jueves, 3 de marzo de 2022

Foramontanos, jándalos, indianos y demás ralea

 


Si observamos el escudo de Santander vemos que representa la reconquista de Sevilla por parte de marineros cántabros al mando del almirante Ramón de Bonifaz en 1248 durante el reinado de Fernando III de Castilla. En él figuran la Torre del Oro y la nave en la que ese almirante y los marineros que le acompañaban rompieron las cadenas que unían Sevilla con lo que hoy es el barrio de Triana el 3 de mayo de 1248. También aparecen en ese escudo las cabezas cortadas de los santos Emeterio y Celedonio (Emeter y Celedón); que, aunque el calendario celebra hoy, 3 de marzo, su fiesta en Santander se conmemora el 30 de agosto, durante la llamada “semanuca”. Los cráneos de ambos santos, que fueron decapitados en Calahorra en tiempos de Diocleciano, se conservan con un revestimiento de plata en la cripta de El Cristo, en  la catedral, construida en el siglo XIII, justo en el lugar donde se descubrieron las calaveras en el siglo XVI. También se pueden ver tras unos cristales los restos de la antigua ciudad romana  Portus Victoriae Iuliobrigensium. En el siglo IX Alfonso II el Casto fundó la abadía de los Cuerpos Santos en la ermita situada en el cerro de Somorrostro, sobre el relicario de las cabezas de ambos santos y de otros mártires desconocidos. De hecho, el actual nombre de Santander proviene del nombre de Portus Sanctorum Emeterii et Celedonii. San Emeterio por evolución devino sucesivamente en Sancti Emetherii, Sancti Emderii, Sanct Endere, San Andero, Santendere, Santanderio, y Santander. Fue en 1754 cuando Santander se convirtió en sede de diócesis y la hasta entonces colegiata pasó a ser catedral. Al año siguiente, 1755, Fernando VI transformó la villa en ciudad. El 3 de noviembre de 1893 explotó en su bahía el barco “Cabo Machichaco”, cargado con TNT y ácido sulfúrico. El balance final  fue de 590 muertos y 525 heridos de diversa gravedad en una ciudad censada en 50.000 habitantes. Alfonso XIII la convirtió en el lugar de veraneo de la corte, y en 1908 el Ayuntamiento le regaló al monarca el Palacio de la Magdalena para su disfrute. En 1941, entre los días 15 y 16 de febrero, se produjo un pavoroso incendio que destruyó gran parte del casco viejo. Pese a su aparatosidad, solo hubo una víctima, el bombero Julián Sánchez García. Su provincia se desgajó de Castilla la Vieja (también lo hizo Logroño) y en la actualidad Santander es la capital de la uniprovincial Comunidad Autónoma de Cantabria. De la cornisa cantábrica partieron muchos ciudadanos para América, los llamados indianos. Y de Cudillero (Asturias), de Unquera (que linda con  Asturias), de Santander y de Laredo se expandió en su día, como si fuese una mancha de aceite, la larga marcha tierra adentro de los llamados foramontanos: unos por Astorga, y otros por Toro y Burgos. También existieron los jándalos, emigrantes montañeses a Andalucía, que era el camino intermedio encontrado en la ruta hacia América. Y en tierras andaluzas se establecieron despachando vinos y gobernando las llamadas “tiendas de montañeses”, que se multiplicaron por Sevilla y Cádiz entre los siglos XVII y XX. De aquel ambiente “jándalo” dieron cuenta escritores costumbristas de la talla de Estébanez Calderón, Amós de Escalante, Pereda, Palacio Valdés y otros. Fernando Villalón, en un poema (“Romances del 800”) describe el camino que debe tomar la diligencia. Dice: “Echa vino montañés/ Que lo paga Luis de Vargas…”. Amós de Escalante, en “Costas y montañas” señala: “Con  el tiempo, los jándalos volvían a su tierruca vestidos con trajes andaluces, faja negra, calañés, pantalón muy ajustado, marsellés con más colores, con cadena de reloj y patillas de chuleta”. Los indianos de América preferían regresar con chalecos blancos y sombreros panamá y, a veces, hasta con una linda criolla con desenvoltura para la cocina; es decir,  de esas mujeres que  saben rallar la yuca para que suelten la catibia y el almidón para hacer el cazabe, o el fufú de malanga y plátano, y a la que habían convertido en esposas días antes de abordar el vapor Balvanera y poner rumbo a España entre nimbos de atardecida, las amarras soltadas de los moráis, las sirenas del vapor diciendo adiós y un sol casi escondido y con cara de buñuelo de boniato en el horizonte, como estableciendo un guiño de complicidad.

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