Tanto el argot macarra como los motes, también los
apodos, cumplían su función cuando en una conversación aquel que pudiese
escucharla por proximidad a los contertulios, o por teléfonos pinchados, no se supiese
a qué o a quién se hacía referencia. Si bien con unos alias se generaba
familiaridad, como sucedía en los pueblos, con los motes se trataba de denigrar a veces hasta
la grosería a aquel al que iban dirigidos. En el caso de los seudónimos la cosa
cambia. Un escritor, o un columnista de prensa, pueden adoptar el alias que
mejor le parezca cuando no desea que se asocie su nombre con su pluma. En algún
sitio leí que “el columnista ayuda a la digestión de la información. Definida
como punto intermedio entre la certeza y la duda, la columna de opinión
estimula la búsqueda, descarta los dogmatismos, enriquece el discurso de la
tolerancia y enseña a los lectores el diálogo y da razones para pensar los
hechos y las ideas”. Pues sí, yo así lo entiendo. El periodista se debe limitar
a informar de cuanto sucede, sin añadir nada de su cosecha. Pero el columnista,
en cambio, está en su derecho de sembrar el campo de la noticia con aquellas
orlas literarias que le vengan en gana. Ello viene a cuento con el nombre que
ciertos corruptos dan en la actualidad al dinero público que utilizan en
beneficio propio. Para George F. Hill,
columnista de The Washington Post, el
columnista es como un artista al que distingue su peculiar forma de ver el
paisaje social: “Es habilidoso ver lo que todos ven, pero no en la misma forma
en que todos lo ven.” Así lo expresaba Donaldo
Alonso Donado (“De la Información a
la opinión”. Editorial Magisterio, Bogotá, 2005, pp. 196 y197). Pero
ciertos mafiosos y corruptos de la vida
política española (no deseo citar nombres pese a su notoriedad) definen la
jerga de sus vergonzosas mordidas de recursos públicos de la siguiente manera: ‘chistorras’, ‘soles’ y ‘lechugas’ a los
billetes de 500, 200 y 100 euros, respectivamente; y al dinero en efectivo como
‘folios’ o ‘cajas de folios’. Se acabó llamar al dinero con los apelativos de pasta, cuartos, guita, moni,
tela,
lana,
parné,
perras,
plata,
morlacos,
reales,
pisto,
bolas,
mango,
guano,
maracandacas,
marmaja,
piscolabis,
churupos,
piticlín,
merusa,
astilla,
pastora,
gallo,
tuza,
malanga,
papa,
chenchén,
chavos,
pastizara,
mosca…;
o en caló: chenchén, biyuyo, chimblín, plata, guita, cobres…. Las expresiones
jergales tienen una larga tradición en la literatura española en hombres de la
talla de Quevedo, Góngora o Cervantes. En suma, tanto el
vomitivo político corrupto como el cheliparlante
tratan con su peculiar ‘lenguaje de
germanía’ (que proviene de la palabra en valenciano germá (hermano) establecer una barrera, a modo de diferenciación de
otros grupos o ante la presencia de otro individuo, de quien no interesa que se
entere de la conversación. Verbigracia: "caballo"
por heroína; "pipa" por pistola; "chocolate"
por hachís, ‘talego’ por cárcel,
etcétera. Por eso digo que lo de ‘chistorras’,
‘soles’ y ‘lechugas’ solo añaden más acepciones a una jerga suburbial entre
punkis. Pero los políticos a los que
hago referencia no son nada punkis
sino unos auténticos sinvergüenzas, gentuza de lupanar. Aquí lo dejo. Ah, y si por
la tele ven en el desfile del día 12 que insultan a Sánchez, deberían apagar el televisor de inmediato por higiene
democrática. El presidente del Gobierno
merece, a mi entender, más respeto que la cabra
de la Legión y el mismo respeto que merece el jefe del Estado. Que tengan un pasable fin de semana si el tiempo
no lo impide.
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