El tricornio de Tejero se iba a
subastar y al fin su familia ha retirado esa especie de “maquina de escribir”,
o de montera según los nórdicos, de la sala de subastas Durán, por no
considerar tal pieza como la utilizada por ese teniente coronel en el intento
de golpe de Estado de 1981. El tricornio original, que hubiese tenido un precio
de salida de 6.000 euros, se conserva en el domicilio familiar de los Tejero como
oro en paño. No cabe duda de que, con el tiempo, esa prenda militar aumentará
de valor, no por lo que vale sino por lo que representa en la historia reciente
de España. A mi entender, romanticismos aparte, el tricornio de Tejero debería
estar depositado en el Museo del Ejército, de la misma manera que se conserva
el sillón que Franco utilizó en Burgos o una falsa espada del Cid. Lo falso,
cuando el tiempo transcurre, ya no importa que sea simulado. El visitante al
museo, que ha pagado su entrada, tiene derecho a creerse que es auténtico todo
lo que está dentro de las vitrinas y jamás pone en duda su autenticidad, aunque
ésta sea postiza. Es lo mismo que sucede en el teatro o en el cine. Los
espectadores son conscientes de la farsa, pero se excitan, suspiran, hipan y
sollozan en las butacas en función del argumento proyectado. También en el
circo. Dejó escrito Antonio Gala que “el payaso nos distrae con una inocencia
simulada: una inocencia demasiado grande para ser verdadera, que deja al
descubierto, por torpeza, los trucos de los demás artistas, y acaba por
burlarse del maestro de ceremonias que gobierna la escena”. Este país es como
un circo de tres pistas. En la primera de ellas aparece Emilio Botín, en Nueva
York, trasladando a los medios
informativos que este es un momento fantástico para España, que todo el mundo quiere invertir aquí y que
entra dinero de todas partes. En la segunda pista nos topamos de frente con los
informes de Cáritas y con los últimos datos sobre el empleo de la Encuesta de Población
Activa. Y en la tercera pista asoman los rebuscadores en los cubos de basura,
que ya son legión. El tricornio de Tejero está bien donde está, es decir, en la
valija de las remembranzas de la casa de los Tejero, junto a la posterior teresiana
que impuso Luis Roldán y una pequeña réplica en cartón-piedra del caballo de Pavía.
Todos los suspiros de la España
cañí caben dentro de un baúl, del baúl de la Piquer.
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