El arameo es la tercera lengua de la Biblia. La hablaban los descendientes de
Aram, hijo de Sem, uno de los tres hijos de Noé.
(Shem significa “el nombre de gloria”).
Los otros hermanos fueron Cam y Jafet. Cam fue el padre Canaán. Según el Génesis (9:18-19) esos tres
hermanos poblaron la tierra después del Diluvio Universal. Jafet (Yefet significa “hermoso”). Los
descendientes de Cam y Jafet crearon la Torre
de Babel, inspirada en las antiguas torres
ziggurat de Mesopotamia, con la intención de que ésta llegase hasta la “nube”,
donde hoy están todos los archivos de los malditos ordenadores. Pero no pudo
ser posible por la confusión de lenguas y por las
leyes de la Física. En vista del estrepitoso fracaso, sus descendientes optaron por tomar
las de Villadiego, o sea, por
dispersarse por el mundo llevando en la diáspora sus diferentes lenguas. “¿También
el catalán?”. "Si, también". Pero el arameo tuvo sus variantes: hebreo y fenicio
y siriaco, que es el idioma en el que se expresan los de Junts per Catalunya cuando se ponen bordes. Se cuenta que Jesucristo hablaba en arameo palestino, que era de uso diario entre
los judíos de Galilea en tiempos de Tiberio.
De hecho, en el momento de morir en la cruz dijo en arameo: “¡Elí,
Elí!, ¿lemá sabactani?”. Y ahora viene la anécdota. Durante
su visita a Israel (entre el 24 y 26 de
mayo de 2014) el papa Francisco y el
primer ministro israelí Benjamín
Netanyahu, fueron protagonistas de un intercambio de bromas sobre el idioma
que hablaba Cristo. “Jesús vivió aquí,
hablaba hebreo”, dijo Netanyahu. “¡Arameo!”,
le interrumpió el papa; y Netanyahu
precisó: “Hablaba arameo pero conocía el
hebreo porque leía las Escrituras”. Ya perdonará el lector si hoy me ha
puesto un poco pedante al referirme a la saga de los Noé, de los Noé de toda la
vida, que posiblemente ni existieron. Ya me hubiese a mí gustado conocer cómo
se hubiese comportado el impresentable Mazón
ante el aviso de Yahvé de la
llegada de una agresiva dana para que fuese construyendo un arca ante la que se
le venía encima. ¿Se habría marchado al "Ventorro"
del carrer Bonaire para comer con impasible
ademán, o se habría puesto manos a la obra amarrando tablones para iniciar un cascarón de cayuco con vergas,
jarcias y velas latinas? Son cuestiones que nuca sabremos, aunque me temo que optaría por alquilar un palangre a un marinero
de la Albufera como las que pintaba Sorolla
o describía en sus novelas Blasco Ibáñez.
Y dentro, dos gorriones de canalera y una gaviota como la que lleva el PP en su
emblema. Para qué más. Ya conocemos su lema: “Siempre que llueve, escampa”. Pues sí, claro, claro…
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