domingo, 5 de octubre de 2025

De lo que comiste, come

 

Con su peculiar forma de escribir, hoy García Trapiello está bordado, como es habitual en  él en su columna de Diario de León. No hace precisamente un especial elogio de la llamada “cocina mediterránea”  tan ensalzada por los nutricionistas, sino que se limita a señalar todo aquello  que ha sido habitual comer a diario en esa zona de España que tanto me atrae por diversos motivos. León no es Asturias, tampoco Castilla, por más que se empeñen los que desearon en su día añadir territorio a una Castilla bastante despoblada, recelosa, inquietante y conservadora hasta la grosería. León es otra cosa, ni mejor ni peor, pero otra cosa. Escribe: “Mira Rolindes la tele y pone mueca cínica cada vez que ve subir a los altares la “dieta mediterránea” como la madre de todas las saludes. Dice ella que su dieta fue siempre más norteña y pastorona que de esas tierras y mares lejanos... dieta cantábrica, si acaso”.  (…) “Que le vengan con la huerta levantina y frutas y verduras cinco veces al día se le cuadra mal. Ni berenjenas ni calabacines ni cardo ni alcachofas ni apio ni judiones ni espinacas se vieron en su vieja huerta, limitada sólo tres meses a tomates, pimientos, fréjoles, acenorias, quizá unos guisantes, patatas, tres lechugas y, eso sí, berza sin duelo, la de asa de cántaro y repollo... ni más frutos secos que unas nueces, alguna avellana y una manzana al día”. De la misma manera, García Trapiello hace referencia a esa fijación que hoy se tiene hacia el “aceite de oliva virgen extra”, al que siempre en toda la vida de Dios se le denominó “aceite puro de oliva”, y así lo ponía en las latas de sardinas que enlataban en Vigo en la época de las hambres y del pijo verde, que no era cosa distinta al tifus exantemático de la posguerra por la escasez de higiene. Pero aquellos piojos no eran de color verde. Lo que era verde fue la canción “Ojos verdes” de Rafael de León, que la Iglesia católica calificó de pecaminosa, donde se contaba la historia de una meretriz que, apoyada en el quicio de la mancebía, quedó prendada de los ojos verdes de un cliente putero al que le practicó un servicio ‘por la muy’, o sea, de balde. Al coincidir el piojo que producía el tifus con la canción considerada pecaminosa por los meapilas fue la causa de que a esos tirápteros  se le apellidase con ese color frío y alegre de las hojas de hierba fresca o de las esmeraldas. Pero, volviendo al tema. El artículo de García Trapiello también hace alusión a las frituras, cuando afirma: “…aquí lo propio le fue freír con manteca de vaca (como el francés), de cerdo (como el cristiano viejo) o con sebo en patata revolcona (como el pobre), grasa a manta, y mucho hidrato de carbono con lentejas, alubias y garbanzos en potajes de a diario, además de huevos, gallina vieja, algún conejo o la machorra en fiestas... sin olvidar que todo debía entrar ‘a fuerza de pan’, hogaza metida en harina para aguantar una semana, y con mucha leche hasta en las sopas de ajo, y formando todo ello un conjunto nutricional con pastas de horno, flanes o arroz con leche que hoy escandaliza a la peña dietista y al coro de conversos de la alimentación sana”. (…) “…la mayor longevidad no la alcanza la España levantina ni la olivarera ni la manchega ni la navarra, sino Orense (la provincia con más centenarios), Asturias, Zamora o León, este bendito noroeste de dieta burra que quemó sus grasas laborando como esclavos”. Eso que los sansirolés y los pijos de mucho visón y poco jamón definen como “comida viejuna”, que es la que a mí me entusiasma. Termina García Trapiello señalando que  “… no quiere citar Rolindes su vasito de vino en las comidas para que no la malinterpreten; vino de pelea, que en eso no es de gastar. Otra cosa es el orujo cuando hace sequillos y un traguito pícaro se le va al coleto. E insiste: de lo que comiste, come”.  Pues menos mal que a García Trapiello no le han llegado a las mientes eso que ahora llaman ‘cocina de autor’, donde abonas una abultada cuenta  por la degustación de un comistrajo de casquería y otros ensayos con asadurillas de oveja que guardaba en la fresquera el cocinero, y sales del restorán con un 'solete de Repsol' abriendo la boca como el cráter de un volcán y con deseos de buscar una tasca de las de toda la vida donde poder echar a la andorga un sencillo bocata de tortilla de patatas, por ver de acallar los chirridos de la puerta de la oficina las tripas tras haber hecho el primo por gilí.

No hay comentarios: