Leo con atención el
artículo de Juan Van Halen, “La marea y el rey padre”, en el diario digital de la Iglesia católica que
dirige Bieito Rubido. Señala Val
Halen que “don Juan Carlos tiene 87 años, afronta serios problemas de
movilidad, y resulta comprensible que quiera que su final, que muchos deseamos
lejano, sea en España.” Y añade que “desde que Carmen Calvo, entonces vicepresidenta [del Gobierno], trasladó a Felipe VI que el Gobierno, o sea Sánchez, recomendaba su salida de
España y el Rey lo aceptó, don Juan
Carlos padece destierro; sin reproche judicial alguno quedó privado de un
derecho ciudadano”. Recuerdo a ese columnista (Hijo Predilecto de Torrelodones (Madrid), poeta procedente del
falangismo del SEU, militante del PP, y director del espacio “El alma se serena” que se emitía última hora de la noche durante
la televisión franquista), que el Gobierno no es Sánchez, sino el conjunto de
un equipo ministerial con sus respectivas competencias que conforman el Consejo
de Ministros. Pues bien, según Van Halen, “algunos digitales chismosos ofrecen
incesantes informaciones explosivas sobre la Familia Real que luego resultan bulos.” Posiblemente sea cierto. No
lo sé. Pero, ¿solo los digitales? Más adelante mantiene su tesis de que 'su
condición de rey no caduca'. Pero no tiene utilidad. Al menos, el rey de oros de la baraja o la sota de espadas dan juego en el guiñote. Y recuerda a los iletrados, entre los que yo
posiblemente me encuentre, que “si leyeran más sabrían cómo era tratado el
destronado Alfonso XIII en su
exilio.”¿Dígalo usted, que todo lo sabe. ¿Cómo fue tratado? Supongo que con indiferencia por los españoles. Resulta difícil respetar a un jefe del Estado que había dado el el visto bueno a la dictadura de Miguel Primo de Rivera, o que había alimentado el ánimo a la lucha al incompetente general Silvestre previo a la escabechina de Annual. Porque es necesario recordar a ese
columnista que Alfonso XIII no fue destronado sino que se marchó cobardemente, sin su familia, y
de forma voluntaria de España cuando se pusieron las cosas mal para la Corona tras las elecciones
municipales de abril de 1931, y que falleció en Roma el 28 de febrero de 1941
porque Franco no le dejó volver. A la
respuesta de cómo fue tratado fuera de España, debo recordarle a Van Halen que estuvo
alojado en hoteles de lujo de diferentes ciudades europeas, que podía pagar los abultados gastos
gracias a dinero depositado previamente en cuentas bancarias suizas e inglesas.
Al poco tiempo se separó de su esposa, Victoria
Eugenia, y durante su etapa final en Roma estuvo rodeado por un pequeño
grupo de cortesanos, encabezados por el exembajador José Quiñones de León, que al comienzo
de la Guerra Civil el exrey apoyó al bando sublevado, afirmando “ser un falangista de primera hora”;
que antes de todo eso, en 1934, pidió apoyo a Mussolini,
para promover “un eventual golpe de
Estado en España que restaurase la Monarquía”, y que había conseguido que el
gobierno fascista italiano se comprometiese a aportar millón y medio de pesetas,
200 ametralladoras, fusiles y granadas de mano. Firmaron el acuerdo por parte
española el general Barrera y
representantes Renovación Española y Comunión Tradicionalista, y que el 30 de
julio de 1936, Alfonso XIII dio el plácet al traslado de Juan de Borbón a territorio sublevado. Pero le salió el tiro por la
culata. Hombre, Van Halen, algo sí sabemos. Recomiendo la lectura del libro de Luis
María Anson, “Don Juan” , (Plaza&Janes),
donde se explica la entrada el 1 de agosto de 1936 de Juan de Borbón cruzando
la frontera española con la intención de ponerse al lado de los sublevados en
Burgos, pero fue interceptado en el Parador
de Aranda de Duero e instado a volver a marcharse por donde había venido. Franco, con su retorcida mentalidad gallega, le pidió a Alfonso XIII que abdicara (cuando al dictador ya le daba igual) como paso previo para
recuperar la Monarquía, que no era cosa distinta a una estrategia para sembrar
la discordia entre padre e hijo. Franco, por todos es sabido, nunca quiso dejar el poder y el referéndum de
1947 sobre la Ley de Sucesión (que ni siquiera fue admitida por la ONU) fue un
paripé de opereta trasnochada. España se convirtió en un Reino sin rey, algo insólito. En resumidas cuentas, Juan Carlos I (puesto a dedo por Franco) es español de nación (aunque naciera en Roma) y,
como tal, tiene todo el derecho de residir en España. Nadie se lo impide cuando
viene a Sangenjo. Pero está obligado a contribuir al Erario Público en la
medida en la que lo hacemos todos los españoles sin excusa ni pretexto, como
hace todo buen español. Todos nos tenemos que morir, no cabe duda. Pero si sigue siendo rey o no alguien que en si día juró los Principios del Movimiento y que, posteriormente, hizo de su capa un sayo amparándose en la impunidad que le otorgaba la Constitución
es algo que no me interesa lo más mínimo. Quedan todavía muchos secretos ocultos en este dédalo de humo y serpentinas. Las cuentas de su reinado las tendrá que rendir frente a la Historia.
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