lunes, 28 de marzo de 2022

La novela inacabada

 


Doña Florinda  Machuca Bonifaz vivía sola desde la muerte de su esposo, teniente coronel de Intendencia, en un caserón de techos altos, frío, y lleno de muebles. Le entusiasmaba leer novelas de Rafael Pérez y Pérez. Por aquellos días estaba entusiasmada con la lectura de “El trovador bandolero”. Nadie sabía quién había dado muerte al secretario de Alfonso I de Aragón. Todo apuntaba  contra Rambaldo, que tenía un cierto parecido con el infante Pedro de Cerdeña. Fue juzgado. Al poco, un joven de larga melena castaña dejaba el hogar materno. Era el mayorazgo de una casa ilustre, trovador libertino y pendenciero. En sus andanzas llega a un castillo y dice ser hijo del conde, señor del lugar. Era el mayorazgo de una casa ilustre: Guillermo de Bergedá, del que nada se sabía desde su infancia, etcétera. Hacía poco que doña Florinda Machuca Bonifaz había purgado un radiador. Tenía aire en su interior y calentaba poco. No se dio cuenta de que había dejado un pequeño charco en el suelo y al pasar tuvo la mala fortuna de resbalar y caerse. Al rato se levantó del suelo sin la ayuda de nadie llena de dolores. No le dio demasiada importancia. Pero la pierna izquierda le seguía doliendo, se le terminó hinchando y decidió a la mañana siguiente acercarse al Hospital Militar, para que se la mirase un facultativo. Le recetó una pomada y ella, al ser de uso tópico, se la aplicó mediante friegas. Al principio notó una leve mejoría, no mucha. Decidió volver al hospital. El  capitán médico que la había atendido, que tenía aspecto de sietemesino, ordenó que le hicieran unas radiografías; y más tarde, cuando las placas obraron en su poder las consultó con otro comandante médico. La paciente notó que ambos, el capitán y el comandante se miraban y fruncían el ceño. Ya no la permitieron salir del Hospital. Quedó ingresada en la habitación 205 que compartía con otra señora de una edad parecida a la suya. A la mañana siguiente, aparecieron dos enfermeros y la trasladaron al quirófano sin darle explicaciones. Cuando despertó en su habitación le habían cortado la pierna a la altura del muslo. Doña Florinda, sin embargo, seguía notando que tenía su pierna entera. Por alguna razón que desconozco suele doler la parte del miembro amputado con una sensación punzante o ardiente. Dicen los galenos que las zonas de la médula espinal y del cerebro pierden las señales provenientes del miembro ausente. Es lo que denominan sensación del "miembro fantasma". Por algo decía un conocido, Paco, que vendía tabaco en la esquina de la calle Carranza con la Glorieta de Bilbao, que “a vivir sin una pierna te acostumbras, al dolor no". A Paco le cortaron un brazo en un hospital de sangre tras ser herido en la Batalla del Ebro. Y como resultó que era del otro bando, del bando perdedor, no le quedó paga de mutilado ni disponía de carné de  “caballero mutilado”  con derecho a pensión y, tampoco, a asiento en el metro y en los autobuses urbanos de Madrid. Terminó, como digo, en la calle vendiendo tabaco, cerillas y penicilina de extranjis. A doña Florinda Machuca Bonifaz terminaron por darle el alta en aquel hospital por fallecimiento. Todo se complicó a última hora por un shock anafiláctico sin haber podido terminar la lectura de “El trovador bandolero” Guillermo de Berguedá. A veces la vida se convierte en una afilada lezna de zapatero. Sobre ciertos detalles más vale no hablar. Si acaso, solo se escuchaba en los asépticos pasillos con olor a cloroformo un hondo y apagado murmullo: taratachín, taratachán…

--Camarero, vermú con sifón y una gilda. No, mejor que sean dos.

--Marchando, don Ramón.

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