Señalaba ayer Ramoneda en El País
que “hay en este país demasiada gente que se vanagloria de no poder decir lo
que querría decir porque su posición no se lo permite. Esta cultura es
contraindicada con la democracia, porque crea dirigentes sin autoestima, que
renuncian con suma facilidad a la capacidad de pensar y decidir por sí mismos,
es decir, a su dignidad. Esta actitud también es una forma de corrupción
estructural. Donde no hay políticos libres, solo hay casta mantenida”. España es
una locomotora a la que le falta vapor. La situación no mejora ni lleva trazas
de mejorar. No queda otro remedio que volver la vista sobre Ganivet. En “El
porvenir de España” nos recordaba un
pasaje del Quijote: “No por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido”.
Ganivet se refería a lo que les sucede a los españoles por culpa de malos
gobiernos. España es el país con mayor desigualdad de la eurozona; es decir,
los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. Ya tenemos 1’7 millones de
ciudadanos que no recibe ningún tipo de ayuda y el empobrecimiento de los
españoles ha crecido en un 18’4 por ciento. Ante este triste panorama, ¿qué
podemos hacer? ¿Saltar a la comba? ¿Preocuparnos por el futuro de las colonias
de posidonias amenazadas por las anclas
de los yates? ¿Alegrarnos porque el aeropuerto de Huesca haya recibido en todo
el mes de septiembre pasado 67 pasajeros? ¿Conocer la causa por la que Edward
Archbold se ha muerto después de ganar un concurso de comer cucarachas?... La
paradoja de que el trabajo es libre para el individuo y necesario para la
sociedad no ayuda mucho a resolver nuestro dilema. La clase media española ha
pasado en pocos años de vivir por encima de sus posibilidades a convertirse en
unos tristes ayunantes. Es la clase que más ha perdido en ese toma y daca. La
clase baja no ha perdido nada, ya que nada poseía. Y la clase privilegiada, la
que ya ni se molesta en esconderse para reírse de las desdichas ajenas, continúa
restregándose indecentemente en un merengue de ostentaciones. El poderoso es
consciente de que gobierna en la sombra sin necesidad de tener que presentarse
a unas elecciones generales cada cuatro años. Esas cosas dan por hecho que son
para la “casta mantenida”, esa partitocracia que ha estado rebañando el plato
de las cajas de ahorro; y que tiene un encargo dudosamente democrático de
controlar mediante vergonzosas listas cerradas a una ciudadanía con una casi
nula autoestima, postrada y humillada por la banca y los dueños del ladrillo,
tras haberles hecho creer que la recesión es la cosecha de sus propios excesos.
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