En Zaragoza lloran todos como
plañideras: los comerciantes, los taxistas, los dueños de bares…La crisis se
nota y las persianas cierran. Ahora les llega el turno de las quejas a los
detallistas del Mercado Central, o Mercado de Lanuza, que de las dos formas se
denomina. Contaba el presidente de la Asociación de Detallistas, Jesús Salanova, a un
periódico local que sus ventas “han bajado un 40 % por culpa del tranvía, al
haberse eliminado varias líneas de autobuses”. Eso es como decir que en Aragón
no llueve por culpa de las catenarias de los ferrocarriles. En el Mercado
Central no se vende como antes por varias razones. Una de ellas es el retorno a
su país de origen de muchos extranjeros que ocupaban las infraviviendas de las
calles adyacentes del Casco Viejo; otra, la falta de dinero; y otra, la más
importante de todas, que los precios en los puestos del Mercado Central, en la
actualidad, están en línea con los precios de los comercios de los barrios.
Unos y otros se proveen en Mercazaragoza. Lo que sucede, a mi entender, es que
el Mercado Central cuenta con 170 puestos abiertos y su concesión municipal
termina en 2016. Ahí le duele a Salanova y ahí les duele a los comerciantes.
Conocido es que Mercazaragoza, empresa
municipal, gestiona el Mercado Central desde 2006 y los comerciantes quieren
ponerse la venda antes de que se produzca la herida. Yo, como vecino
zaragozano, soy consciente de que el sol sale para todos. Cuando alguien pone
en marcha un negocio ya sabe a qué se arriesga. Digo más, del Mercado Central
sólo me interesa su estructura en hierro diseñada en 1895 por Félix Navarro, que
es monumento histórico nacional desde 1978 y bien de interés cultural desde
1982. No dudo que en su interior se expongan a la venta magníficos manjares para
el que pueda pagarlos. Pero eso también está presente hoy en las grandes
superficies, su verdadera competencia. Y en cuestiones de negocios ajenos no
entro.
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