A mi entender, Javier Marías ha
sido coherente con sus principios y ha rechazado el Premio Nacional de
Narrativa. Le parece fatal que en los Presupuestos para 2013 no se haya
estipulado ni un solo euro para bibliotecas por parte del Ministerio de
Cultura. Wert, una vez más, se ha cubierto de mierda. Pero, además, Marías tiene
varias espinas clavadas. La más honda de todas ellas, la que le produce más
dolor, viene de lejos y hace referencia al trato recibido por el régimen de
Franco en la persona de su padre, el gran filósofo Julián Marías, discípulo de
Ortega y de Zubiri, al que jamás le reconoció el Estado con algún merecimiento
de importancia pese a la gran cantidad de ensayos por publicados, si exceptuamos el Premio Príncipe
de Asturias de Comunicación y Humanidades, que se le otorgó en 1996 aunque
compartiéndolo con Indro Montanelli. Julián Marías, su padre, estuvo dotado de
una excelente inteligencia y de una enorme dignidad como persona. Jamás medró. Es más, no impartió clases en la Universidad por no
tener que jurar los Principios Fundamentales del Movimiento, “conditio
sine qua
non” para ejercer labores de docencia pública. No hay que olvidar
que, terminada la guerra civil, fue denunciado por alguien al que tenía por
amigo, Carlos Alonso del Real, con el vergonzoso apoyo del arqueólogo Julio
Martínez Santa-Olalla y el testimonio
patético de Darío Fernández Flórez. Esas cosas pasaban con demasiada frecuencia
en aquella España en blanco y negro. Cela, en cambio, ayudó en lo que pudo para
que Marías alcanzara la libertad después de un mes y pico de encierro. Otros
intelectuales no corrieron su misma suerte y fueron fusilados, o se pudrieron
en la cárcel. Javier Marías convocó hoy, tras rechazar el premio, dotado con 20.000
euros, una rueda de prensa en el Círculo de Bellas de Madrid. Y ahí dejó las
cosas claras. ¡Chapeau!
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