sábado, 11 de octubre de 2025

Al final del camino

 

Leo con atención el artículo de Juan Van Halen, “La marea y el rey padre”, en  el diario digital de la Iglesia católica que dirige Bieito Rubido. Señala Val Halen que “don Juan Carlos tiene 87 años, afronta serios problemas de movilidad, y resulta comprensible que quiera que su final, que muchos deseamos lejano, sea en España.” Y añade que “desde que Carmen Calvo, entonces vicepresidenta [del Gobierno], trasladó a Felipe VI que el Gobierno, o sea Sánchez, recomendaba su salida de España y el Rey lo aceptó, don Juan Carlos padece destierro; sin reproche judicial alguno quedó privado de un derecho ciudadano”. Recuerdo a ese columnista (Hijo Predilecto de Torrelodones (Madrid), poeta procedente del falangismo del SEU, militante del PP, y director del espacio “El alma se serena”  que se emitía última hora de la noche durante la televisión franquista), que el Gobierno no es Sánchez, sino el conjunto de un equipo ministerial con sus respectivas competencias que conforman el Consejo de Ministros. Pues bien, según Van Halen, “algunos digitales chismosos ofrecen incesantes informaciones explosivas sobre la Familia Real que luego resultan bulos.” Posiblemente sea cierto. No lo sé. Pero, ¿solo los digitales? Más adelante mantiene su tesis de que 'su condición de rey no caduca'. Pero no tiene utilidad. Al menos, el rey de oros de la baraja o la sota de espadas dan juego en el guiñote. Y recuerda a los iletrados, entre los que yo posiblemente me encuentre, que “si leyeran más sabrían cómo era tratado el destronado Alfonso XIII en su exilio.”¿Dígalo usted, que todo lo sabe. ¿Cómo fue tratado? Supongo que con indiferencia por los españoles. Resulta difícil respetar a un jefe del Estado que había dado el el visto bueno a la dictadura de Miguel Primo de Rivera, o que había alimentado el ánimo a la lucha al incompetente general Silvestre previo a la escabechina de Annual. Porque es necesario recordar a ese columnista que Alfonso XIII no fue destronado sino que se marchó cobardemente, sin su familia, y de forma voluntaria de España cuando se pusieron  las cosas mal para la Corona tras las elecciones municipales de abril de 1931, y que falleció en Roma el 28 de febrero de 1941 porque Franco no le dejó volver. A la respuesta de cómo fue tratado fuera de España, debo recordarle a Van Halen que estuvo alojado en hoteles de lujo de diferentes ciudades europeas, que podía pagar los abultados gastos gracias a dinero depositado previamente en cuentas bancarias suizas e inglesas. Al poco tiempo se separó de su esposa, Victoria Eugenia, y durante su etapa final en Roma estuvo rodeado por un pequeño grupo de cortesanos, encabezados por el exembajador José Quiñones de León, que al comienzo de la Guerra Civil el exrey apoyó al bando sublevado, afirmando “ser un falangista de primera hora”; que antes de todo eso, en 1934, pidió apoyo a  Mussolini, para promover  “un eventual golpe de Estado en España que restaurase la Monarquía”, y que había conseguido que el gobierno fascista italiano se comprometiese a aportar millón y medio de pesetas, 200 ametralladoras, fusiles y granadas de mano. Firmaron el acuerdo por parte española el general Barrera y representantes Renovación Española y Comunión Tradicionalista, y que el 30 de julio de 1936, Alfonso XIII dio el plácet al traslado de Juan de Borbón a territorio sublevado. Pero le salió el tiro por la culata. Hombre, Van Halen, algo sí sabemos. Recomiendo la lectura del libro de Luis María Anson, “Don Juan” , (Plaza&Janes), donde se explica la entrada el 1 de agosto de 1936 de Juan de Borbón cruzando la frontera española con la intención de ponerse al lado de los sublevados en Burgos, pero fue interceptado en el Parador de Aranda de Duero e instado a volver a marcharse por donde había venido. Franco, con su retorcida mentalidad gallega, le pidió a Alfonso XIII que abdicara (cuando al dictador ya le daba igual) como paso previo para recuperar la Monarquía, que no era cosa distinta a una estrategia para sembrar la discordia entre padre e hijo. Franco, por todos es sabido, nunca quiso dejar el poder y el referéndum de 1947  sobre la Ley de Sucesión (que ni siquiera fue admitida por la ONU) fue un paripé de opereta trasnochada. España se convirtió en un Reino sin rey, algo insólito. En resumidas cuentas, Juan Carlos I (puesto a dedo por Franco) es español de nación (aunque naciera en Roma) y, como tal, tiene todo el derecho de residir en España. Nadie se lo impide cuando viene a Sangenjo. Pero está obligado a contribuir al Erario Público en la medida en la que lo hacemos todos los españoles sin excusa ni pretexto, como hace todo buen español. Todos nos tenemos que morir, no cabe duda. Pero si sigue siendo rey o no alguien que en si día juró los Principios del Movimiento y que, posteriormente, hizo de su capa un sayo amparándose en la impunidad que le otorgaba la Constitución es algo que no me interesa lo más mínimo. Quedan todavía muchos secretos ocultos en este dédalo de humo y serpentinas. Las cuentas de su reinado las tendrá que rendir frente a la Historia.

 

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