Leído en República.com: “EL
Príncipe saluda por error a una mujer que pedía limosna”. La anécdota, nunca el
error, hace referencia a la salida del príncipe de Asturias de la iglesia de
San Francisco de Borja adonde había acudido para asistir al funeral de Iñigo de
Arteaga, marqués de Távara e hijo del duque del Infantado, que se había
estrellado con una avioneta días antes
junto a Gonzalo Lapique y
África Lacalle. Pues bien, como sucede en estos casos, había varias personas curiosas esperando su salida
del templo para verle y saludarle. Y
entre ellas, una indigente rumana que pedía limosna a la puerta. Al pasar el príncipe cerca de ella, ésta alargó
la mano en espera de recibir una limosna. Pero el príncipe, pensando que le
saludaba, se limitó a estrecharle la mano y “le dio un fuerte apretón” antes de
proseguir caminando. Enseguida han aparecido determinados comentarios de muy mal
gusto relacionados con su cuñado Iñaki Urdangarín. La cosa, como digo, no pasa
de ser una anécdota sin importancia que
algún día se contará en las biografías que se editen sobre el futuro Felipe VI.
Lo que me preocupa es que el príncipe de Asturias no sepa distinguir entre un
ciudadano corriente y una indigente astrosa. Posiblemente no ha sido educado
para detectar a primera vista los diversos niveles de empobrecimiento que
existen en el país donde él aspira a reinar. Eso sí me parece grave.
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