De lo que comiste, come

Con su peculiar forma de
escribir, hoy García Trapiello está
bordado, como es habitual en él en su columna de Diario de León. No hace precisamente un especial elogio de la
llamada “cocina mediterránea” tan ensalzada por los nutricionistas, sino que
se limita a señalar todo aquello que ha
sido habitual comer a diario en esa zona de España que tanto me atrae por
diversos motivos. León no es Asturias, tampoco Castilla, por más que se empeñen
los que desearon en su día añadir territorio a una Castilla bastante
despoblada, recelosa, inquietante y conservadora hasta la grosería. León es otra
cosa, ni mejor ni peor, pero otra cosa. Escribe: “Mira Rolindes
la tele y pone mueca cínica cada vez que ve subir a los altares la “dieta mediterránea” como la madre de
todas las saludes. Dice ella que su dieta fue siempre más norteña y pastorona
que de esas tierras y mares lejanos... dieta cantábrica, si acaso”. (…) “Que le vengan con la huerta levantina y
frutas y verduras cinco veces al día se le cuadra mal. Ni berenjenas ni calabacines ni cardo ni
alcachofas ni apio ni judiones ni espinacas se vieron en su vieja huerta,
limitada sólo tres meses a tomates, pimientos, fréjoles, acenorias, quizá unos
guisantes, patatas, tres lechugas y, eso sí, berza sin duelo, la de asa de
cántaro y repollo... ni más frutos secos que unas nueces, alguna avellana y una
manzana al día”. De la misma manera, García Trapiello hace referencia a esa
fijación que hoy se tiene hacia el “aceite
de oliva virgen extra”, al que siempre en toda la vida de Dios se le
denominó “aceite puro de oliva”, y
así lo ponía en las latas de sardinas que enlataban en Vigo en la época de las
hambres y del pijo verde, que no era cosa distinta al tifus exantemático de la
posguerra por la escasez de higiene. Pero aquellos piojos no eran de color
verde. Lo que era verde fue la canción “Ojos
verdes” de Rafael de León, que
la Iglesia católica calificó de pecaminosa, donde se contaba la historia de una
meretriz que, apoyada en el quicio de la mancebía, quedó prendada de los ojos
verdes de un cliente putero al que le practicó un servicio ‘por la muy’, o sea, de balde. Al coincidir el piojo que producía
el tifus con la canción considerada pecaminosa por los meapilas fue la causa de
que a esos tirápteros se le
apellidase con ese color frío y alegre de las hojas de hierba fresca o de las
esmeraldas. Pero, volviendo al tema. El artículo de García Trapiello también
hace alusión a las frituras, cuando afirma: “…aquí lo propio le fue freír con
manteca de vaca (como el francés), de cerdo (como el cristiano viejo) o con
sebo en patata revolcona (como el pobre), grasa a manta, y mucho hidrato de
carbono con lentejas, alubias y garbanzos en potajes de a diario, además de
huevos, gallina vieja, algún conejo o la machorra en fiestas... sin olvidar que
todo debía entrar ‘a fuerza de pan’, hogaza metida en harina para aguantar una
semana, y con mucha leche hasta en las sopas de ajo, y formando todo ello un
conjunto nutricional con pastas de horno, flanes o arroz con leche que hoy
escandaliza a la peña dietista y al coro de conversos de la alimentación sana”.
(…) “…la mayor longevidad no la alcanza la España levantina ni la olivarera ni
la manchega ni la navarra, sino Orense (la provincia con más centenarios),
Asturias, Zamora o León, este bendito noroeste de dieta burra que quemó sus
grasas laborando como esclavos”. Eso que los sansirolés y los pijos de mucho
visón y poco jamón definen como “comida
viejuna”, que es la que a mí me entusiasma. Termina García Trapiello
señalando que “… no quiere citar
Rolindes su vasito de vino en las comidas para que no la malinterpreten; vino
de pelea, que en eso no es de gastar. Otra cosa es el orujo cuando hace
sequillos y un traguito pícaro se le va al coleto. E insiste: de lo que
comiste, come”. Pues menos mal que a
García Trapiello no le han llegado a las mientes eso que ahora llaman ‘cocina de autor’, donde abonas una
abultada cuenta por la degustación de un
comistrajo de casquería y otros ensayos con asadurillas de oveja que guardaba en la fresquera el cocinero, y sales del restorán con un 'solete de Repsol'
abriendo la boca como el cráter de un volcán y con deseos de buscar una tasca de las de toda la vida donde poder echar a la andorga
un sencillo bocata de tortilla de patatas, por ver de acallar los chirridos de la puerta de la oficina las
tripas tras haber hecho el primo por gilí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario