Los españoles que ya estamos en
edad de tomarnos la vida con tranquilidad cuando nos dejan, nos hemos quedado
un poco huérfanos con la muerte de
Sylvia Kristel, la actriz holandesa de “Emmanuelle”, con una banda sonora magnífica
y la recordada escena en el “Mile High Club”, en la que se mostraba
a una bailarina insertándose un
cigarrillo en la vagina. En aquel tardofranquismo donde en este país todo
estaba impregnado de alcanfor, sacristía, atraso y alienación política, los
españoles se hacían cruces sobre adónde
estamos llegando. Eran los años del “desarrollismo”, de la erección de
chabolas en vertical en barrizales periféricos de grandes ciudades y de
pluriempleos que no dejaban tiempo libre ni para pensar. Y en aquel ambiente de
miseria disfrazada, para poder ver cine erótico resultaba necesario fletar
autobuses y atravesar los Pirineos con nocturnidad y alevosía, jugándonos el
tipo por carreteras infames; y para abortar, la mujer que podía permitírselo, debía
volar a Londres. Luis García Berlanga, director de cine y editor de “La sonrisa
vertical”, resumió en dos trazos su posición sobre el erotismo y la
pornografía: “Yo, cuando me siento demagogo, digo que erotismo es cuando lo
hacen los ricos y pornografía cuando lo hacen los pobres”. Su película “Tamaño
natural” (1974) resultó ser una terrible historia de soledad que se tuvo que rodar en Francia. Por estos pagos de Frascuelo
y de María nadie “en su sano juicio” podía
entender el amor que sentía Michel, un afamado dentista, hacia una muñeca
hinchable réplica de una mujer real y que, en un momento dado, loco de celos por una supuesta infidelidad de la
muñeca, terminaba poniendo fin a su vida despeñándose con su coche junto a la
“dama infiel”. Anda, guapo, explícale esas cosas al censor de turno, al
cursillista de Cristiandad que mea en arco, a ese vecino de escalera, militar
en la reserva, que se pasa el día elogiando a su cornuda esposa en las charlas
cuaresmales, o al obispo de La Seo
de Urgel que también es copríncipe de Andorra. Aquel ramillete de meapilas
carpetovetónicos daban por hecho que la mantequilla utilizada en “El último
tango en París” por Paul en el cuerpo de Jeanne eran los santos oleos
administrados sin conocer muy bien la técnica canónica. En el cine ya se sabe:
si el director no se documenta, suelen fallar el atrezzo y los efectos
especiales.
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