martes, 21 de octubre de 2025

Mejor dejar quieta la hora

Relojes monumentales

 

Estos días la prensa está pesadísima con el cambio de horario, que deberá producirse en la madrugada del próximo domingo, 26 de octubre. Será en ese momento cuando los españoles recuperemos la ‘hora de invierno’ aunque estemos en otoño. Pero, ya puestos, nuestro país debería ajustar el huso horario de una vez, ser coherentes y alinearnos con Portugal y Reino Unido, de acuerdo con nuestra posición geográfica  y el meridiano de Greenwich, que pasa por Caspe, como recomienda la Sociedad Española del Sueño, por sus beneficios para la salud, el rendimiento de los trabajadores y el de los estudiantes. Ir, como vamos, con dos horas con el Sol es a todas luces una anomalía que desde 1940 (por las buenas relaciones de Franco con Hitler) conservemos a estas alturas del siglo XXI la hora oficial de Alemania. Tal vez por  esos desajustes por estos pagos comemos tarde y sin prisas cuando los turistas ya están pensando en la sobria cena, y nos vamos a dormir cuando ellos ponen la tostadora en marcha. Somos así y no llevamos camino de cambiar. Sucede que los pequeños empresarios, que se suelen hacer cargo de las subcontratas de las contratas que otros empresarios de más fachenda firman con los ayuntamientos, aseguran  con razón que en los tajos de las subcontratas se rinde poco. Hombre, no sabría decirle. Uno ya está acostumbrado a ver en su calle o en las calles aledañas a una cuadrilla de operarios colocando vallas y observando a otro, más pringado que ellos, cómo penetra en el interior de una alcantarilla de nueve a diez, que es la hora de abrir la fiambrera. Todos desaparecen, también el pringado, que suele ser de Angola o de  Cabo Verde, hasta una hora más tarde, que es cuando regresan para colocar varias baldosas e ir recogiendo los bártulos en una furgoneta blanca, porque todas las furgonetas suelen ser blancas, hasta el día siguiente, por laborar en jornada continua, tener que rellenar el parte de trabajo, estar su centro de operaciones para fichar en un reloj-control en La Almunia de Doña Godina, lavarse y desprenderse del mono verde, porque los monos de trabajos de los subcontratados suelen ser verdes aunque no indecorosos. Y como siempre tienen la costumbre esos operaros de comenzar los viernes a colocar las dos o tres losetas y mirar en el interior de la cloaca de la que salen asquerosos eructos de sulfuro de hidrógeno, hay que volver más tarde a colocar la tapa de hierro fundido y esperar dos días a que sequen las baldosas, allí dejan las vallas amarillas, porque suelen ser amarillas, y unas cintas para dificultar la circulación de peatones, que es de lo que se trata. En resumidas cuentas, en España se rinde poco quizás porque comemos a deshora y nos acostamos tarde. Dicen que España es un país envejecido. Como la gente se va a la cama cuando termina el programa de Jorge Javier Vázquez, o sea, a las tantas de a madrugada, pasa lo que pasa, es decir, que no queda tiempo para priapismos ibéricos y secretos de alcoba.  Por todo ello, como digo, es necesario cambiar los husos horarios en Europa para que cambiemos los usos y costumbres los antes fogosos y ahora amansados ciudadanos. No se pueden tener dos husos horarios diferentes: el natural y el del Gobierno. Los equinoccios y los solsticios solo deberían servir para que la marinería de la Armada cambie de uniforme, azul o blanco, y los ordenanzas y chóferes de los ministerios, de azul o gris. Ustedes comprenderán que un cambio de horario cada medio año parece poco eficaz en un país como el nuestro, con escasas chimeneas de fábricas y profusos relojes de campanarios.  

 

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