El administrador de mi comunidad
de vecinos acaba de mandarme un comunicado avisándome de que “se va a proceder
al arreglo de las albardillas del peto de la cubierta”, y ruega la máxima
colaboración vecinal. Me pilla fuera de juego. No tengo ni idea de lo que me
cuenta. El administrador de fincas, que tiene aspecto de saberse de carrerilla
el libro gordo de Petete, se expresa como un libro abierto por la “addenda et corrigenda” del conjunto de las notas al pie. En realidad
no sé qué es lo que se pretende arreglar. Busco en el diccionario por salir de dudas.
En Arquitectura, las albardillas hacen referencia a los remates inclinados de
un muro para desviar el agua y evitar que ésta resbale por los paramentos.
También llamada hilada de coronación. Después escudriño sobre la palabra
paramento: “Cada una de las caras de todo elemento constructivo vertical”.
Bueno, vale, pero ¿en qué debo yo colaborar? Todo lo que podría hacer, llegado
el caso, sería encomendarme a san Trifón, experto en domeñar basiliscos, para
que no lloviese mientras los operarios subsanan las albardillas del peto sin
que el agua se deslice por los paramentos. En otra cosa no puedo auxiliar,
salvo que me coloquen un arnés y me alcen con una cuerda y una garrucha hasta
el tejado a fin de que sujete no sabemos qué canalera. Vivo en una región donde
no llueve casi nunca. Bueno, ayer casi se ahogan los vecinos de Sádaba por el
desbordamiento del río Riguel, pero no
es normal que sucedan esas cosas en las
Cinco Villas. Cuando se desatan las fuerzas de la naturaleza en forma de
inundaciones, las albardillas del peto de las cubiertas de las casas sirven lo
mismo que el “salvarsán” para el alivio de las tercianas. El único remedio, si
acaso, sería abordar la barca de Noé. De todas formas, es curioso que el
administrador de fincas que me ha tocado en suerte se acuerde de santa Bárbara
cuando truena y, también, de proceder al arreglo de albardillas del peto de la
cubierta cuando el hombre del tiempo avisa de que va a llover más que cuando
enterraron a Bigote, o sea, a Fermín Salvochea Alvarez, que estiró la pata el
27 de septiembre de 1907 tras romperse
la espalda al caerse de la mesa donde dormía. Invito a mis lectores a
que lean un artículo de Sancho Dávila, titulado “Bigote”, publicado en ABC de
Sevilla el 20 de noviembre de 1969. Bucear en las hemerotecas, como proceder al
arreglo de albardillas para el correcto desvío del agua de lluvia, son labores
harto dificultosas aunque necesarias. En las hemerotecas reside la cultura y en
el agua de lluvia, toda la melancolía.
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