sombrero y ¡tira!, a la feria de Sevilla. Pero en plan señorito. Sin calamidades ni apresuramientos. A ver los toritos y a por la manzanilla. Porque el bebercio también le tiraba lo suyo. Los treinta chatillos caían a diario. Aquí, en Zaragoza, el Tubo era su gran escape. Si usted le quería encontrar en sus horas libres, al Tubo, al Pájaro Azul, a la antigua Nicanora, y a donde soplasen un buen vinillo”. Mientras hablaba y hablaba, describía el entrevistador que El Perna “deslía el mal liado cigarrillo de picadura y pasaba una y otra vez la lengua por el papel”. Ha pasado mucho tiempo. En la actual Plaza de Salamero, vulgo Plaza del Carbón, hoy en plena remodelación, ya no palpitan los ecos de don León Salvador ofreciendo sus famosas cuchillas de afeitar “Piel roja”, peines de pasta y relojes de bolsillo -él los definía como patatómetros-  a jubilados, a ociosos foráneos de paso y a militares sin graduación.

 

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