martes, 29 de marzo de 2022

La mijarreta

 


Leo en El Periódico de Aragón un artículo firmado por Luis Alloza donde su autor propone un método de ahorro que él considera eficaz. Le llama “el método de los 50 céntimos” con el que, de llevarlo a cabo con rigor, te puede llevar a disponer de un ahorro anual de 700 euros cuando hayas llenado la mijarreta, que es palabra de uso común en Aragón pese a no estar registrada en el Diccionario de la RAE ni tampoco conste en la primera edición del “Diccionario de voces aragonesas” de Jerónimo Borao (Zaragoza, Imprenta y librería de don Calixto Ariño, 1859). Dice Alloza: “Va por semanas y en la primera debes meter en una hucha simplemente 50 céntimos. Si así siguieras, al final del año, solo habrías ahorrado 26 euros, así que no tendría sentido”. En consecuencia, decide que es mejor cambiar el sistema: “Una semana puedes meter 24,5 euros y la siguiente, 8 euros. El caso es que nunca repitas cifra, por lo que necesitarás apuntarlo. Cuando acaben las 52 semanas de un año habrás guardado 689 euros, que los puedes emplear para lo que quieras o simplemente para meterlos en el banco por si aparece una emergencia”. El sistema propuesto por el señor Alloza me recuerda la historia de aquel burro al que se le olvidó comer, y se murió. Si los 689 euros de la mijarreta los depositas en la entidad bancaria,  desaparecerán en poco tiempo con la aplicación del concepto “mantenimiento de cuenta”. A mi entender, resulta más práctico gastar ese dinero ahorrado en satisfacer un capricho, o invitar a la familia a comer a la carta en un restorán. Fomentar el ahorro está bien si se traduce, por ejemplo, en poner en casa lámparas LED; en utilizar el automóvil solo lo necesario; en ir menos al bar; etcétera. Pero dejar los ahorros en una entidad bancaria es como echar comida a unos cuervos que nos sacarán los ojos. Recuerdo que antaño era costumbre por parte de los padres abrir una cuenta infantil en la Caja Postal de Ahorros a los hijos poco después de haber venido al mundo. Era los tiempos de la dictadura franquista en los que las cajas de ahorros pregonaban su eslogan “nunca hubo un interés más desinteresado”. ¡Hace falta ser sinvergüenzas! Y cada vez que rompíamos aquella mijarreta en forma de cerdito que custodiaba el dinero que nos daban nuestros abuelos y tíos por los cumpleaños, se lo entregábamos a nuestros padres para que los depositaran en nuestras “libretas”. Pero, claro, un grano no hace granero. Cuando ya tuvimos edad de poder disponer de aquellos ahorros nos dimos cuenta de que con aquella calderilla no teníamos ni para un día de excursión. No habían servido para “hacernos hombres de provecho”, como solía repetir el maestro, pero que nunca supimos, al menos yo, muy bien en qué consistía. Ahora, de mayor, sigo sin saberlo. Qué quieren que les diga…

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