miércoles, 2 de marzo de 2022

Ensaladilla Kiev (de soltera, ensaladilla rusa)

 


Me entero de que una casa de comidas de Zaragoza, el Mesón Martín, en el barrio de Las Delicias, ha decidido cambiar el nombre de la ensaladilla rusa por el de ensaladilla  Kiev. Recuerdo que en la mili a la ensaladilla rusa se la denominaba ensaladilla nacional. Otros la conocen como ensaladilla Oliver (con el añadido de pollo y manzana). Una cosa es cierta: cambiarle el nombre a la ensaladilla no influye en su sabor ni en su textura. En casa conservo encuadernado el cuadernillo semanal “Gente menuda”, suplemento infantil de Blanco y Negro, correspondiente al primer semestre de 1936, debido a que al comienzo de la guerra civil Prensa Española lo dejó de imprimir.  En su interior se iba publicando cada semana una parte del relato “Caperucita roja”, aquel cuento de hadas de transmisión oral por toda Europa, que en francés se llamó “Le Petit Chaperon rouge” y en Alemania, “Rotkäppchen”. Pues bien, los propietarios de ABC, los Luca de Tena, prefirieron que aquel relato por entregas cambiase lo de “roja” por  “encarnada” y decidieron que se llamase “Caperucita encarnada”. Rojo y encarnado (del latín russus) que a mí me conste, viene a ser lo mismo en el espectro luminoso. Es el color de la amapola, también de la sangre, salvo que se trate de la aristocracia, que tiene la sangre de color azul imperial en un matiz oscuro adoptado por Luis VII de Francia y que hoy luce la bandera europea. Pero, a mi entender, la gente con Grandeza de España (aquí existen 418 individuos) tiene sus venas del color de las angulas, es decir, con el lomo de color pardo, y que al pasar el tiempo vira a verde con el abdomen amarillento y, finalmente, a plateado. Al menos, los aristócratas descendientes del Imperio Austro-Húngaro, que todavía asoman por el madrileño Barrio de Salamanca con abrigo  “loden” verde y sombrero con cinta  de grogren y pluma fabricado por la Sombrerería Albiñana (Oviedo). Se les suele conocer por ser en buena parte consejeros dominicales en las principales empresas del Ibex y por tener unos apellidos muy largos y rimbombantes. Fue una pena que el último privilegio que mantenía vivo ese colectivo, el derecho a pasaporte diplomático, fuese suprimido en  1984. Las valijas diplomáticas solían esconder daguerrotipos hechos por J. Laurent (Madrid),  por Aimé Dupont (París) o por C.J. Baker (Santa Cruz de Tenerife), collares con aguamarinas (de color azul verdoso pálido de berilio), amarillentas conchas de berberechos de antiguos veraneos en El Sardinero y olores de bodega del vapor-correo “Amstelland”, que hacía el trayecto La Coruña- Buenos Aires, y viceversa. Admitía viajeros de tercera clase, a los que se les daba trato esmerado y comidas a la española, y disponía de instalaciones modernas, alumbrado eléctrico y servicio de botica y asistencia médica gratuita. Todos soñaban con regresar a España ricos, con chaleco blanco y sombrero panameño, como el Marqués de Comillas. La ensaladilla rusa, como decía al principio, suele cambiar de nombre con cierta frecuencia. Fue un invento del cocinero franco-belga Lucien Oliver. Los ingredientes siempre son los mismos: mayonesa, patatas, atún, zanahorias, trozos pequeños de pepinillo, guisantes, huevo cocido, aceitunas, pimiento rojo y alguna que otra verdura verde a gusto del consumidor. Las zanahorias deberán cocerse siempre con piel, los huevos deben cocerse mucho y nunca servirse hilado, sin florituras, y la mayonesa (no vale otra salsa) deberá estar hecha con aceite de girasol. Entra bien a la andorga acompañada de un elegante oloroso seco “Alfonso” con uvas de variedad palomino, embotellado por González Byass.

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