jueves, 25 de octubre de 2012

Una patada en el trasero de Wert




A mi entender, Javier Marías ha sido coherente con sus principios y ha rechazado el Premio Nacional de Narrativa. Le parece fatal que en los Presupuestos para 2013 no se haya estipulado ni un solo euro para bibliotecas por parte del Ministerio de Cultura. Wert, una vez más, se ha cubierto de mierda. Pero, además, Marías tiene varias espinas clavadas. La más honda de todas ellas, la que le produce más dolor, viene de lejos y hace referencia al trato recibido por el régimen de Franco en la persona de su padre, el gran filósofo Julián Marías, discípulo de Ortega y de Zubiri, al que jamás le reconoció el Estado con algún merecimiento de importancia pese a la gran cantidad de ensayos por  publicados, si exceptuamos el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, que se le otorgó en 1996 aunque compartiéndolo con Indro Montanelli. Julián Marías, su padre, estuvo dotado de una excelente inteligencia y de una enorme dignidad como persona.  Jamás medró. Es más, no impartió clases en la Universidad por no tener que jurar los Principios Fundamentales del Movimiento, “conditio sine qua non” para ejercer labores de docencia pública. No hay que olvidar que, terminada la guerra civil, fue denunciado por alguien al que tenía por amigo, Carlos Alonso del Real, con el vergonzoso apoyo del arqueólogo Julio Martínez Santa-Olalla y el  testimonio patético de Darío Fernández Flórez. Esas cosas pasaban con demasiada frecuencia en aquella España en blanco y negro. Cela, en cambio, ayudó en lo que pudo para que Marías alcanzara la libertad después de un mes y pico de encierro. Otros intelectuales no corrieron su misma suerte y fueron fusilados, o se pudrieron en la cárcel. Javier Marías convocó hoy, tras rechazar el premio, dotado con 20.000 euros, una rueda de prensa en el Círculo de Bellas de Madrid. Y ahí dejó las cosas claras. ¡Chapeau!

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