sábado, 26 de marzo de 2022

Hartura endémica

 


Hace solo dos días, la prensa aragonesa se hacía eco del malestar de los propietarios de hosterías y casas rurales de Aragón como consecuencia de la subida progresiva de las tarifas de la luz y el gas, lo que ha hecho posible que se hayan perdido clientes con respecto a años anteriores a la pandemia de coronavirus y a ese incremento tarifario de la energía desencadenado. Pese a la caída de la demanda, los propietarios de esos establecimientos de descanso ya anuncian subidas de precios por las pernoctaciones al “no estar -como ellos dicen- dispuestos a trabajar a pérdidas”. Confían en que la Semana Santa, que ya se anuncia con  tiempo apacible, ayude de alguna manera a paliar esos desajustes. La pérdida de poder adquisitivo en la cesta de la compra por la galopante inflación en los productos de consumo, por otro lado, es también causa de esa alarmante inquietud, que provoca una evidente desmotivación de los ciudadanos a la hora de desplazarse. Esos empresarios hosteleros han manifestado que “a muchos clientes les va a tocar apretarse el cinturón”. Hombre, sarna con gusto no pica. A nadie se le obliga a tales menesteres; es decir, a pagar más por la gasolina para tales escapadas y a abonar más dinero en por los mismos servicios. La fortaleza del turismo rural reside, en gran parte, en aspectos relacionados con las capacidades del habitante para relacionarse con los turistas, en los paisajes de su entorno, en su importante patrimonio arquitectónico, su atractivo folclore, sus especialidades culinarias, y en todo aquello que les diferencia y enorgullece. Aquí se queja todo el mundo: camioneros, agricultores, panaderos, hosteleros, lecheros… Va a ser necesario crear el Ministerio de Quejas y Reclamaciones, con salones repletos de confesionarios, para dar atención a los desafíos de la legión de ciudadanos irritados, insatisfechos, y sin propósito de enmienda, reclamando la satisfacción de obra. Posiblemente, con una buena atención de mansos funcionarios revestidos de roquete y estola (y sin imponer penitencia), escuchando las demandas individuales a través de una rejilla, o sea, dejando explayarse al ciudadano harto, disminuya la parte emocional de tanto enfado colectivo.

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