En “Garito
de hospicianos”, Camilo J. Cela cuenta que el contable
de Dallas (en el Estado deTexas) tuvo un error de cálculo el día que, cansado del mundo, se
tiró al río Trinidad sin tener en cuenta que sus aguas estaban casi heladas. Y claro, el
contable de Dallas salió pitando del agua. Era un suicida sin espíritu de
sacrificio. Y convengo con el marqués de
Iría Flavia en que sin un mínimo de confort no hay manera de suicidarse. Recuerdo
que hace años tenía una vecina, la señora
Dorotea, con propensión al desmayo, que había aprendido a saber caer sin
romperse las costillas. Siempre procuraba desmayarse sobre un felpudo que había
en la puerta de su casa para que la velluda alfombrilla mitigase el golpe. Se
desmayaba por cualquier cosa: por enterarse de que a una sobrina, militante en
el Apostolado de la Oración, la había preñado el novio; porque a su marido le
había salido un lobanillo detrás de la oreja como si se tratase de una seta; por
haber perdido un rosario de nácar; por haberse quedado atrapada en el ascensor…
En algunas ocasiones se desmayaba sin que tuviese el felpudo bajo sus pies.
Entonces procuraba caer de nalgas, que las tenía mullidas, en evitación de que
el talegazo fuese de campeonato. Su marido, Cirilo, que además de sobrestante de la Renfe ya era conocedor de
tales histerismos, ni se inmutaba cuando su mujer perdía el sentido. Seguía impertérrito
en la mesa camilla liando tabaco con una máquina “Victoria” y papel “Riz
Abadie” como si no hubiese pasado nada. Sabía que al cabo de breve tiempo, y sin
que nadie la ayudase, su mujer se levantaría del suelo y todo volvería a
normalizarse. Aquella máquina se le antojaba como una joya industrial que
permitía enrollar el tabaco en el papel sin ningún tipo de manipulación.
Costaba de una base y un mecanismo con una tolva, una manivela para liberar la
picadura, el espacio para el papel, un pequeño depósito de agua para
humedecerlo y pegarlo, y la cinta por donde
rodaba el pitillo ya manufacturado. Su mujer era consciente de que no
traía cuenta desmayarse sin un mínimo de confort y sin espectadores, como así también lo entendía el
contable de Dallas a la hora de suicidarse desganado y sin espíritu de sacrificio. Desmayarse es, de alguna manera, como
morirse un rato.
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