La prensa de la derecha todavía no se ha enterado, por lo que se desprende, de que España es un Estado aconfesional como bien señala la Constitución. Hoy, día posterior al funeral de Estado en Valencia, en El Debate, Luis Ventoso encabeza su artículo: “¿Costaba tanto rezar un padrenuestro? “. Y en La Razón, Jorge Fernández Díaz, tras poner de chúpame dómine a Sánchez con una ristra de desaciertos, encabeza su artículo “Funeral de Estado laico y progresista”, como si ello fuese algo impropio. Para el que un día fuese ministro del Interior y la masa gris de un ‘recontraespionaje’ del tebeo, “se olvidaron de rezar para ayudar a salvar el alma de las 229 víctimas de la dana”. A mí me gustaría saber a qué santo debería encomendarse Fernández, punto y coma para que dejase de decir tonterías. Primero insulta al presidente del Gobierno; después se molesta por la falta de gorigoris en un acto donde la indignación general contra el impresentable Mazón estaba más que justificada. El presidente de la Generalidad valenciana es un muñeco roto en manos de un Feijóo desesperado por no haber conseguido llegar a la Moncloa. Ese es su averno y contra esas tinieblas y esa frustración no hay ‘tío, pásame el río’ ni santo milagrero que valga. Lo malo de Feijóo no es ya que carezca de programa político alternativo al de actual Gobierno, sino que no entiende en qué consiste la democracia. Lo primero se podría hasta comprender; lo segundo, no. Dejó dicho Publio Cornelio Tácito, político e historiador romano, que “la fidelidad comprada es sospechosa y, generalmente, de corta duración”. Estar mirando con un ojo a la presidenta de la Comunidad de Madrid y con el otro al presidente de Vox resulta penoso. España no es la Ínsula Barataria cervantina y a Feijóo hasta puede que le vendría grande gobernar con acierto la comarca leonesa Babia. Tengo la sensación de que a Feijóo le va a suceder lo que a esos gatos calabaceros, los de segunda camada que nace a finales de verano, sobre los que en Aragón se sostiene que difícilmente llegan a la edad adulta. Todo tiende a la estratificación y el tiempo pondrá cada cosa en su sitio.
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