Hay filas en Doña Manolita para
adquirir lotería de Navidad. Estamos fritos a impuestos pero los ciudadanos se
empeñan en pagar impuestos indirectos. Todos quieren ser millonarios para poder
desclasarse. Lo que pasa es que un pobre con dinero puede ser una caja de
sorpresas. Igual que llega, lo gasta y sigue siendo infeliz. Seguirá sin saber
utilizar la pala de pescado y sin que la alta sociedad le acepte aunque cambie
de coche, de piso y de marca de vino. Se cuenta que, un día, un periodista se
dirigió a Emilio Botín durante una rueda de prensa. Y el periodista comenzó la
pregunta espetándole a Botín: “Ustedes los ricos…”. Botín le interrumpió de
inmediato: “Mire joven, ricos-ricos en España sólo hay siete. Los demás son
acomodados”. Pero los ciudadanos que se ponen a la cola de Doña Manolita no se
conforman con soñar con ser acomodados, sino en ser acaudalados, que es
distinto. Eso de ser acomodado, en la praxis, equivale a poder llegar a fin de
mes sin pasar angustias. Parece poca cosa. “Y en el filo de la aurora, / desde
Sol a Chamberí, / nadie sabe por qué llora / pregonando un quince mil. /
¡Cuatro series!, ¡Qué bonitas! / ¡Voy tirando los caudales! / ¡Son de doña
Manolita! / ¿Quién me compra esta penita? / ¡Mañana, mañana sale!”. Esa fue la
última copla de Quintero, León y Quiroga cantada en 1958 por Concha Piquer en Isla Cristina.
Un fallo en la voz y el retiro definitivo hacia una vida conformada. Por ahí
quedaron los baúles con olor a caracolas marinas y a bodega de barco. Uno de
ellos baúles, el de la película dirigida por Florián Rey, se quedó en
Calatayud, en el Mesón de La Dolores. Quedó varado para
siempre en la Vega
del Jalón de la misma manera que las conchas de molusco asoman huecas en las
arenas de las playas. Comprar un décimo de lotería es algo parecido a abrir el
periódico por las ofertas de trabajo. Al final encuentras una, llamas por
teléfono y te dan cita para una entrevista. Terminas en manos del psicólogo de
la empresa. "Ya le avisaremos en caso de ser admitido", dice el psicólogo al
aspirante al tiempo que le estrecha una fría y sudorosa mano. Pasan los días y
el aspirante, como en la novela de Gabriel García Márquez, no tiene quien le
escriba. Y decide acercarse a la cola de Doña Manolita en busca de un quince mil
con la parsimonia de esas conchas bivalvas arrastradas a la arena en la
atardecida, con la esperanza de poder pillar un pellizco, o una pedrea, que
permita vivir con el acomodo de Emilio Botín un modesto fin de semana.
1 comentario:
Es que señar costa muy poco y te hace feliz por un rato...
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