La picaresca de los españoles no tiene parangón. Me entero
de que el pasado mes de febrero un camión chocó contra un radar, esos
armatostes grises que están colocados en la carretera para recaudar y que están
valorados en más de 5.000 euros, cerca de Gijón. Y como en la canción “El cuarto de Tula”, allá fueron los
bomberos con sus campanas y sus sirenas y un rabo de policías para hacer soplar
y empapelar al conductor de ese barrio de la Cachimba donde se formó la
corredera; ay, mamá, qué pasó… Pues paso que el cuarto de Tula, le cogió candela, se quedó dormida y no apagó la vela. Ey Marcos, coge pronto el cubito y no te
quedé allá fuera. Llénalo de agua y ven a apagar el cuarto de Tula que ha
cogido candela… Y el conductor, precaución amigo conductor, tu enemigo es la
velocidad, acuérdate de tus niños que te dicen con cariño: “no corras mucho,
papá”. El conductor, digo, una vez que descubrió que el aparato de radar estaba
hecho unos zorros, se rascó la barbilla y se marchó con la multa en el
bolsillo. Esperó tomando unas cervezas “Estrella
de Galicia” a la caída de la noche en la barra del bar. Entonces, cuando la
noche morada echaba su velo sobre los páramos de Tremañes y sobre la avenida de
la Juvería
regresó sigiloso al punto del accidente, los asesinos de radares siempre vuelven
al lugar de crimen, recogió el aparato, que pesaba como un muerto de película
de Alfred Hitchcock, lo echó a la caja del
camión y esperó a que se hiciera de día y abriera las puertas la chatarrería,
ese templo de dos desheredados. Pesó el muerto, es decir, el armario-radar en
la báscula, y se adentró en la campa, cerca de la empacadora, basculó, taró el
camión en vacío, lo aparcó y pasó a las oficinas para que abonasen su peso en
reales de vellón. Y a otra cosa, mariposa. “De alguna manera –supongo que
pensaría el camionero- hay que pagar la multa”. Lo peor llegó luego, cuando la Brigada de Policía
Judicial, que son palabras mayores, encontró abatida y desguazada a la caja recaudatoria junto a
las carcasas de unas lavadoras, unos chasis oxidados y unos rótulos de chapa obsoletos y retorcidos que anunciaban
“Beber es preciso…Agua San Narciso”. La investigación sigue abierta para determinar
si el principal sospechoso había cargado el armatoste solo o en compañía de
otros, como si aquello fuese el crimen de los Urquijo. Joder, ¡vaya paquete
que le va a caer al coleguilla! Voy a matar un capricho, que tengo en el
corazón/ voy a coger un jalao con tremendo vacilón. / Búscame una cuchara, una
botella y un cajón/ a formar un parrandón / y así matar el capricho que tengo
en el corazón, o sea.
jueves, 31 de marzo de 2016
miércoles, 30 de marzo de 2016
Porque yo lo valgo
Juzgar a Francisco
Franco por conducción temeraria y atentado contra la autoridad suena como
raro. ¡Pero si está enterrado en Cuelgamuros! Al menos, cuando voy a
Collado-Villalba sigo viendo en la
Sierra la cruz desde casa.
Ah, ¿que el “nietísimo” se llama igual…? Entonces, apaga y vámonos. No
es la primera vez que el actual marqués
de Villaverde la monta parda. Según leo hoy en El País, “los hechos ocurrieron el 30 de abril de 2012, entre las
siete y las siete y media de la mañana, cuando dos agentes hicieron señales al
vehículo conducido por Francisco Franco para que se detuviera, ya que circulaba
por la Nacional
234 (Sagunto-Burgos) con las luces apagadas. Franco no sólo no se detuvo, sino
que se dio a la fuga a gran velocidad sin respetar las señales de tráfico. […] Los agentes iniciaron una persecución por
caminos y pistas forestales, hasta que el coche pudo ser detenido en un camino
entre las localidades de Collados y Lagueruela. […] Entonces fue cuando se
produjo el incidente armado que el tribunal explica así: “El copiloto, Nicolae S.R. exhibió un arma larga de
fuego momento en que Francisco Franco hizo una maniobra de marcha atrás
colisionando con el vehículo de la Guardia Civil y arrastrándolo varios metros. Tras
ello se dio nuevamente a la fuga por caminos forestales. El coche fue hallado
más tarde abandonado y sin llaves por una patrulla de la Guardia Civil en la
localidad de Bea”. Ahora, el Juzgado de Calamocha ha dictado un auto de
apertura de juicio oral contra ambos individuos. Queda claro que esas
actitudes, de ser probadas, son propias de delincuentes. A mí me da la
sensación de que, presuntamente, Franco y Nicolae se estaban dedicando a la
caza furtiva. De no ser así, no se explica que llevaran un arma larga de fuego,
posiblemente montada. Francisco Franco, nieto del dictador, hizo durante muchos
años de España su cortijo, y de los Montes de El Pardo también. Y se debe de
creer que tiene impunidad para hacer lo que le venga en gana. No cabe duda de
que el “nietísimo” ha heredado los genes de su abuelo y el “porque yo lo valgo”
de su padre. Ya tuvo otro incidente en la zaragozana Estación de Delicias en
junio de 2009, al intentar tomar el AVE, ya a punto de ponerse en marcha. Para
ello, intentó saltarse el control de seguridad para no perder el tren. Según El Confidencial, “en el rápido trayecto
a contrarreloj, increpó y empujó a dos azafatas, que terminaron en el suelo, y
arremetió contra una guardia de seguridad, de origen sudamericano, a la que
además insultó con comentarios racistas”. Y hoy, que por fortuna no llevo al
cuello el dogal de la censura, puedo decir
que en aquellas cacerías del abuelo del ahora nieto empapelado “hubo escándalos inauditos en cuanto a su duración y a
los corrompidos componentes de esa masonería de intereses aconchabados en los
diferentes organismos de nuestra administración”, como recuerda F.Mateu
(fundador de la
Editorial Mateu, de Barcelona, en su libro “Franco ese…”.
(Epidauro ediciones, Barcelona, 1977, p. 150). A nadie se le escapa que los más
interesados en las cacerías del Dictador
fueron los dueños de los cotos, como quedó demostrado en “La caza”, la famosa película de Carlos Sauras, producida por Elías
Querejeta en 1964 y estrenada en los cines españoles el 9 de noviembre de
1966, cuando Franco ya había muerto. Los críticos de la época, supongo que
todos ellos “estómagos agradecidos”, la calificaron como una película “muy
mala”. Pero nadie debe preocuparse, que ya habrá tiempo para crear nuevos
caudillos, eso sí, por la gracia de Dios.
Vocaciones no faltan.
martes, 29 de marzo de 2016
Bicicl...hostias
En algunas ciudades está poniéndose de moda que la Policía Local circule en
bicicleta. Desde el Ayuntamiento se informa de que “patrullar en bici es barato y acerca la policía a los ciudadanos”. Leo en Heraldo de Aragón que el asesor de Movilidad,
Alberto Lorente, ha afirmado que “el
Gobierno de Zaragoza considera que la unidad ciclista de la Policía Local es una
de las que podría ponerse en marcha, no como patrullas de control a los
ciclistas, sino como una unidad con una movilidad diferente, más ágil y
versátil, sobre todo para los parques o riberas, pero también pensando en otras
zonas de la ciudad". En seguida me ha venido a la cabeza la casa-cuartel
de la Guardia Civil
de un pueblo próximo a Calatayud, donde yo residía siendo niño, cuando allá por
finales de los años 50 del siglo pasado recibió unas bicicletas de color gris
perla para que los civiles pudieran patrullar con ellas. Lo malo era que casi
ningún guardia civil sabía guardar el equilibrio en aquellas máquinas a
pedales. Y allí los veías, por una plazoleta, ayudándose unos a otros en su
aprendizaje. No había manera de que aprendiesen. Aquello les había cogido
mayores, con abultada andorga y sin ganas de ejercitarse. Algo parecido a lo
que me ha sucedido a mí con el ordenador donde, por tocar la tecla equivocada,
he perdido muchos artículos de enjundia. Los he vuelto a rehacer, pero no ha
sido lo mismo. Pues bien, yo no dudo que las unidades ciclistas encajen en un
nuevo modelo de movilidad para las ciudades y que colaboren de forma exitosa en
las medias maratones y en los triatlones. Pero acostumbrados, como están esos
agentes de la autoridad, a ir calentitos dentro de un automóvil para poner multas, su
labor va a ser harto dificultosa. Como decía Fernando Fernán Gómez, las
bicicletas son para el verano.
Ministro en funciones (de tarde y noche)
García-Margallo,
ministro de Asuntos Exteriores (en funciones de tarde y noche) nos sale ahora con
la sandez de que debería crearse un “FBI europeo” para luchar contra el
terrorismo yihadista. Y como no podía ser de otra manera, tales sugerencias las
ha hecho en 13TV, la cadena televisiva de la Conferencia Episcopal.
Ya puestos, también podría crearse una Policía Montada del Canadá europea, para
que durante las procesiones de Semana
Santa, por ejemplo, abrieran a caballo en España los desfiles de encapuchados
con un airón sobre la cabeza, que esas cosas siempre dan empaque. O quitar las casas-cuarteles de la Guardia Civil y nombrar a un sheriff en cada pueblo cada cuatro años para que mantenga el
orden en las calles, en las tabernas y en el fútbol local, donde siempre la
paga el árbitro. Según Margallo, “al terrorismo hay que combatirlo militarmente
y ganar sus territorios”. ¿En qué quedamos? Una de dos: o creamos un FBI europeo que comparta datos con los
servicios de inteligencia, o nos liamos a pasear tanques entre los eriales
asiáticos sin saber a quién disparar. A mi entender, ni una cosa ni la otra. Aquí
habría que crear, en todo caso, un FBI español para que, como dice Pérez-Reverte, “los políticos corruptos de sus partidos devuelvan el dinero equivalente a
los perjuicios que han causado al erario público”. Y, también, aquí habría que
crear una Policía Montada del Canadá española, para que los sementales de sus
yeguadas se luciesen en la Feria de Abril de Sevilla. Vamos, que si no somos
capaces entre todos los europeos de luchar contra el terrorismo yihadista,
cambiemos a los eurodiputados por los músicos de la Banda del Empastre y hagamos de Europa una
nueva Disneylandia.
lunes, 28 de marzo de 2016
Tortilla de guerra con patatas simuladas
Se trata de un engrudo compuesto, básicamente, de harina y la corteza
blanca de las naranjas. Estas se remojan un mínimo de dos horas para
neutralizar el sabor cítrico y, posteriormente, se fríen como si fueran
patatas, tubérculo que el autor denomina “brillante de la cocina”, en el
contexto bélico aludido. Naturalmente, si las naranjas son simuladas, los
huevos –a cincuenta pesetas la docena- también: harina, bicarbonato y ajo hacen
las veces del alimento proteico. Todo funcionará ante los comensales “siempre
que no vayan contándoles monadas al que tenga de comerla”. Un trampantojo
culinario del que Doménech no puede sentirse orgulloso, pero sí justificar:
“Entonces se aprendió a cotizar muchas cosas y, sin aquellas graves
circunstancias [la guerra], nunca se hubiera comprendido esta nueva modalidad
de cocina […]”. La segunda parte de
“Cocina de recursos” está constituida por una meticulosa y triste crónica de
las comidas que hacía –o intentaba hacer- el autor en “restaurantes,
hospederías, fonduchos, bares, tabernas, pensiones, casa particular de
selección, hasta las tascas de peor catadura de la capital barcelonesa, en los
años de 1937-1938. El relato se articula a través de quince almuerzos y quince
cenas “con el único fin de poseer, de tan dolorosa época, un autentico
documento del ramo de la alimentación de aquellos días”. A lo largo del
deambular del autor en busca de platos imposiblemente apetecibles en
establecimientos públicos en la
Barcelona bélica, sometida a precios astronómicos en el valor
de sus alimentos y hambrienta, dos frases retumban en la mente de Doménech y
del lector: “el mal humor estaba de moda” y “aquello no era más que morir
viviendo”.
Doménech llegó a hacer buñuelos de crisantemos. Y es que hay
que ponerse en aquel tiempo de escasez. En las casas de comidas faltaba de todo
y a precios imposibles de asumir: poco antes de la guerra un menú convencional
completo costaba en Barcelona 6 pesetas con 65 céntimos. Dos años después, en
1938, ese mismo menú costaba 32 pesetas con 20 céntimos. Alguien dijo, a mi
entender con acierto, que cuando no hay alimentos de lo único que se habla es
de comida. Carlos Azcoytia señala en
un serio ensayo:
En los últimos meses de la Guerra
Civil en zona republicana, el caos se fue apoderando del
abastecimiento de los suministros, así como en los tres o cuatro años siguientes al final de la
contienda donde las mujeres hacían colas agotadoras de hasta 12 horas para
conseguir un litro de leche, que sólo daban con receta médica, o lo que esa
semana estaba estipulado para las cartillas de racionamiento […]. El 6 de marzo
de 1939 un Decreto del Servicio de Aduanas autorizaba la fabricación de
productos sucedáneos: el café podía hacerse con
achicoria tostada y molida, etc.
Hasta que un alimento de fácil acceso causó estragos entre
la población más pobre: la almorta. Pero sobre ello escribiré otro día.
domingo, 27 de marzo de 2016
Motiño y su pastel de ranas
A finales de 1621 la miseria en España era tremenda, si
hacemos caso al discurso que lanzó el procurador de Granada, Mateo Lisón y Bledna, donde hacía
referencia a los abusos y desórdenes administrativos en la España de los Austrias. Y
así lo exponía: “La gente no hace más que vagabundear por los caminos comiendo
hierbas y raíces…” (…) De la misma manera, como otra cara de la misma
moneda, "los aristócratas y
terratenientes hacían gala de una irrefrenable gula. Sirva como ejemplo el
banquete que se sirvió a Carlos I,
donde hubo cerca de 1.600 platos distintos”, según señala Cecilia Isabel Gutiérrez de Alva en su “Historia de la
Gastronomía”.
“El cerdo en esta época era muy importante porque se consideraba objeto
cultural, ya que la prohibición de la religión judía y musulmana lo convierte
en un punto de distinción para los
católicos. En esta época surgen los “pícaros de cocina”. Eran gentes que
merodeaban las casas de los nobles y gustaban de acomodarse con o sin salario
en las cocinas de los grandes señores, donde vivían entre ollas, cazuelas y
sartenes. Podían alimentarse a cambio de sus servicios”.
Francisco Martínez
Motiño entraría como ayudante de cocina en Palacio en tiempos de Felipe II y fue cocinero mayor de Felipe III. En 1611 publico su
primera edición de “Arte de
cocina, pastelería, bizcochería y conservería”. Hubo una segunda edición en
1617. A
ese cocinero se debe, entre otras muchas recetas magistrales, el conocido “Pastel de ranas”. Dice su autor:
“De estas ranas podrás hacer un pastel, ahogarlas has con un poco de manteca fresca, y echarles has encima un poco de agua caliente, y un poquito de verdura, y sal, y den un hervor; luego sácalas con la espumadera, y sazónalas con todas especias, y sal; y mételas en el vaso con un poco de manteca de vacas; y cuando esté cocido batirás unas yemas de huevos con zumo de limón, y echa del caldo donde se han perdigado las ranas, y ceba tu pastel, y cuájese; y de esta misma manera se han de sazonar para empanadas inglesas de ranas, ahogando estas ranas con su manteca, y cebolla, se les puede echar de todas especias, y un poquito de vino, y un poco de agrio, y estofarlas. De estas ranas se hace muy buen manjar blanco, perdigando las ranas en agua, que den un par de hervores, y quitarles unas venillas negras que tienen; y luego tomar tanta cantidad de estas ranas como de pechuga y media de gallina, y deshacerlas con los dedos muy blandamente, porque son muy tiernas; y luego batirlas con un poquito de leche con el cucharón de manjar blanco; y luego echar la harina del arroz por la cuenta del manjar blanco de carne”.
He subrayado en el texto literal “manjar blanco” y “perdigando”. Manjar blanco era un plato preparado con pechugas de gallina, leche, harina de arroz y azúcar. Perdigar un guiso consistía en conseguir mediante grasa, o aceite, que la carne, en este caso de ranas, estuviese más sabrosa. Y por aquello de que hoy es Domingo de Resurrección, bueno será recordar que Francisco Martínez Motiño tiene en el libro señalado una de las primeras recetas que se conocen de torrijas (hay otra receta parecida, de fecha algo anterior, plasmada en el “Libro de Arte de Cozina” (sic) de Domingo Hernández de Maceras (1607), y que durante cuarenta años fue cocinero en el Colegio Mayor de Oviedo, en Salamanca, donde refleja con maestría la cocina española de los siglos XVI y XVII). Pero antes, todavía, existe otra receta sobre torrijas documentada en el siglo XV por Juan Encina, indicada para la recuperación de parturientas.
Entre el fervorín y la cerrazón
Este es un país de
mascletás, fuegos artificiales, ninots, fallas, pitos, flautas y gorigoris. Aquí, cualquier evento popular no se entiende sin el alcohol,
sin el hisopo místico que bendice hasta las rosquillas del santo patrón, sin
griterío, sin el olor a ajo de comistrajos de puchero que dicen ser típicos y
sin el atronar de cohetería, bombas reales y chupinazos. Si alguien lo desea
comprobar in situ, que vaya a
Valencia por san José, a Pamplona por san Fermín o a Zaragoza por las fiestas
del Pilar. Pero los últimos actos terroristas en Bélgica y las noticias que
recibimos en los telediarios nos han puesto a todos los ciudadanos los nervios
a flor de piel. Para más inri, a la televisión que pagamos todos le ha dado por
“revivir” el semanario que leían en su chiscón las porteras, es decir, “El Caso”. Los aeródromos de Getafe y
Cuatro Vientos y el Centro Universitario María Cristina en El Escorial sirven
como exteriores, y un plató de 1.500 metros
cuadrados en San Sebastián de los Reyes recrea una
comisaría de Policía y la redacción de ese semanario. Es la España surrealista de Margarita Landi y de Belén Esteban. Esto es de locos. Y así
pasa lo que pasa. Resulta que al filo de la medianoche del Viernes Santo se
posesionaba en Badajoz a la Virgen de la Soledad.
Al llegar al Arco del
Peso, en la Plaza Alta,
se escucho un fuerte ruido. Nazarenos, damas de peineta y mantilla, gente que
observaba en las aceras el paso de la peana y gran parte de la comitiva
entraron en pánico y echaron a correr en todas las direcciones como si de una
estampida de bisontes se tratase. Según fuentes de la Policía Local, dos
personas tuvieron que ser atendidas por los servicios sanitarios al sufrir
crisis de ansiedad y nerviosismo, y otras tres por heridas leves. ¿Qué había
sucedido? Sencillamente que un tipo con unas copas de más había dado una fuerte
patada a una puerta de chapa en la calle San Pedro de Alcántara. Mas tarde,
cuando el público presente y los miembros de las cofradías se tranquilizaron,
continuó la procesión por su acostumbrado recorrido. Se cuenta que en 1989 ya
ocurrió en Badajoz una situación similar. Sobre el caos creado comenta El Periódico de Extremadura lo
siguiente: “Entonces comenzaron a surgir rumores sobre lo ocurrido: una bomba,
un incendio, un tiroteo o un derrumbe fueron algunas de las versiones que
circularon en los primeros momentos de caos, lo que no ayudó a mantener la
calma, sino todo lo contrario”. Según el superintendente de la Policía Local, Rubén
Muñoz, “se está tratando de identificar a la persona que golpeó la puerta a
través de las grabaciones de teléfonos móviles y de las cámaras de seguridad
del entorno. Si se prueba que el responsable del incidente ha simulado una
situación de peligro para la comunidad, requiriendo la movilización de los
servicios de emergencia, se le podría imputar un delito por desorden público,
castigado con penas que van desde los tres meses y un día a un año de prisión”.
Algunos testigos al acto religioso
describieron la situación de “gritos, gente corriendo en todas direcciones,
empujones, personas caídas en el suelo y aglomeraciones en las calles Moreno
Zancudo y Norte (tapiada)”. Menos mal que mañana lunes todo volverá a la
normalidad; eso sí, con el Gobierno en funciones y Rajoy atrincherado en su cerrazón.
sábado, 26 de marzo de 2016
Elogio de la radio de galena
Soy consciente de que hoy los tiempos adelantan que es una
barbaridad, como se cantaba en la zarzuela “La
verbena de la Paloma”.
De hecho, y considerando que la técnica de ordenadores y el manejo de teléfonos
móviles me han pillado mayor, debo recurrir a mi hijo cada vez que tengo un
problema con ese tipo de endiablados “artefactos”. Me viene justo manejar el
procesador de textos y llamar por teléfono con un aparato del tiempo de los
dinosaurios, que es el carcajeo de todo el mundo. Pero yo siempre digo que el
teléfono es para lo que es, o sea, para poder entenderse con alguien que está
en Burgos, o en Mansilla de las Mulas, es un suponer. De hecho, la vieja “underwood” la sigo limpiando todas las
semanas para que no coja polvo, que es la misma enfermedad que padece mi
biblioteca. ¡Yo no sé de dónde sale tanto tamo! Es como si los libros tuviesen
un imán para partículas sólidas. Abrigo el convencimiento de que un libro
adquirido en la madrileña Cuesta de Moyano, junto al Jardín Botánico, puede
tener en el interior de sus páginas desde caspilla del pelo de Azorín hasta restos de fritanga del bar El Brillante, que se encuentra
enfrente de la Estación
de Atocha. Los bocadillos de calamares de El Brillante
me recuerdan aquellos otros que siendo más joven engullía en el bar La Viña
P, en El Tubo, antes de entrar en El Plata por ver actuar a las Hermanas
Castillo y al pianista don Julio,
que era de Gallur, con el que solía hablar en las pausas del espectáculo. Más
tarde, cuando dejó EL Plata, actuaba
en La Pianola de la calle Temple. Dejaba el cigarro
de “ideales” posado en un platillo
junto al piano-pianola, no sé ya si se trataba de un modelo de Estela & Bernareggui, e interpretaba
los fragmentos que le pedía la distinguida clientela. Pero a lo que iba. Como
decía, me vienen grandes los nuevos adelantos. Pero nadie podrá apuntarme que
no sé construir una radio de galena, que aprendí en los tiempos de estudiante.
Mi hijo no sabe qué es una radio de galena ni me molesto en explicárselo. No
trae cuenta.
Caldo de borrajas
En las páginas 143/144 del libro de Juan Altamiras, “Nuevo arte de cocina, sacado de la escuela
de la experiencia económica, Barcelona, en la Imprenta de don Juan de
Bezáres, dirigida por Ramón Martí, Impresor. Año de 1758. Aprobación del
licenciado D. Pascual Sanchez (sic), Presbytero (sic). Capítulo IV. “De todo
género de yervas (sic)”, encuentro una receta referida al caldo de
borrajas, esa planta tan aragonesa. A mi entender, el libro, en su conjunto, es un documento histórico,
sociológico y lingüístico de enorme valor. Dice textualmente:
“Tomarás aceyte bueno, freirás cebolla menuda, y quando esté frita,
quitala con una espumadera, y echa el aceyte en el caldo, con que cociste las
Borrajas, machaca una salsa de avellanas tostadas, y echarás tambien un tostón
de pan remojado, bien exprimido, con todas especies, como son, pimienta,
azafran, [en la página 144 vuelve a
poner frán, ahora con acento] clavillo canela [sin coma que los
separe], y un grano de ajo; desatalo
todo con el mismo caldo, que cueza un poco; sazonalo, por si le falta sal,
sacalo del fuego; desatarás huevos correspondientes, con un poco de vinagre, y
los echarás, quando esté tibio, porque no se coagulen los huevos, y lo pondrás
á sudar, este es un caldo suave, y bueno, y tanto, que algunos dudarán si es de
carne; pero mas vale el collar, que el perro, y no llevará perro quien tome
este caldo de borrajas”.
Por todos es sabido que la expresión “quedar en agua de borrajas” hace referencia a esperanzas
frustradas de modo repentino, al no salir bien lo que alguien esperaba. Me
comenta un experto en Nutrición, y aquí lo hago constar, que “la expresión está
mal utilizada”, ya que “tal planta se confunde con “cerrajas”, esa planta
silvestre que tanto gusta a los conejos, y sobre la que señala el “Diccionario de Autoridades” (RAE,1729) que “sus hojas, flores o jugo
lechoso se aplicaba como estimulante del apetito, el tratamiento de la ascitis,
y para arreglar trastornos hepáticos. Su agua infusionada, el de las cerrajas,
es insulsa y sin propiedades”. Por tanto, la expresión primitiva era “quedar en agua de cerrajas”, a la que
hace referencia Sebastián de Covarrubias
en su “Tesoro de la lengua castellana o
española” de 1611”.
viernes, 25 de marzo de 2016
Esa segunda deidad de los bilbilitanos
El congrio tampoco es mal ave. Cuando alguien dice esa
frase, ¿qué quiere decir? Nada. Es ahí donde reside su “riqueza”.
Es una forma de decir algo, lo que sea, sin querer decir nada. Con esa frase
absurda se pretende romper el hielo de los silencios incómodos. Manolete, en cambio, fue consciente, y
así se lo transmitió a su mozo de espadas, que “mejor se está sin decir ná”.
También se puede tratar de romper el hielo del silencio, salvo que éste sea un
iceberg cortante, explicando a los presentes, aunque no venga a cuento, la
leyenda romántica sobre la muerte de Li
Bai, Li Po para los amigos,
excelente poeta chino, cuando una noche paseaba en barca borracho, se lanzó al
agua para abrazar el reflejo de la luna, ahogándose. Mucho se ha escrito sobre
el congrio, la segunda deidad para los bilbilitanos, al que adoran con devoción
cartujana. Álvaro Cunqueiro, el más sabio gallego en temas de fogones, tradujo
un poema de Li Po al gallego, su
lengua: “Xoguemos e vivamos, e derramemos
a riqueza dos nosos días, / que ninguién sabe as coitas que trae o incerto
futuro”. Los bilbilitanos, como digo, saborean el congrio desde hace más de 500 años. Existen referencias escritas
que datan del 12 de enero de 1446, cuando una empresa de cáñamo situada en
Calatayud enviaba cuerdas y amarras a diversos puertos españoles. Y cuando trasladaban
en carros cuerdas a Mujía (La
Coruña), más tarde regresaban con un cargamento de congrios
ya amojamados, para evitar que se estropeasen en su larga travesía de retorno a
tierras aragonesas. Desde entonces llevan fama los contundentes platos de “congrio a la bilbilitana” y de “garbanzos con congrio”, dos recetas que
apenas han variado con el paso del tiempo. Y hoy, por aquello de que el congrio
tampoco es mal ave, y aprovechando que es Viernes Santo, día de
ayuno y abstinencia, y que ayer se procesionó en León a san Genarín, traslado una receta
muy simple de “congrio con arroz”
como la plasmó Juan Cabrisas,
antiguo cocinero de la madrileña Fonda de
los Tres Reyes y autor del libro “Nuevo
manual de la cocinera catalana y cubana”, libro de 1858 inencontrable,
aunque se guarda un ejemplar en la biblioteca del Congreso de los Estados
Unidos, del que por fortuna Editorial Planeta hizo una edición
facsímil en 1995. Más o menos señala:
“Se pondrá a freír ajos con aceite, perejil picado y luego se pondrá el
arroz. Cuando empieza a tostarse se añadirá agua caliente con sal y pimienta. A
los dos o tres hervores se apartará del fuego. Al mismo tiempo se hará cocer el
congrio con poca agua, aceite y sal. Luego que esté cocido se pondrá ese
pescado en el arroz y se volverá a hervir hasta que esté cocido. Para hacerlo
más fácil, se reunirán el aceite, los ajos, el perejil y el tomate. Se añadirá
el congrio a “tajadas” y se le dejará freír. Más tarde se le añadirá agua y
cuando esté medio cocido se unirá al arroz, que hervirá en torno a un cuarto de
hora. Transcurrido ese tiempo, se apartará del fuego, se dejará reposar y se
servirá en la mesa”.
La traducción no es literal y así figura en la página 153 de
esa edición facsímil, ya que como se aclara en una nota previa: “se han evitado
las formas propias del castellano de mediados del siglo XIX, el vocabulario, la
acentuación y la puntuación”. Por ejemplo, en el libro se escribe “peregil”, se acentúan las aes (preposición propia), etcétera. Como
dato curioso, la madrileña Fonda de los
Tres Reyes, donde trabajó de cocinero Cabrisas, cambió de nombre y de dueño
el 20 de abril de 1830. Estaba ubicada en la calle del Santo Cristo, cerca de
la madrileña Plaza Mayor, y era su propietario el italiano Juan Bonfiglio. Allí comían diariamente los miembros de una de las
primeras sociedades masónicas, conocida como San Juan de Jerusalén. En esa fonda se alojó varias veces un famoso
espía británico llamado James Florence
Burke.
jueves, 24 de marzo de 2016
La fabada, invento moderno
“Mi madre fue una de las mejores cocineras que tuvo este país, hasta el punto de que mi padre, consciente de esas virtudes, abandonó su clínica y la cátedra en la Facultad de Medicina de Madrid, para poner un restaurante, el Horno de Santa Teresa, donde dar rienda suelta a aquel torbellino coquinario llamado Lola. A pesar de no haber estudiado formalmente nada relativo a la Hostelería (lo más cercano fue la Bromatología de Veterinaria), desde niño fui hostelero, aunque más que por simpatía, fue, porque si quería tener un duro, la paga dependía de echar una mano, ya fuera en la cocina, oficina, almacén o comedor. El año 1976 un trágico accidente se llevó a mis padres y a mi hermano, con lo que tuve que abandonar mis otras actividades para dedicarme de lleno a los negocios familiares, que eran principalmente de hostelería. Durante una década me dediqué con pasión a los diferentes aspectos de este gremio, hasta políticamente, ya que, como Secretario General de la Agrupación de Restaurantes de Madrid, di bastante guerra. A finales de los ochenta, con todas las habituales medallas y condecoraciones propias de la profesión en el esportón, pero también con más de medio centenar de trabajadores y todo el estrés de la gran ciudad a cuestas, decidí romper con el mundanal ruido y retirarme pacíficamente a mi anhelada Asturias para ver los platos, bandejas y copas, solo desde el otro lado de la barra”.
Entre sus libros de ese asturiano llama la atención “La cocina masónica”, escrita durante su permanencia en la Respetable Logia Semper Fidelis 150, perteneciente a la Gran Logia de España. En una entrevista que le hicieron en febrero de 2009, a raíz de su publicación, le preguntaron que ¿cómo la había conocido? Y Pepe Iglesias respondió de la siguiente manera:
“En realidad no la conocí, me la inventé. El día de mi Iniciación, al salir de ese mundo mágico que es la Logia, fuimos a celebrarlo a un chino que había en el barrio y me pareció tan zafio, que empecé a investigar. Luego le pregunté a un Maestro francés que era profesor de la Escuela de Hostelería de Biarritz y fue él quién me animó a seguir investigando porque no había nada escrito en ninguna parte del mundo. Y así me metí en la investigación más profunda de mi vida hasta que, cuando empecé a estudiar hebreo antiguo para acceder a las Sagradas Escrituras sin traducciones capciosas, comprendí que me iba a volver loco e interrumpí el trabajo”.
Pero no perdamos el hilo. La fabada, si hacemos caso a Pepe Iglesias, es una invención contemporánea. Cuenta:
“La primera referencia que hay sobre su existencia se debe a Julio Camba en su libro La Casa de Lúculo donde nos comenta que, tras probarla en el chalet de D. Melquíades Álvarez en Somió, casi ingresa en el partido reformista. Hablamos de 1937. A pesar de no ser hombre comedido, el maestro Camba no se atreve a afirmar nada, pero sí hace un guiño al apuntar que la Fabada ‘es como el cassoulet de Toulouse, aunque le falte el pato’. Es decir, que para explicar en qué consiste el plato, tiene que hacer referencia al guiso francés. En un librito de cocina recopilado por el RIDEA, fechado a finales del XIX, no existe mención alguna a la fabada, lo que sugiere que esta no es una simple mutación del pote, como sugieren algunos estudiosos, sino casi con certeza una adaptación del cassoulet, es decir, otro plato de indianos que nuestras abuelas cogieron de su viaje de bodas [casi siempre en París] y en el que cambiaron las delicias de pato, por el tradicional compango asturiano de chorizo, morcilla, tocino y lacón, lo habitual de un pote para día festivo”.
Pero también añade Julio Camba que después de haber repetido tres platos, se dedicó a hacer una extraordinaria imitación de la anaconda en el hotel de Gijón donde se alojaba. En ese sentido, en su artículo “La fabada”, Luis M. Alonso, en el diario La Nueva España, escribe lo siguiente:
“Don Julio no estuvo, sin embargo, fino al equiparar nuestra elemental y riquísima fabada con el cassoulet de Toulouse porque el pato o la oca jamás pueden darle a ningún tipo de alubia la consistencia y el vigor del cerdo. En la zona de influencia del cassoulet, los franceses se empeñan en que uno lo cene, lo cual sucede sin ningún tipo de problema y de la manera más habitual. En cambio, nadie en su sano juicio insistiría en darle a uno de comer una fabada por su sitio cuando la digestión se aproxima al último reposo. Hay fabes como almohadas para cocinar con el cerdo y otras relegadas a la liebre, la gallina o incluso las almejas. Umbral solía decir aquello de «estuve en Asturias, un lugar donde todos comen y a todas horas alubias con chirlas». Umbral sabía mucho más de Baudelaire que de fabes, por eso sólo acertaba a reubicarlas con las chirlas”.
Sopa de ajo y sopa de gato
Recuerdo que, de niño, sobre todo en los pueblos, cuando el
pan se caía al suelo se recogía con cuidado y se besaba. Eran tiempos de
hambruna calagurritana. La guerra civil pasó factura con unas cartillas de
racionamiento para los productos alimenticios que estuvieron en vigor hasta ser
suprimidas por Arburúa (suegro de Marcelino Oreja), en mayo de 1952. El
pan siempre ha estado considerado como algo sagrado (“el pan nuestro de cada día dánoslo hoy…etc.”) que no debía faltar
nunca a la mesa. Y con el pan, también con los restos ya duros de días
anteriores, se han hecho platos de fuste, entre ellos la sopa de ajo, las migas al
estilo de pastor y las torrijas.
En concreto, la sopa de ajo se elabora con agua, pan de días anteriores, ajo,
pimentón, perejil, aceite de oliva, huevos duros y sal. Tras consultar varios
libros de cocina, me decido a explicar cómo se hace al estilo de Maggie Camelias (seudónimo de no se qué
persona) según explica en su blog “Sibaritismo”:
“Se pone aceite en un puchero y se fríen los ajos cortados en láminas,
unos cuatro más o menos. Cuando están dorados, se retiran del fuego y se tiran.
En ese mismo aceite se echa el pan cortado muy fino y se rehoga muy bien (esto
es fundamental). A continuación se añade el pimentón, en mi caso dulce, y se
revuelve con rapidez con la ayuda de una cuchara de madera. Se retira enseguida
del fuego porque el pimentón se quema con mucha facilidad. En ese momento se
incorpora el agua caliente, la rama de perejil y la sal. Cuando rompe a hervir,
se deja unos diez minutos a fuego muy lento. Ahora aquí hay dos opciones. La primera es que se coloca la sopa en una
cazuela de barro o en un recipiente resistente al calor y se
mete en el horno hasta que forme costra. Se saca del horno y se cascan unos huevos por encima. Se vuelve
a meter en el horno hasta que los huevos se cuajen. La segunda opción es que, pasados esos
diez minutos hirviendo, se cascan unos huevos directamente en la sopa y
se remueve hasta que se formen los hilos característicos. Como he dicho antes, hay gente que prefiere
echar los huevos y dejar que se escalfen sin removerlos. En cualquiera de los
dos casos, la sopa se sirve muy caliente y lo más ‘de toda la vida’ es que se
haga en una cazuela de barro”.
Es típico, sobre todo en las ciudades y pueblos de Castilla
y de León, tomar un contundente plato de sopas de ajo como desayuno madrugón,
tras haber acompañado a procesiones nocturnas silenciosas e interminables. En
el libro “El Amparo” (1930) Úrsula, Sira y Vicenta de Azcaray
utilizan una fórmula similar, pero sugieren el añadido de un pimiento seco, de
los llamados “cuerno de cabra”. Ángel
Muro, en “El Practicón”,
diferencia entre “sopa de ajo frito”
y “sopa de ajo crudo”. Pero, en
esencia, la fórmula es parecida en todos los libros de Gastronomía que conozco.
En algunos lugares, como el Somontano oscense, se agrega a los ingredientes
señalados canela y pimienta negra molida antes de que reciba el pan el agua
hirviendo. Hay cocineros que recomiendan echar en el puchero la décima parte
del ajo que se estima oportuno. La razón es que el ajo “repite” mucho. Teodoro Bardají, ese gran cocinero
binefarense, en su “escaldada”,
escribe:
“Se corta un cantero de pan casero, se tuesta por la parte del corte y
se reserva. Del pan empezado, se cortan rebanadas finas o sopas hasta llenar
con ellas todo el fondo de un plato sopero, en el que se coloca el cantero
tostado, rociando todo abundantemente con aceite crudo. Aparte, en un puchero,
se hace hervir agua y sal, en proporción de 15 gramos de sal por
litro de agua. Cuando hierve, se escaldan las sopas y el cantero con el agua
salada. Se dejan empapar dos minutos y se sirven en el mismo plato”.
Muy parecida a la sopa de ajo es la sopa de gato, típica de Écija, donde se escalfan los huevos y a la
que también se añaden tomates pelados, pimientos verdes y, en ocasiones,
espárragos y almejas. Digamos que la “sopa de gato” es una “sopa de ajo” más barroca,
con más farandolas. Evidentemente, también los ritos procesionales del Écija
son, a mi entender, menos “tétricos” que los de Zamora. Es, si me lo permiten,
como comparar la poesía de Francisco de
Quevedo con la de Luis de Góngora, o sea.
miércoles, 23 de marzo de 2016
Mojitos
Recomiendo la lectura del blog “Salseando en la cocina”, de Maduixa.
El 13 de septiembre de 2010 me sorprendía con algo tan simple como el mojito,
esa exquisitez que yo acostumbro a tomar en las cálidas noches de verano en la
terraza de un pequeño bar existente en Zaragoza, en la calle Palafox, próximo a
La Seo. Es
placer de dioses. Pues bien, Maduixa cuenta que el mejor mojito cubano es el
servido desde 1942 en La Habana,
en La Bodeguita
del Medio. Lo que yo no sabía es que aquel año Ángel Martínez decidió abrir
un negocio de comestibles y productos típicos adquiriendo La
Complaciente, situada en el número 207 de la calle
Empedrado, en la Habana Vieja,
y la convirtió en Casa Martínez.
Terminó sirviendo comidas. En 1949 entró a trabajar como cocinera Silvia Torres, alias “La China”, subiendo el
negocio de forma espectacular:
“Su especialidad era la comida
típicamente criolla: arroz blanco, frijoles negros, pierna de cerdo, yuca con
mojo, masas de puerco, pierna de puerco asada en su jugo, chicharrones y
tostones…, y todo acompañado por bebidas típicas cubanas, como el mojito, y tabacos. Entre las personas que se
acercaban a la Bodega
de la calle Empedrado a comer se encontraba Feliz (Felito) Ayón, un editor de La Habana que vivía ceca del
local y que conocía a Ángel Martínez desde 1946. Este carismático editor, que
se codeaba con los artistas más vanguardistas de La Habana, dio a conocer Casa
Martínez entre sus amigos, indicándoles, además, que la bodeguita estaba
situada “en medio de la calle”, con lo que el 26 de abril de 1950, Casa
Martínez pasa a llamarse “La bodeguita del medio”. Pronto se convirtió en el
centro del auge cultural de La
Habana y Ángel Martínez en algo similar a un mecenas. Su
agradable ambiente y la gente que lo frecuentaba hizo que otros escritores,
coreógrafos, periodistas, músicos y todo tipo de personalidades se dieran cita
allí atraídos por el encanto del lugar”.
La firma de Ernest
Hemingway aún permanece en sus paredes, hoy enmarcada. Por cierto, mi padre nació en la Avenida del Capitolio, muy
cerca de ese lugar.
martes, 22 de marzo de 2016
Por disipar el espectro de la astenia
Yo siempre he elogiado la tortilla de patata, pero no sabía
que era un tesoro nutricional hasta leer a Iván
Carabaño Aguado, jefe de Pediatría del Hospital General de
Collado-Villalba. Me entero de que ha recibido numerosos premios literarios,
nacionales e internacionales, entre los que destaca la medalla literaria de la Cías Club UNESCO como
representante de la
Unión Europea por la traducción al italiano de su poemario “Razones
para no acostumbrarse” (1993). Es autor de los ensayos “Nanas
ortodoxas, nanas peculiares”, “La muerte de Charlot: temas, personajes
y expresiones en las canciones infantiles clásicas españolas” y “Llorar
es sonreír despacio: el impacto en las viñetas de El Roto”. Su obra
poética está recogida en los libros “Mis peces vivos”, “La
historia inventada de Luis Alegría”, “Si Chet Baker te viera” y “Pájaro
que sufre por el ala derecha”, etc. Es el creador del género literario
denominado “bloguela”, con su libro “Las alas de Ícaro”, y es autor
del libro de microrrelatos “Las enfermedades imaginarias”. Sus diarios
del 2009 están recogidos bajo el título “Esperando a Alberto”. He ahí
su poema “Propaganda”:
Te ofrecen un papel lleno de letras,
te lo dan y no preguntas,
extiendes la mano y la sonrisa
como una vendedora amable,
como los monaguillos de la iglesia,
lo metes en el bolso o en el cuerpo,
lo acoges, lo guardas y lo olvidas,
y vuelves la cabeza
para mirar el río,
para llegar de pronto a la fachada,
para dar con la tienda o con la esquina
del siguiente misterio.
te lo dan y no preguntas,
extiendes la mano y la sonrisa
como una vendedora amable,
como los monaguillos de la iglesia,
lo metes en el bolso o en el cuerpo,
lo acoges, lo guardas y lo olvidas,
y vuelves la cabeza
para mirar el río,
para llegar de pronto a la fachada,
para dar con la tienda o con la esquina
del siguiente misterio.
Pero yo lo que quería hoy es conocer de primera mano las
virtudes de la tortilla de patata, tal como las describe el doctor Iván
Carabaño:
“Pensemos en sus elementos esenciales: huevo, patata y aceite, sobre los
cuales se puede introducir toda suerte de modificaciones. La tortilla de patata
aporta entre 85 y 150 kcal por cada 100 gramos, dependiendo de su modo de
preparación. Se trata de un plato muy completo, pues la patata aporta hidratos
de carbono de absorción lenta, que son los que más nos interesan a los
divulgadores de la salud; el huevo, proteínas de alto valor biológico
(esenciales para el cuerpo) y fosfolípidos (un nutriente de nuestro cerebro); el
aceite de oliva, aporta un perfil lipídico muy ventajoso: ácidos grasos
monoinsaturados, que contribuyen a reducir el colesterol en sangre. ¿Cuál es el acompañante ideal de la
tortilla de patata? Tiremos de un clásico: el pan, bien en forma de “pincho”
(se le llama así porque lo suyo es que se ofrezca un tenedor pinchado sobre la
ración de tortilla) o en forma de “bocadillo”. El pan aporta fibra y
minerales. La fibra contribuirá a que el aceite de la tortilla se absorba más
lentamente, y por tanto el cuerpo tendrá más tiempo para que el metabolismo se
adapte”.
Con todos esos razonamientos me he quedado patidifuso. Hay que tomar
tortilla de patata (para mí con cebolla de Fuentes de Ebro, patatas monalisa y aceite de oliva La
Española), ese gran invento español conseguido, según
unos, por las tropas de Tomás Zumalacárregui; según otros, por el
cocinero belga Lancelot de Casteau, que publicó esa receta
en 1604; y según Javier López Linaje (y así lo plasmó en su
libro “La patata en España. Historia y
Agroecología del Tubérculo Andino”) por Joseph de Tena Godoy y el marqués de
Robledo, que sitúa el origen de esa
exquisitez culinaria en la localidad extremeña de Villanueva de la Serena en el siglo
XVIII. No fue el “milagro de los panes y los peces” indicado en los Evangelios, pero
sí es cierto que su inventor, el que fuera, logró que con tres huevos llenaran
la andorga cinco personas. No está mal. Como Iván Carabaño no dice nada acerca
de echar al coleto un trago de vino, propongo un Muga tinto reserva 2008,
con uva tempranillo, garnacha, mazuelo y graciano. Es, quiero pensar, la
versión moderna de aquel “fercobre
fólico” que nos daban de niños nuestros padres en cucharadas en comida y
cena para disipar el espectro de la astenia, o sea, aquella flojera que nos
causaba tener que saber de carrerilla el catecismo del padre Astete, traducir del latín "Vidas paralelas" de Plutarco y conocer de memoria la Doctrina del Movimiento.
lunes, 21 de marzo de 2016
Sobrepasar el precio de dos cruasanes
La noticia de la prensa es que “un guardia civil fuera de
servicio detiene a un hombre que robaba en un coche”. Para más señas, el hombre
era ecuatoriano. Eso es lo de menos. Podría haber sido bilbilitano o
calagurritano de nación. ¿O es que entre los españoles no hay chorizos? No miro a nadie. A mi entender eso no es
noticia. Un guardia civil, como un policía nacional, está de servicio las 24
horas del día y si se percata de un robo, de un altercado en la vía pública o
de cualquier otro acto delictivo tiene obligación de intervenir de inmediato en
la medida de sus fuerzas, de conformidad con el artículo
5.4 de la Ley Orgánica
de Seguridad Ciudadana 1/1992, donde se establece que “la dedicación profesional, deberán llevar a cabo sus
funciones con total dedicación, debiendo intervenir siempre, en cualquier
tiempo y lugar, se hallaren o no de servicio, en defensa de la Ley y de la seguridad
ciudadana.” Esa misma ley añade que “dicha capacidad de actuación en situaciones graves, la tienen los propios
ciudadanos que incluso pueden practicar una detención, pero no están obligados
a una actuación directa aunque si a un auxilio conciso. En el caso que nos
ocupa, un agente de la Guardia Civil
destinado en el cuartel de Épila fuera de servicio escuchó en una calle del
zaragozano Barrio de las Delicias de Zaragoza
el fuerte ruido de un cristal de un coche al romperse. Sin pensárselo dos veces y tras
identificarse detuvo al autor del intento de robo “in fraganti” en el interior
de ese vehículo. Comprendo que estos días de Semana Santa hay pocas noticias
políticas interesantes pero, puestos a rellenar papel de periódicos, que nos
cuenten otro tipo de “culebrones” con más enjundia. Pero, desde luego, que un
guardia civil fuera de servicio detenga a un ladronzuelo que intentaba robar en
el interior de un coche aparcado en una calle no sólo no es noticia sino que se
me antoja una afirmación obvia, vacía o redundante. Es decir, lo que en
retórica se conoce como una tautología.
Ya sabemos, por tanto, que un policía tiene obligación de actuar estando o no
de servicio. Como un médico, llegado el caso. En la cuestión que nos ocupa, la
prensa escrita, concretamente Heraldo de
Aragón, no ha tenido una “innovación
novedosa” ni tampoco una falta de estilo. Simplemente ha pretendido
transformar en noticia lo que no lo es. Y tal “obsequio informativo” no nos lo ha entregado “gratis”, que también constituye una tautología, sino después de
haber pagado el ejemplar en el quiosco, que ya sobrepasa precio de dos
cruasanes.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)