viernes, 12 de octubre de 2012

Saltando a la comba




Señalaba ayer Ramoneda en El País que “hay en este país demasiada gente que se vanagloria de no poder decir lo que querría decir porque su posición no se lo permite. Esta cultura es contraindicada con la democracia, porque crea dirigentes sin autoestima, que renuncian con suma facilidad a la capacidad de pensar y decidir por sí mismos, es decir, a su dignidad. Esta actitud también es una forma de corrupción estructural. Donde no hay políticos libres, solo hay casta mantenida”. España es una locomotora a la que le falta vapor. La situación no mejora ni lleva trazas de mejorar. No queda otro remedio que volver la vista sobre Ganivet. En “El porvenir de España”  nos recordaba un pasaje del Quijote: “No por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido”. Ganivet se refería a lo que les sucede a los españoles por culpa de malos gobiernos. España es el país con mayor desigualdad de la eurozona; es decir, los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. Ya tenemos 1’7 millones de ciudadanos que no recibe ningún tipo de ayuda y el empobrecimiento de los españoles ha crecido en un 18’4 por ciento. Ante este triste panorama, ¿qué podemos hacer? ¿Saltar a la comba? ¿Preocuparnos por el futuro de las colonias de  posidonias amenazadas por las anclas de los yates? ¿Alegrarnos porque el aeropuerto de Huesca haya recibido en todo el mes de septiembre pasado 67 pasajeros? ¿Conocer la causa por la que Edward Archbold se ha muerto después de ganar un concurso de comer cucarachas?... La paradoja de que el trabajo es libre para el individuo y necesario para la sociedad no ayuda mucho a resolver nuestro dilema. La clase media española ha pasado en pocos años de vivir por encima de sus posibilidades a convertirse en unos tristes ayunantes. Es la clase que más ha perdido en ese toma y daca. La clase baja no ha perdido nada, ya que nada poseía. Y la clase privilegiada, la que ya ni se molesta en esconderse para reírse de las desdichas ajenas, continúa restregándose indecentemente en un merengue de ostentaciones. El poderoso es consciente de que gobierna en la sombra sin necesidad de tener que presentarse a unas elecciones generales cada cuatro años. Esas cosas dan por hecho que son para la “casta mantenida”, esa partitocracia que ha estado rebañando el plato de las cajas de ahorro; y que tiene un encargo dudosamente democrático de controlar mediante vergonzosas listas cerradas a una ciudadanía con una casi nula autoestima, postrada y humillada por la banca y los dueños del ladrillo, tras haberles hecho creer que la recesión es la cosecha de sus propios excesos.

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