Ya está los turrones ocupando
todas las estanterías y todos los pasillos de los supermercados. Cada año se
adelanta más todo lo concerniente a las fiestas navideñas. La cosa es que el
ciudadano gaste en laminerías y que éstas endulcen los malos tiempos que
corremos. Leo en la prensa local que “los amantes del turrón pagarán por él un
40% más que el año pasado”. EL precio de la almendra se ha disparado por las
malas cosechas. Algo similar ocurre con el precio de los piñones. Lo que ya no
entiendo es qué tienen que ver los almendros con los pinos. Doy por hecho que
también subirá de precio el marisco, el besugo, los roscos de anís, los
mazapanes y los soplillos alpujarreños. Siempre nos quedarán las marcas
blancas. Pero, en cualquier caso, el turrón no es un artículo de primera
necesidad y se puede pasar sin probarlo perfectamente. Lo que sucede es que,
una vez terminadas las fiestas navideñas, los fabricantes se quejarán de la
disminución en sus ventas. Todavía, en la mayoría de las empresas,
curiosamente, se sigue dando el acostumbrado “regalo de Navidad” de acuerdo con
los usos y costumbres. La razón de esa aparente “esplendidez” de la rumbosa
patronal consiste en que tal “detalle” está considerado como un gasto deducible
en el Impuesto sobre Sociedades, sin que sea necesario que figure en convenio
colectivo o en algún tipo de pacto que les obligue a ello. En lo que respecta
al IVA de los “lotes de Navidad” entregados por la empresa a sus empleados, por
todos es sabido que no es deducible,
salvo que tal regalo lleve impreso el
logotipo de la empresa. Entonces se considerarán como objetos publicitarios y
no como regalos, con lo que el IVA sí será deducible, siempre y cuando el valor
unitario del regalo no supere los 90,15 euros. Por esa razón, algo menos de ese
importe suele ser el valor del “paquetito” que casi todas las pymes entregan a
mediados de diciembre, en un rasgo de “extraño” paternalismo con tufillo de
otras épocas, a los trabajadores de la empresa.
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