Leo con cierta prevención que un ingeniero aragonés, Jorge Higón, acaba de diseñar un envase de productos frescos para la "Corporación Alimentaria Guissona" que no va al cubo de basura. Lleva incorporado un chip (como los perros de compañía) y se puede utilizar hasta 50 veces. En teoría, el ‘invento’, que parece estar ideado para los establecimientos "BonÁrea" por el doctor Franz de Copenhague (que formaba parte de la plantilla de celebridades que aparecían en el TBO) parece de una importancia relativa. Imagine el lector que cada semana se adquieren diversos productos que van dentro esos envases. Al cabo de un trimestre no habrá sitio en la cocina donde poder guardarlos. Pero guardarlos ¿para qué? A este paso, si Dios no lo remedia, en poco tiempo todas las amas de casa habrán adquirido un patrón de conducta compulsiva similar al conocido “síndrome de Diógenes” , por la acumulación progresiva de envases de esas características. Al final, en mi opinión, optarán por tirarlos todos a la basura y liberar espacio. Porque, ya puestos, también se pueden conservar los cascos de botellas vacíos para volver ser reutilizados, los tarros de vidrio de la mermelada, las cajas de cartón, y todo lo que ustedes entiendan que puede tener un segundo aprovechamiento útil. Aquí, el único trastorno que puede alterar nuestro comportamiento psíquico es el derivado de la importante subida de tasas municipales de ‘agua y basuras’ establecida en Zaragoza por la folclórica alcaldesa Chueca, que terminará esquilmando nuestro exiguo salario por mor de sus ‘ocurrencias’ estrafalarias. Al ingeniero aragonés, señor Higón, le recomendaría que idease, a poder ser, envases que se autodestruyeran a los 5 minutos de haber extraído de ellos su contenido, porque guardar ‘zarrios’, como si los envases de plástico (PET) fuesen fiambreras de uso perpetuo, carece de todo sentido. Habría que conocer, antes de nada si tales envases tienen buenas propiedades anti-bacterianas y cuál es el polímero utilizado en su fabricación. Algunos envases necesitan mayor durabilidad y otros, más resistencia. Se sabe que hay sustancias capaces de migrar desde el plástico hacia los alimentos, y el benceno y el estreno pueden provocar enfermedades muy serias (da igual que sean de leche, agua, embutidos, etcétera) por el uso y exposición prolongada. Al final, todo termina en el cubo de la basura. Como le espetó Eugenio d'Ors a un camarero que derramó una botella de champán al intentar descorcharla con un método novedoso: “Oiga, pollo, los experimentos con gaseosa”. Con las cosas de comer no se juega.
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