jueves, 18 de octubre de 2012

Sylvia Kristel que estás en los cielos





Los españoles que ya estamos en edad de tomarnos la vida con tranquilidad cuando nos dejan, nos hemos quedado un poco huérfanos con la muerte de  Sylvia Kristel, la actriz holandesa de “Emmanuelle”, con una banda sonora magnífica y la recordada escena en el “Mile High Club”, en la que se mostraba a  una bailarina insertándose un cigarrillo en la vagina. En aquel tardofranquismo donde en este país todo estaba impregnado de alcanfor, sacristía, atraso y alienación política, los españoles se hacían cruces sobre adónde  estamos llegando. Eran los años del “desarrollismo”, de la erección de chabolas en vertical en barrizales periféricos de grandes ciudades y de pluriempleos que no dejaban tiempo libre ni para pensar. Y en aquel ambiente de miseria disfrazada, para poder ver cine erótico resultaba necesario fletar autobuses y atravesar los Pirineos con nocturnidad y alevosía, jugándonos el tipo por carreteras infames; y para abortar, la mujer que podía permitírselo, debía volar a Londres. Luis García Berlanga, director de cine y editor de “La sonrisa vertical”, resumió en dos trazos su posición sobre el erotismo y la pornografía: “Yo, cuando me siento demagogo, digo que erotismo es cuando lo hacen los ricos y pornografía cuando lo hacen los pobres”. Su película “Tamaño natural” (1974) resultó ser una terrible historia de soledad que se tuvo que  rodar en Francia. Por estos pagos de Frascuelo y de María nadie  “en su sano juicio” podía entender el amor que sentía Michel, un afamado dentista, hacia una muñeca hinchable réplica de una mujer real y que, en un momento dado,  loco de celos por una supuesta infidelidad de la muñeca, terminaba poniendo fin a su vida despeñándose con su coche junto a la “dama infiel”. Anda, guapo, explícale esas cosas al censor de turno, al cursillista de Cristiandad que mea en arco, a ese vecino de escalera, militar en la reserva, que se pasa el día elogiando a su cornuda esposa en las charlas cuaresmales, o al obispo de La Seo de Urgel que también es copríncipe de Andorra. Aquel ramillete de meapilas carpetovetónicos daban por hecho que la mantequilla utilizada en “El último tango en París” por Paul en el cuerpo de Jeanne eran los santos oleos administrados sin conocer muy bien la técnica canónica. En el cine ya se sabe: si el director no se documenta, suelen fallar el atrezzo y los efectos especiales.

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