Recuerdo aquellas huchas que se
depositaban en las escuelas de mi infancia. Eran unas mijarretas (dicho sea en
fabla aragonesa) con cabezas de negritos y una ranura encima. Aquellas monedas
recaudadas servían, según contaba el cura ecónomo en su visita anual a la
escuela, para cristianar infieles. Los infieles, o sea, aquellos negritos del
África tropical que aparecían dibujados en los botes de cartón del “cola-cao”
cargando sacos, fueron los proveedores de aquel “milagro” de Nutexpa, empresa que
nació en 1940 en Barcelona de la mano de José Ignacio Ferrero y José María
Ventura y que lanzó al mercado el famoso cacao en polvo en 1946, con el apoyo
publicitario de una canción muy pegadiza en la radio: “Yo soy aquel negrito del
África tropical…”. Y aquel producto, junto a los cubitos de caldo concentrado
“avecrem”, adormeció el terrible gusanillo de la hambruna de varias
generaciones de posguerra. Curiosamente,
los empresarios Ferrero y Ventura pertenecían al barcelonés Barrio de Gracia; y Luis Carulla, el fundador
de “Gallina Blanca” (en principio llamada “Gallina de Oro”) tuvo su primera
sede en el Paseo de Gracia. Pues bien, aquellos primeros cubitos “mágicos”
estaban compuestos de onza y media de carne argentina y un extracto
indeterminado de legumbres y hortalizas. Fue a partir de 1954 cuando apareció
el “Avecrem”. En la cadena SER, cada viernes, Joaquín Soler Serrano transmitía
el programa “Avecrem llama a su puerta”, donde se hacía realidad el sueño de un
concursante si era capaz de superar las pruebas a las que era sometido. Pocos
años más tarde, con el Plan de Estabilización de 1959, Cataluña absorbió gran
parte del paro andaluz y extremeño que no se había atrevido a marchar a Alemania y vivir dentro de un
barracón. Cataluña, en suma, no sólo engañó el hambre calagurritano con
sopicaldos para echar a los fideos y “cacaos maravillaos” sino que, además,
proporcionó trabajo a muchos españoles del Sur que hasta entonces sólo sabían
fabricar botijos y castañuelas y domeñar a niños-prodigio para hacer pésimas
películas lacrimógenas producidas por Luis Lucia. Y, ahora, en el tiempo
actual, cuando el hambre vuelve por sus fueros en España y los políticos
prometen que el desempleo se arreglará cuando lo haga la economía, ¡largo me lo
fiáis!, el ministro Wert no pone cabezas de negritos en las escuelas catalanas
pero intenta castellanizar Cataluña, cuestión harto dificultosa. Acaba de decir
ayer, en la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, que
“el interés del Ejecutivo es españolizar a los alumnos catalanes”, en una
respuesta al diputado socialista Francesc Vallés, quien le replicó que “sus
consideraciones son propias de la ‘formación del espíritu nacional’ [Plan del 57] que formaba parte del sistema
educativo de la posguerra española”. Y no le falta razón.
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