viernes, 10 de octubre de 2025

La jerga de los corruptos

 

Tanto el  argot macarra como los motes, también los apodos, cumplían su función cuando en una conversación aquel que pudiese escucharla por proximidad a los contertulios, o por teléfonos pinchados, no se supiese a qué o a quién se hacía referencia. Si bien con unos alias se generaba familiaridad, como sucedía en los pueblos, con  los motes se trataba de denigrar a veces hasta la grosería a aquel al que iban dirigidos. En el caso de los seudónimos la cosa cambia. Un escritor, o un columnista de prensa, pueden adoptar el alias que mejor le parezca cuando no desea que se asocie su nombre con su pluma. En algún sitio leí que “el columnista ayuda a la digestión de la información. Definida como punto intermedio entre la certeza y la duda, la columna de opinión estimula la búsqueda, descarta los dogmatismos, enriquece el discurso de la tolerancia y enseña a los lectores el diálogo y da razones para pensar los hechos y las ideas”. Pues sí, yo así lo entiendo. El periodista se debe limitar a informar de cuanto sucede, sin añadir nada de su cosecha. Pero el columnista, en cambio, está en su derecho de sembrar el campo de la noticia con aquellas orlas literarias que le vengan en gana. Ello viene a cuento con el nombre que ciertos corruptos dan en la actualidad al dinero público que utilizan en beneficio propio. Para George F. Hill, columnista de The Washington Post, el columnista es como un artista al que distingue su peculiar forma de ver el paisaje social: “Es habilidoso ver lo que todos ven, pero no en la misma forma en que todos lo ven.” Así lo expresaba Donaldo Alonso Donado (“De la Información a la opinión”. Editorial Magisterio, Bogotá, 2005, pp. 196 y197). Pero ciertos mafiosos y corruptos  de la vida política española (no deseo citar nombres pese a su notoriedad) definen la jerga de sus vergonzosas mordidas de recursos públicos de la siguiente manera: ‘chistorras’, ‘soles’ y ‘lechugas’ a los billetes de 500, 200 y 100 euros, respectivamente; y al dinero en efectivo como ‘folios’ o ‘cajas de folios’. Se acabó llamar al dinero con los apelativos de pasta, cuartos, guita, moni, tela, lana, parné, perras, plata, morlacos, reales, pisto, bolas, mango, guano, maracandacas, marmaja, piscolabis, churupos, piticlín, merusa, astilla, pastora, gallo, tuza, malanga, papa, chenchén, chavos, pastizara, mosca…; o en caló: chenchén, biyuyo, chimblín,  plata, guita, cobres…. Las expresiones jergales tienen una larga tradición en la literatura española en hombres de la talla de Quevedo, Góngora o Cervantes.  En suma, tanto el vomitivo político corrupto como el cheliparlante tratan con su peculiar ‘lenguaje de germanía’ (que proviene de la palabra en valenciano germá (hermano) establecer una barrera, a modo de diferenciación de otros grupos o ante la presencia de otro individuo, de quien no interesa que se entere de la conversación. Verbigracia: "caballo" por heroína;  "pipa" por pistola; "chocolate" por hachís, ‘talego’ por cárcel, etcétera. Por eso digo que lo de  ‘chistorras’, ‘soles’ y ‘lechugas’ solo añaden más acepciones a una jerga suburbial entre punkis. Pero los políticos a los que hago referencia no son nada punkis sino unos auténticos sinvergüenzas, gentuza de lupanar. Aquí lo dejo. Ah, y si por la tele ven en el desfile del día 12 que insultan a Sánchez, deberían apagar el  televisor de inmediato por higiene democrática. El presidente del Gobierno merece, a mi entender, más respeto que la cabra de la Legión y el mismo respeto que merece el jefe del Estado. Que tengan un pasable fin de semana si el tiempo no lo impide.

 

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